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Opinión 9 de septiembre de 2016

Sin embargo, una sociedad democrática requiere, también, de cierto horizonte compartido, de cierta meta o de ciertos ideales colectivos que animen un sentimiento de ciudadanía en común. Esos ideales motivadores han de ser lo suficientemente amplios como para cobijar nuestra diversidad, pero tener contornos bastantes precisos como para mover a la sociedad en una cierta dirección constructiva y beneficiosa.

En el Perú necesitamos recuperar ideales motivadores de esa naturaleza. Uno de tales ideales debería ser, precisamente, la conquista de una ciudadanía universal y efectiva, esto es, una vivencia de derechos y de reconocimiento para todos. Que cada peruano cuente como un absoluto. No resulta difícil comprobar esta afirmación: derechos básicos como el acceso a la educación y a servicios de salud se hallan lejos de estar satisfechos. Y aun el derecho a la vida se ve consuetudinariamente violado ante la negligencia del Estado: la cantidad de muertes anuales en absurdos accidentes de tránsito urbano e interprovincial nos habla claramente de la precaria valoración de la vida en nuestro país.

Restaurar nuestro respeto y estima de la vida humana y de la dignidad que le es intrínseca debería ir de la mano con el viejo ideal público del bienestar, noción que ha recibido múltiples definiciones. Y es cierto que ella se encuentra en el umbral de la política misma. Al fin y al cabo, toda postura política concebida en un sentido recto –es decir, como una postulación del bien colectivo y de los medios para alcanzarlo— lleva consigo una idea de bienestar. Sin embargo reconocer esa latencia política de esta grave cuestión no equivale a confinarla en los estrechos ámbitos de la disputa partidaria. Recuperar la preocupación por el bienestar significa, precisamente, restaurar –o quizás más bien instalar– en nuestra sociedad cierta relevancia y cierta dignidad para la política más allá de las pequeñas rencillas grupales o partidarias; ello implicaría dar un nuevo sentido al lenguaje que expresa los horizontes republicanos. La “cosa pública” es, precisamente, lo que ha quedado opacado en esta época a la que Carlos Iván Degregori –refiriéndose a los años 90–, denominó la “década de la antipolítica”.

Hablar de bienestar es, desde luego, hablar de desarrollo. Y eso significa reconocer que nuestro Estado tiene tareas concretas que cumplir, pues el desarrollo, entendido como desarrollo humano, no es nunca el resultado de un proceso espontáneo. Se ha dicho en las últimas semanas que la economía peruana no puede seguir siendo manejada en “piloto automático”. Lo mismo es cierto para la construcción del bienestar. Este requiere de voluntad y trabajo sistemático. Pero, en primer lugar, reclama una transformación en el orden de nuestros valores de modo que podamos asumir una meta nacional como compromiso e interés de todos.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(09.09.2016)