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Opinión 24 de febrero de 2017

Una de sus más grandes contribuciones es, sin duda, su aguda reflexión sobre la memoria como capacidad humana que está al servicio de la justicia y de la cultura de la libertad. La experiencia de sus años juveniles, bajo el régimen comunista búlgaro, lo condujo a aseverar lúcidamente que para los sistemas totalitarios el control sobre la información es tan importante como el que se realiza sobre las personas y sobre la tierra que habitamos.

Efectivamente, tanto el nazismo como el estalinismo concentraron su interés no sólo en el control de la conducta social, sino también en el diseño de una historia en la que, para preservar el poder, conscientemente, se omite toda referencia al uso de la violencia y la represión de los derechos.

Historia ficticia sin injusticias ni víctimas inocentes. Historia no atravesada por la reflexión crítica para evitar que se devele la violencia y se consiga detener la acción necesaria de la justicia y el empoderamiento de las personas. Frente a lo señalado Todorov subraya el papel liberador de la memoria no pervertida.

A continuación señalemos algunas de sus tesis más interesantes sobre este tema central dentro de su reflexión.

Asevera que la memoria es un proceso que implica reflexión y selección acerca de qué debe recordarse y qué puede ser olvidado. Así la razón humana se halla inextricablemente unida al recuerdo dentro de los marcos de una dialéctica que tiene un complejo trasfondo moral.

Los regímenes totalitarios concentran el trabajo de la memoria en una cúpula de gobierno que diseña la historia desde sus pretensiones de poder; ellos construyen entonces una historia sesgada que no deja lugar al testimonio de las víctimas, y no somete el pasado al escrutinio ciudadano y al debate. No se acepta que la memoria se edifica colectivamente, pero recogiendo en primera instancia la palabra de las víctimas.

Esa memoria así estructurada ha de establecer una tensa vinculación con la historia. Todorov afirma que la memoria tiene un contenido subjetivo, en la medida en que su centro reside en la experiencia del actor, sea éste testigo o protagonista.

Asimismo la memoria tiene un profundo fundamento moral en la medida en que el propósito del recuerdo es denunciar la injusticia y tomar decisiones para que algunos hechos no se repitan. Se trata de dar a conocer lo sufrido para aprender de esa experiencia. Los defensores de la memoria buscan nutrir la historia del testimonio humano, con el fin de educar a las personas en los valores ciudadanos que una sociedad democrática requiere para desarrollarse adecuadamente.

Conocer el pasado permite a las personas corregir las injusticias sufridas por las víctimas haciendo posible comprender con rigor los desafíos morales, jurídicos y políticos que la sociedad deberá asumir para consolidarse como proyecto común.

Así pues, Todorov mostró que el trabajo moral y político de la memoria resulta esencial para que las sociedades que han enfrentado etapas de violencia interna o externa emprendan el camino de la paz y de la democracia. Ella ha de apuntar a la configuración de un futuro razonable para verdaderos ciudadanos dentro de una república genuina en la que todos sean considerados iguales.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(24.02.2017)