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Opinión 15 de julio de 2016

Recordemos que Francia se encontraba en estado de emergencia desde el 13 de noviembre de 2015, cuando el Estado Islámico organizó 7 atentados simultáneos en Paris que causaron la muerte de 130 personas. El presidente François Hollande anunció hoy, 15 de julio, que dicha condición ha sido renovada por tres meses más. Dado que las fuerzas del orden están sobrecargadas de trabajo y sus efectivos no tienen descanso desde hace 8 meses, el presidente francés ha decidido llamar a las fuerzas de reserva operacional del país (cerca de 24,000 soldados y policías) para apoyar a las fuerzas profesionales, sobre todo en los controles de fronteras, lugares públicos, estaciones de tren y aeropuertos. El país estará en duelo nacional durante tres días a partir del sábado 16 de julio.

Las investigaciones no han definido todavía el perfil del terrorista que había alquilado un camión hace tres días y con el cual se lanzó en la avenida “Promenade des Anglais”, la más concurrida de la ciudad balnearia de Niza, en la Costa Azul, a las 11 p.m., atropellando a las personas que estaban asistiendo a los fuegos artificiales por la fiesta nacional francesa. Entre la centena de heridos graves se cuentan más de 50 niños. Este acto de terrorismo ciego, realizado con la sangre fría de los terroristas suicidas que ofrecen su “cuota de sangre” a la causa islamista es inédito en Europa. Al mismo tiempo, abre un sin fín de temores y angustias para la población civil que puede temer perder la vida paseando por una ciudad y también para las fuerzas del orden, que no pueden preveer actos de un nivel tan alto de irracionalidad y de barbarie.

Es evidente que este atentado, como los anteriores, son la represalia sangrienta a la participación de Francia, junto con los otros países de la coalición internacional, que están librando batalla en Siria y en Irak contra las fuerzas terroristas del Estado Islámico. Como sabemos, varios países de Europa occidental (Reino Unido, Bélgica, Italia) están librando una guerra en esas regiones desde 2014, lo cual implica represalias de los islamistas, enemigos de los valores de igualdad, de democracia y de libertad. Sin embargo, estas represalias no están dirigidas contra las fuerzas de orden o contra funcionarios gubernamentales, sino contra los civiles. Los ataques a civiles desarmados representan en efecto los nuevos objetivos de ataques post-modernos de los terroristas que pretenden imponer un “nuevo orden islámico” en Medio Oriente. Pero el terrorismo contra los civiles fue también una estrategia utilizada por los comunistas en Rusia, en China, en Cambodia y en el Perú, donde Sendero Luminoso, en su guerra contra el Estado y la sociedad, seguía el modelo del maoísmo chino. Este tipo de terrorismo era desconocido en Europa, donde las dos guerras mundiales, que produjeron millones de muertos, fueron libradas por los ejércitos regulares de los países en conflicto, mientras que otras olas de atentados tenían como objetivos personajes políticos y raremente civiles. Desde 2014, el Estado Islámico ha introducido el terror en la población civil y la única manera de terminar con esta amenaza es la de liquidar a esta organización terrorista en su propio centro de operaciones. Es lo que ha recordado también el presidente Hollande.

Esperemos que esto sea posible a corto plazo, para evitar más muertes de civiles en Europa (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, España, Portugal, Bélgica). Entretanto, los franceses y los europeos en general tendrán que adaptarse a la lucha anti terrorista, sin caer en los extremos de xenofobia y de racismo anti-musulmán que son propagados por los partidos de extrema derecha, que mezclan el terrorismo islamista con los órigenes árabes y/o musulmanes de las minorías europeas. Se trata, en último análisis, de la lucha contra la barbarie a partir de los valores de la civilización humanista que representa Europa en el mundo.

El desafío actual es muy difícil para los europeos pues, de manera paralela, se está afrontando una crísis económica mundial desde 2008, una ola migratoria de civiles que escapan a las guerras en el Medio Oriente y un grupo de ciudadanos africanos que desea entrar al viejo continente para adquirir un nivel de vida decente. Para estos millones de personas se trata de pasar de los siglos XVIII-XIX al siglo XXI a través de tentativas de travesía del Mediterráneo en las cuales arriesgan sus vidas. ¿Cómo esperar que el exiguo espacio europeo pueda recibir y asimilar a esos millones de personas en una conyuntura de guerra y de crísis económica? La respuesta está en las manos de los dirigentes europeos y de las sociedades civiles, esperando que ambos puedan privilegiar los valores humanistas y no las visiones políticas de corto plazo.

Escribe: Mariella Villasante, investigadora asociada del IDEHPUCP

(15.07.2016)