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4 de septiembre de 2023

Fuente: RPP.

Por Gonzalo Gamio Gehri (*)

La democracia es un régimen político basado en el autogobierno ciudadano; eso lo sabemos. Para que ella pueda funcionar a cabalidad es necesario que los ciudadanos desarrollen ciertas excelencias y compromisos de carácter ético-político. La disposición a reunirse y actuar juntos en el espacio público, el cuidado de la deliberación, la defensa de los principios y los procedimientos de un Estado de derecho constituyen dimensiones esenciales de la vida cívica en una democracia liberal. La adquisición y el ejercicio de aquellas prácticas y lealtades requieren de procesos pedagógicos fundamentales, a menudo complejos. Es preciso preguntarnos si contamos con los escenarios y con las instituciones para la forja de tales capacidades y bienes.

Lamentablemente las aulas de la escuela peruana suelen ser espacios autoritarios. La palabra del maestro con frecuencia se convierte en incuestionable e inapelable. A juicio de numerosos estudiantes y docentes, los valores supremos de la escuela son el orden y la disciplina, no los bienes propios de los foros académicos como la curiosidad intelectual, la tolerancia o el cuidado del pluralismo. Es evidente que las excelencias y los sentimientos que rodean el cultivo de la ciudadanía solo pueden desplegarse en escenarios abiertos al debate y al ejercicio de la autonomía. A lo largo de décadas, el patriotismo ha estado asociado falazmente a las virtudes marciales y al militarismo. Asimismo, se puso énfasis en rituales de tipo militar, en ceremonias en las que los alumnos marchaban con bandas de guerra en las festividades patrias. Aunque también se han implementado en las escuelas otras formas de celebrar el 28 de julio, no cabe duda que estas tradiciones y prácticas no fortalecen una cultura cívica entre nosotros. No sorprende que, a lo largo del siglo XX, y aún hoy, muchos compatriotas toquen las puertas de los cuarteles en situaciones de crisis política.

Una educación ciudadana inteligente y con un sentido fuerte de comunidad política puede hacer frente a la cultura autoritaria que todavía tiene un enorme poder e influencia en nuestro país. Solo familiarizándonos con las ideas y las prácticas esenciales a la democracia liberal podremos cuestionar la falsa presuposición de que existen “instituciones tutelares” que habrían de orientar a nuestras élites en la administración del Estado. Solo desde el ejercicio de una genuina cultura de la deliberación –fundada en el libre intercambio de argumentos- podremos combatir las ofertas de “mano dura”, asumiendo la defensa de la búsqueda de consensos y del respeto a la expresión de disensos. El desarrollo de la conciencia ciudadana necesita que la escuela se convierta en un espacio genuino de investigación y de diálogo.

No es un desafío sencillo de acometer. Tantos años de tradición autoritaria en las aulas escolares ha comprometido las mentes y los corazones de numerosos profesores, estudiantes y autoridades. Debe llevarse a cabo una profunda reforma tanto en los contenidos de los planes de estudio como en las mentalidades de las personas y en las políticas institucionales del sector educación. La construcción de ciudadanía entre los jóvenes implica brindarles herramientas de conocimiento y discusión en torno a las leyes, la historia de la comunidad política, los procedimientos y los valores públicos de una democracia liberal. Sin esas herramientas se debilitan las posibilidades de la acción cívica al interior de la sociedad civil y del sistema político. Por desgracia, los responsables del curriculum escolar han convertido en “transversales” las materias de estudio, diluyendo así la viabilidad de forjar conocimientos firmes en las disciplinas vinculadas a la historia, la ética pública y el funcionamiento de la sociedad. En la actualidad, numerosos especialistas en pedagogía y en políticas educativas están extrañamente fascinados con cuestiones exclusivamente metodológicas y puramente formales, descuidando el contenido mismo de la reflexión y el ejercicio del pensamiento crítico. En tal sentido, la edificación de una educación cívica eficaz requiere de un sostenido trabajo interdisciplinario.

Somos testigos de una profunda crisis ética y política, que compromete no solo a nuestra clase política –sumida, salvo notables excepciones, en la mediocridad y en la falta de escrúpulos-, sino también a diferentes sectores de la sociedad peruana. Cambiar las cosas implica convocar a ciudadanos de buena voluntad a participar en la política, a confrontar a sus representantes y a exigirles que rindan cuentas de sus acciones en el Estado. Sin embargo, una transformación aun mayor involucra la urgente revisión de la forma cómo educamos a nuestros niños y adolescentes, con el fin de que desarrollen las capacidades propias de un ciudadano autónomo, consciente de sus derechos y de sus compromisos con el entorno natural, social y político. Si la escuela se convierte en un recinto de prácticas democráticas, entonces la sociedad entera podrá progresar sustancialmente en materia de justicia y libertad.

(*) Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España) y miembro de la Asamblea de miembros del IDEHPUCP. Actualmente es docente en la PUCP y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros La crisis perpetua. Reflexiones sobre el Bicentenario y la baja política (2022), La construcción de la ciudadanía. Ensayos sobre filosofía política (2021), El experimento democrático. Reflexiones sobre teoría política y ética cívica (2021), Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y Justicia transicional (2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica (2007).