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Opinión 28 de abril de 2015

En su exposición, los obispos no solo mostraron cinco casos emblemáticos en los que se estaría ejemplificando la afectación de las condiciones de vida de grupos de personas en Latinoamérica debido a acciones vinculadas con la actividad extractiva (como en el caso de lo ocurrido en el Parque Nacional Yasuní en Ecuador, o alrededor de las comunidades nativas cercanas al Lote 116 en Perú, por citar dos de los ejemplos expuestos relacionados con la actividad de los hidrocarburos), sino que –en la línea de ese rol más activo- presentaron un conjunto de propuestas, que consideramos valiosas y para la deliberación. Entre estas, podemos mencionar las siguientes:

  • Señalaron la necesidad de contar con un canal permanente de cooperación con las poblaciones afectadas, como la creación de oficinas de formación (escuelas) en materia de derechos humanos y pueblos indígenas, dirigido a agentes pastorales y líderes sociales indígenas y no indígenas, para que puedan presentar ellos mismos sus casos ante las instancias correspondientes.
  • Manifestaron la necesidad de elaborar una relatoría anual sobre persecuciones y agresiones a líderes y agentes religiosos católicos, que pueda dar cuenta sobre los avances en el cumplimiento de obligaciones estatales en materia de derechos humanos.
  • Propusieron que los Estados y las empresas extractivas deban asumir corresponsabilidad internacional por el respeto de la naturaleza y los derechos humanos de los pueblos indígenas y no indígenas, lo que supondría -entre otras cosas- reparaciones a causa de violaciones de derechos humanos por actividades extractivas
  • Solicitaron la no criminalizar de las acciones de manifestación social de indígenas y no indígena en contextos de conflicto socioambiental, teniendo que buscarse espacios estatales de diálogo para encontrar soluciones pacíficas y justas.
  • Ratificaron su preferencia y compromiso por los pobres, así como su papel mediador para la resolución de los conflictos.
  • Solicitaron el establecimiento de esfuerzos institucionales con el propósito de un reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y tribales, y sus territorios con medidas concretas, como la titulación de sus tierras, el establecimiento de áreas naturales protegidas, así como el reconocimiento y defensa de sus bosques frente a la tala ilegal.
  • Pidieron hacer todos los esfuerzos para alcanzar consensos y establecer modelos alternativos y sustentables a los actuales, tomando en cuenta la diversidad cultural que existe en la región.

Esta exposición nos permite confirmar el nuevo rol que esta teniendo la Iglesia Católica en el mundo. Ello significará un cambio esencial en la forma cómo han estado actuando frente a los conflictos socioambientales. Un cambio que resalta la asesoría y el acompañamiento como ejes centrales, sumándose a sus roles de denuncia y mediación.

Lo anterior también nos pone en un nuevo escenario para los derechos humanos. Este nuevo escenario permite plantear dos preguntas que creemos aportarán no solo al debate sobre la materia, sino a su vez a ese nuevo rol eclesial.

En primer lugar, cabe preguntarse de qué manera se están (re) entendiendo los derechos humanos. La lectura jurídica de los derechos humanos en el contexto de las industrias extractivas ¿es la misma que la que puede tener la iglesia católica, que se sostiene en principios de carácter religioso? Que la Iglesia Católica esté utilizando los espacios institucionales del sistema interamericano implica la asunción de lo que este espacio promueve. Las reglas de juego en el sistema ya están dadas y, en los últimos años, han venido consolidando espacios muy útiles para la defensa y promoción de los derechos humanos en la región. La discusión no estaría en el ingreso o no a estos espacios. La pregunta es si el contenido de los derechos humanos empezará a revisarse desde una visión religiosa católica, o si la institución eclesial asumirá contenidos jurídicos que se sostienen en el principio de laicidad. La participación en este espacio jurídico plantea esta pregunta.

Por otro lado, el objetivo de ese nuevo rol más activo estaría presumiendo en el discurso la solicitud de un nuevo modelo de desarrollo. Al hablar de industrias extractivas, indudablemente estamos hablando de un modelo de desarrollo. El desafío político más grande para la Iglesia Católica –afirmación que se desprende de la exposición ante la CIDH- es la transformación de los modelos existentes para lograr la erradicación de la pobreza. Esto tendría que ver con una mayor inversión en educación, mejor distribución de ingresos y establecimiento de políticas de promoción del empleo. Con ello, ¿se estaría asumiendo que el modelo actual no está logrando estos objetivos por lo que habría que revisarlo ya sea para su mejora o cambio? De ser así, para la Iglesia Católica, ¿en qué se sostendría ese nuevo modelo de desarrollo distinto al que proviene de lógicas denominadas extractivistas?

Creemos que son preguntas válidas, y no nos corresponde dar las respuestas. Consideramos que la audiencia ante la CIDH es significativa por el valor simbólico en el debate alrededor de los derechos humanos en Latinoamérica. La Iglesia está tomando posición evidenciada de alguna manera en su Doctrina Social. Por ello estas preguntas tendrán que ser respondidas en su momento para poder contar con más elementos de juicio que permitan no solo conocer este rol, sino entenderlo en la dinámica de la defensa y promoción de los derechos humanos de pueblos indígenas y no indígenas dentro del sistema interamericano. Ello tomando en cuenta además que el Papa Francisco estaría visitando a la CIDH en su próxima visita a Washington D.C. en setiembre de este año.

Escribe: Gustavo Zambrano, investigador del IDEHPUCP


[1] Los peticionantes fueron el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el Secretariado Latinoamericano y del Caribe de Cáritas (SELACC), la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos y Religiosas (CLAR), la Comisión Amazónica de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) y la Red Eclesial Pan-Amazónica (REPAM), apoyados por las Conferencias de Obispos católicos de EEUU y Canadá.