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Notas informativas 7 de febrero de 2011

A continuación, reproducimos el artículo mencionado: Lectura y ética ciudadana (*)Por Salomón Lerner Febres

Desde los inicios de la revolución tecnológica que ha transformado el mundo de la información se habla de la decadencia de la lectura. Hay quienes la presentan como una práctica obsoleta mediante la cual ya no se puede seguir el paso a una actualidad rebosante de hechos nuevos y seducida por la innovación de códigos siempre más ágiles y accesibles para el intercambio humano. Otros, para los cuales los gustos mayoritarios representan a la verdadera y genuina cultura, desde una postura falsamente democrática e igualitaria ven a la lectura como el rezago de un orden social elitista que no vale la pena defender.

Y sin embargo, la lectura es todavía uno de los caminos más válidos para la formación humana. Mediante ella se perfecciona el conocimiento de lo que somos y queremos ser y nos percatamos de quienes nos rodean adquiriendo, paulatinamente, consciencia crítica de nuestro mundo al contrastarlo con otros ámbitos aparentemente ajenos a nosotros por razones del tiempo y la distancia. Es gracias a la lectura que nos abrimos con memoria a lo que nos ha precedido y así tendemos puentes a un reservorio de experiencias, lecciones y sabiduría acumulada que se halla siempre a disposición de quien sepa consultarlo metódicamente; también es por ella que, desde un adecuado entendimiento del presente, nos abrimos con fundamento al porvenir y vamos así dando forma a nuestros deseos y esperanzas.

«la lectura no es únicamente fuente de enriquecimiento personal; también nos ofrece una cierta ética que, como toda genuina moral, no es forma vacía y declaración retórica sino más bien postura esencial en y frente al mundo».

Ahora bien, la lectura no es únicamente fuente de enriquecimiento personal; también nos ofrece una cierta ética que, como toda genuina moral, no es forma vacía y declaración retórica sino más bien postura esencial en y frente al mundo. Nos referimos a la genuina experiencia del “Querer Comprender”, voluntad que pone en obra de manera señalada nuestra condición de seres comunicativos, hechos de lenguaje. Esa Comprensión no debe ser entendida únicamente como un simple acto de decodificación de signos sino como el esfuerzo sincero por penetrar en el sentido del mundo que nos abre al reconocimiento y a la asimilación de aquello que en un principio nos parecía ajeno.

Desde tales perspectivas, cabría preguntarse, habida cuenta del estado de cosas en nuestro país, cuál es el grado de “Comprensión” con el que nos manejamos. La respuesta, me temo, no sería muy alentadora. En efecto, como resultado de la pobreza de nuestra vida cívica, de la descomposición de la política y del quiebre de nuestro mundo de valores, parecería que hemos rebajado drásticamente nuestras expectativas y que asimismo hemos perdido agudeza para distinguir lo aceptable o deseable de aquello que no lo es. No de otra manera se podría explicar la falta de sintonía entre las necesidades de los ciudadanos y la conducta de las autoridades; la aprobación o la resignación de grandes sectores de la población frente a actos corruptos; los espectáculos groseros que por doquier se nos ofrece cotidianamente; las propuestas absurdas e impertinentes con las que se insulta ya no nuestra inteligencia sino el simple sentido común; la reiterada indiferencia ante la interpelación permanente de los otros, sobre todo si ellos son los desposeídos, los marginados o los que sufren violencia.

Pareciera evidente –y sin embargo no ocurre así– que el horizonte al que deberíamos aspirar sea la constitución de una sociedad integrada por personas que se sientan mutuamente concernidas en su calidad de conciudadanos, de compatriotas y, sobre todo, de seres humanos. En esa comunidad, la razón, la verdad y el respeto a las leyes tendrían que ser los criterios que rijan nuestra convivencia. Pero eso no sería todo. También necesitaríamos restaurar la solidaridad, la compasión y la capacidad para valorar de modo sustantivo a los demás. Es decir, habríamos de hallar la posibilidad de un Comprender que no sólo sea categoría intelectual sino, y sobre todo, virtud moral.

Creo que en el Perú hace falta elevar nuestra capacidad de comprensión y entendimiento. Me refiero a la aptitud para distinguir lo bueno y conveniente de lo que carece de valor permanente, y a la capacidad para admitir lo diferente y acercarnos sin prejuicios a él. Alcanzar esa meta no es tarea rápida ni simple pero existen medios para aproximarnos a ella, y uno de esos caminos es aquel de la lectura en su más elevado sentido. Nuestro sistema escolar, como es sabido, ha descuidado dramáticamente la promoción de ese quehacer, si bien en años recientes se han emprendido algunos esfuerzos interesantes por enmendar el rumbo.

Resulta fundamental, para persistir en esos intentos, saber que leer y disfrutar de lo que se lee no significa únicamente una habilidad, en el sentido operativo del término y que, en el fondo, es una de las vías por las cuales se forman personas y se constituyen grupos humanos y sociedades, es decir, colectividades de Sujetos que se entienden y se pueden imaginar en “el lugar del otro” para así, hermanándose con él, respetarlo.

(*) Artículo publicado el 6 de febrero del 2011 en el diario La República.