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Entrevistas 27 de agosto de 2013

Usted fue investigador en la ciudad de Huamanga, en los años previos al conflicto. ¿Cuál fue esta experiencia y que pudo percibir en el periodo previo al estallido de la violencia?

Estuve en el Perú entre 1976  y 1978 para desarrollar la investigación de mi tesis doctoral sobre cómo las comunidades indígenas vivieron la etapa de la conquista y lograron ser sujetos propios en ese proceso violento. En función de ese proyecto, también creí importante contar la historia desde una experiencia regional. No era la historia tradicional de los grandes hombres que hacen la historia, que era un viejo esquema en el que mi generación y yo no creíamos. Éramos más partidarios de una historia al estilo de E. P. Thompson, basada en las experiencias de las personas de sectores populares.

Huamanga era una zona que me atraía mucho, porque se concentraban muchas cosas. En primer lugar, no era una zona incaica. Yo no quería ser centralista mencionando el caso de Cusco. En segundo lugar, estaba muy presente el fenómeno del Taqui Onccoy que hacía la región más interesante. En tercer lugar, era una región que para finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII era dinámica en agricultura, comercio y minería. Por último, estaba la relación con la Universidad San Cristóbal de Huamanga. que me permitía ser profesor por el tiempo en el que yo realizaba mi investigación. Allí conocí a varios docentes, como Lorenzo Huertas y Carlos Iván Degrerori.

Por otro lado, Ayacucho era un lugar con mucho debate político, donde Sendero Luminoso tuvo luego una presencia importante. Llegué a conocer a personas que tenían simpatía por la ideología senderista, pero yo no estuve en el momento en el que Sendero declaró la guerra. Hasta ese momento, solo se trataba de un debate polémico-teórico. Descubrí que, por un lado, había cierta simpatía a nivel de sectores populares, estudiantes. quienes veían en Sendero una oportunidad de lograr un cambio. Por otro lado, política e ideológicamente yo estaba en contra, porque veía que se trataba de un grupo muy fundamentalista y si llegaban a poner en práctica su visión lo harían con tal convicción que sería muy violento, terrible y sin inhibiciones.

En su ponencia «Las verdades peligrosas: las comisiones de verdad y las transiciones políticas latinoamericanas en perspectiva comparada”, uno de los temas que usted planteó fue la problemática en torno al término víctima. ¿Podría darnos más precisiones al respecto?

Partamos por reconocer que víctima es una categoría jurídica y tratar de reducir un fenómeno social con un término jurídico genera una serie de problemas. En primer lugar, en toda mi vida como historiador he tratado de entender como las personas tienen gerencia en forjar su propia historia aun cuando no tienen poder. Preguntarse cuales son los factores que los hacen sujetos y no solo objetos de historia que decide, que a veces se equivoca, que logran hacer cosas significativas a pesar de tener vidas adversas. Entonces la palabra  “víctima” limita a la persona de toda esa capacidad de gestión.

Dejando esto de lado, creo que el problema esta en que hay muchas “zonas grises” que se notaban aun en los ochentas. Por ejemplo, en mi generación se pensaba que debía existir una transformación social y que los esquemas deberían ir cambiando de forma gradual.  Después de la Revolución Cubana, mucha gente joven ya no buscaba la gradualidad y se movió con el ideal de hacer una real transformación. Ese proyecto, entendido como una revolución, llegó a ser parte del sentido común en América Latina. Por ello, desde algunos sectores no se pudo reconocer cuáles serían los extremos a los que llegaría Sendero Luminoso.

Por otro lado, muchas de las comunidades también cometieron ese mismo error, ya que había bases de apoyo a Sendero. Entonces, se puede decir que muchos se equivocaron, por lo que nos podemos preguntar a ese nivel ¿dónde esta el perpetrador y donde esta la victima? Al existir un sector que siente esa atracción y que después pasa por un proceso de aprendizaje donde su conclusión es “eso no es lo que imaginábamos, debemos desistir”, nos hallamos ante zona gris.

Otro nivel de zona gris se basa en el hecho que Sendero diferenciaba a los militantes reales del partido de quienes son la base a reclutar para ser parte de su maquinaria. Existía mucho reclutamiento forzado o semiforzado. Como resultado, cuando una persona mira la historia de las comunidades en Ayacucho en los ochentas, vamos a encontrar lo que yo llamo la “experiencia de doble vida”, es decir, alguien que entró a dicha organización y luego tuvo dudas, porque algunos eran muy jóvenes. Eso también crea una zona gris para definir donde está el perpetrador y la víctima.

