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Opinión 10 de agosto de 2015

El Festival nos recuerda la necesidad de contar con una plataforma para la manifestación de los relatos latinoamericanos. Visiones que están cargadas de nuestra historia y del pasado de nuestros países. En ese sentido, nuestra región tiene pasados – y en algunos casos, presente – marcados por conflictos y violencia, dictaduras, brechas y exclusión, corrupción, racismo y discriminación. Aquella es una de las características principales de buena parte del cine latinoamericano.

Muchas veces, dichas historias reales son las que nutren a las historias imaginadas. Son el argumento del relato que nos envuelve y atrapa. En esa medida, es importante señalar la importancia y el impacto de la imagen y también del lenguaje cinematográfico en nuestras sociedades.

Y es que para países como el nuestro, el cine resulta un vehículo para la reflexión y la discusión de problemas endémicos, resultando a veces una suerte de catarsis social a partir de la cual queda fijado todo aquello que como país quisiéramos, conscientemente o no, olvidar. El cine entonces, se resiste al olvido y se ubica como responsable con el pasado, dibujando una memoria colectiva. El cine, en suma, rescata pero también inmortaliza.

El Perú es un país en donde no existe una política oficial de la memoria, ni un Estado presente y preocupado por las deudas del conflicto armado interno. En ese sentido, no es gratuito que la producción cinematográfica nacional está cargada de relatos sobre el periodo de violencia. Desde La boca del lobo (1988) hasta Las malas intenciones (2011) pasando por La teta asustada (2009) evidencian, cada una a su manera, la necesidad de contar la historia de la violencia. Quizá para intentar hacer justicia desde la ficción, o quizá para revalorar las voces y testimonios de las partes involucradas. De cualquier manera, el cine peruano ha resistido, evidenciando una militancia por la memoria que es valorable.

Tal como ha sucedido en las ediciones anteriores, el Festival de Lima presenta en esta entrega al cine peruano que no olvida. Este año veremos en competencia a la película “La última hora”, del director Alejandro Legaspi y el documental “Dibujando Memorias” de Marianne Eyde, ambas abordan la problemática del conflicto armado interno. Indirectamente, Magallanes, de Salvador del Solar, también aborda el legado del periodo de violencia. Asimismo, en la sección Hecho en Perú, se incluye el documental Te saludan Los Cabitos, de Luis Cintora.

Además, esta edición del Festival trae la novedad de películas agrupadas en torno a la idea de memoria. La sección se llama Cine y memoria y forma parte de la muestra itinerante que se realizará durante esta semana, de ingreso libre, y que además incluye otros espacios de exhibición en diversos distritos de Lima tales como colegios, centros culturales y exhibiciones en parques al aire libre. En esta sección podemos encontrar películas y documentales peruanos como “Chungui, horror sin lágrimas”, “La vida es una sola”, “Lunacarma”, “Paloma de papel”, y “Tempestad en los Andes”.

Finalmente, en la sección que rinde homenaje al destacado autor Gustavo Bueno, se incluye la ya mencionada cinta La Boca del Lobo, convertida en un clásico de nuestra cinematografía y, además, en un testimonio de época sobre los años de violencia que sacudieron nuestra patria.

Sin duda, vale la pena ir al Festival, vale la pena festejar al cine peruano que no olvida y hace memoria. Ahora queda en nosotros al reto de hacer que esta memoria fílmica sea compartida y vista.

Escribe: Silvana Mestanza, integrante del área de Comunicaciones del IDEHPUCP