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Opinión 24 de marzo de 2017

Sin duda quienes estamos vinculados con la PUCP hubiéramos preferido conmemorar el primer siglo de su existencia en circunstancias más propicias para la celebración. Sin embargo, aprovecharé esta oportunidad para reafirmar el pleno sentido de su existencia y vocación, animadas éstas por el mismo espíritu que viviera el padre Jorge Dintilhac en 1917.

Este primer siglo de vida no solamente es significativo para quienes formamos parte de esa comunidad académica. Lo es, en realidad, para todo el país, cuya vida cívica e intelectual no hubiera sido la misma sin la presencia de los centenares de destacados pensadores, investigadores y profesionales de las más diversas disciplinas formados en nuestra Casa de Estudios.

Como estudiante, docente y rector he sido testigo excepcional, durante 57 años, del fuerte sentido de comunidad que se experimenta día a día en el campus, así como de la vocación solidaria que se halla presente en su docencia, investigación y proyección responsable hacia la sociedad. Siempre entendimos que nuestra identidad era la de una comunidad constituida por docentes, estudiantes, autoridades, funcionarios y trabajadores, en un entorno de diálogo plural, libre y respetuoso.

En efecto, nuestro quehacer nunca se entendió como el de un mero centro de formación de profesionales –que también lo es– sino por sobre todo como una institución educativa vinculada al saber en el sentido de una formación integral que preserva, acrecienta y transmite no sólo conocimientos sino asimismo valores humanísticos: culturales y éticos.

Por ello, se comprenderá que nada es más ajeno a la PUCP que desarrollar la educación superior como un negocio en el que los conocimientos se ven acríticamente reducidos a dogmas que se ofrecen como mercancías sujetas a la oferta y la demanda. Para nuestra Universidad el saber es generador de responsabilidad moral. Y justamente en esta dimensión superior ocupa un lugar de privilegio nuestra identidad cristiana y católica, la cual se da la mano con nuestra auto-comprensión como entidad cívica y democrática. Es así nota peculiar en nuestros claustros la acogida tolerante de la diversidad alimentándose de tal forma su vocación de diálogo, el que se ofrece –en un nivel más elevado– como aquél que se entabla entre la razón y la fe, para así orientar la formación hacia fines Trascendentes.

El centenario de la PUCP –decíamos– nos halla en un momento de especial dificultad para los peruanos. Casi no es necesario mencionarlo: esta dura circunstancia no hace sino reiterar nuestra solidaridad con el país, la cual se la habrá de juzgar, dentro de una historia que trascenderá largamente la centuria, como la lealtad en sus compromisos de una institución académica seria e inspirada por valores superiores.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República.

(24.03.2017)