Por estas razones, emplear el término víctima resulta complejo. Porque nos encontramos ante toda una experiencia humana con errores y aprendizajes en que muchos se consideran que eran «inocentes entre dos fuerzas distintas”. La cuestión es que para algunos es más conveniente decir que siempre fue así, tratando de cubrir la real dimensión.  

En su exposición se refirió a los ocultamientos en democracia. Además de la negación y supresión de información, ¿qué otras formas de secretismo encuentra, en la que las mismas fuerzas democráticas lleguen a compartir complicidad con lo sucedido?

No se trata de una explícita complicidad política, pero las complejidades del ser humano pueden llevar a soluciones de olvido, que pueden ser justificable solo en un principio. Por ejemplo, al inicio de la transición chilena se dio prioridad a documentar desapariciones forzadas y ejecución política. Entonces la tortura quedaba como segunda prioridad. Los sobrevivientes de torturas también estaban de acuerdo que tenían que realmente probarse el hecho de detención desaparición y de ejecución al margen de la ley. Luego, activistas que incluían a sobrevivientes de tortura influyeron para cambiar esta opinión. Es por eso que 10 años después hay una demanda muy importante sobre la investigación sobre la tortura. 

Ahí hay una cierta complicidad, que no es intencional. Cómplice con un efecto perverso que empieza  a sacarnos la cuenta cuando un nuevo gobierno quiere sacar los derechos humanos de la agenda. Quieren reducir el problema al piso mínimo establecido en cifras. Hay cientos de miles de chilenos impactados por una violencia brutal, sean personas en los allanamientos, en la cárcel, los torturados y de repente aparece una cifra de 2,000 a 3,000 personas muertas. Aunque al final de la dictadura las cifras indicaban que de cada 1 de 6 chilenos sentía que sus derechos humanos habían sido violados.

Otro ejemplo tienen que ver con el remordimiento. La mitad de las personas desaparecidas en Chile se entregaron voluntariamente a los carabineros y a las fuerzas armadas. Ellas debían decidir qué era lo peor, si esconderse y vivir subterráneamente, tomando en cuenta de que si te encontraban te trataban muy mal  o aferrarse a la dimensión de la legalidad chilena y entregarse. Había gente que pedía consejo a sus parientes y a sus amigos. Y estos, tratando de ayudar, pensaban que lo mejor era entregarse. Porque si lo hacían las fuerzas del orden estarían forzadas a reconocer que tienes derechos, pero se equivocaron. Entonces qué pasa después, hay historias de comunidades rurales de secretos a voces, qué es una verdad muy dolorosa.

Otro ejemplo: la tortura. Cuando la comisión de la tortura en Chile hace sus trabajos uno de los hallazgos más importantes es que curiosamente a veces es la primera vez que, después de muchos años, la victima va a narrar lo sucedido. ¿Por qué? porque la tortura humilla, es vergonzosa, ya que la idea es destruir a la persona por medio de un trato tan extremo y humillante que es difícil de asumir, tomando en cuenta de que en esos abusos hay una dimensión sexual muy terrible. Eso es difícil de compartir con alguien. Entonces, la complicidad con el silencio es muy comprensible en términos humanos. Te das cuenta que en muchos niveles es justificable desde lo individual pero no como política de Estado, cuando hay complicidades en democracia.

¿Cuál sería su balance sobre el proceso de justicia transicional en el Perú?

Puedo compartir lo que percibo, con todos los límites que puedo tener como extranjero. En Lima, hay una sociedad con mucho crecimiento, con una clase media sólida, con ciertos recursos. Esto resulta siendo muy compatible o muy estructural combinado con una concentración de ingresos tan extrema de que curiosamente se va formando una paradoja. Hay tantos recursos económicos que se pueden ver en todos lados que puede cambiar las expectativas pero hay otras que se sienten muy excluidas. Teniendo en cuenta de que eso no solo sucede en Lima, sino también en provincia.

Por otro lado, creo importante mencionar la paradoja de una Comisión de la Verdad que era increíblemente buena como comisión. Cuya calidad también ha mostrado que si no hay actores estatales dispuestos a trabajar con los actores de la sociedad civil se llega a la frustración. Porque no se puede decir que la comisión de la verdad peruana hizo un mal trabajo. Por el contrario, se trata de una de las mejores que América Latina ha tenido, pero no ha tenido ese tipo de alianzas con suficientes actores estatales que logren articular lo social con lo político. Eso es paradójico para mí de cierta manera, porque a nivel del arte y de la efervescencia desde la sociedad civil hay muchas cosas interesantes que se abren a partir de la comisión de la verdad.  Pero a nivel del mundo social y político parece que hay una brecha muy grande.

Entrevista de Rosa Arévalo y Diana Chamán, investigadora del IDEHPUCP