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Opinión 25 de septiembre de 2015

Hoy podemos decir que se han producido varios avances. Fujimori, Montesinos y parte de las personas que montaron una gran red delincuencial, desde las más altas instancias de ese gobierno, se encuentran en prisión y cumplen penas impuestas por un puñado de jueces que se jugaron en la lucha contra la corrupción. Asimismo se logró repatriar algo del dinero sustraído y, lo más importante, ahora se posee una mejor conciencia acerca del modo como ha de investigarse judicialmente a quienes se aprovechan del aparato estatal para un ilícito provecho.

Empero, aún subsisten problemas. De un lado, por lo menos cien personas de la organización Fujimori–Montesinos aún se hallan prófugas y no pueden ser juzgadas; de otra parte la democracia nacida luego de la caída del régimen no ha sabido adoptar apropiados mecanismos de seguridad para así evitar la corrupción. De hecho: hoy tenemos a un expresidente investigado por presunto lavado de activos y a otro vinculado al otorgamiento masivo de indultos y conmutaciones de pena a narcotraficantes durante su periodo –además de otros posibles actos de corrupción–. Ello mientras que el actual mandatario no puede explicar, con claridad, el origen del dinero recibido desde la primera vez que fue candidato.

Resulta penoso que lo mencionado se aproveche ahora por las fuerzas derrotadas hace quince años, quienes sugieren, con cinismo, que “todos son corruptos” y, así las cosas, los delitos cometidos mientras se hallaban en el poder aparecen como menos graves –y por eso dignos de aprecio– que los ocurridos en la democracia subsiguiente. En esa línea (recordemos el absurdo argumento: “nosotros matamos menos”) y, con total desparpajo, el congresista hijo del expresidente en prisión, afirma que los ciudadanos debieran intercambiar sus libertades a cambio de mayor seguridad, tal y como lo hizo un sector de la sociedad peruana durante el conflicto armado interno, con las funestas consecuencias que hoy todos conocemos.

Preocupa aún más que ante la pregunta de un conocido comunicador, varios jóvenes no atinaran a responder correctamente qué eran los vladivideos. Incluso no faltó quien dijera que Montesinos había hecho cosas buenas por el país. Pareciera que vivimos una amnesia, propiciada desde los hogares y la escuela, dejando de lado las valiosas enseñanzas que han de extraerse de ese pasado de violencia y corrupción.No ayuda en el asunto la falta de compromiso de muchos medios de comunicación que han limitado el debate político al mínimo convirtiéndolo en simple intercambio de acusaciones entre “políticos profesionales”.

Pienso que sería muy conveniente que, en forma similar a la muestra Yuyanapaq, los vladivideos fueran exhibidos, pues se trata de una parte de la historia del Perú que debemos conocer para que jamás se vaya a repetir.