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Opinión 19 de enero de 2018

Con ocasión de la visita del Papa, colegas de la comunidad PUCP entendimos que sería pertinente compartir algunas reflexiones:

El papa Francisco ya está entre nosotros. Llega en un momento oportuno en el que nuestro país enfrenta una crisis severa en torno al cuidado de la ética pública, a la credibilidad de los políticos y las autoridades. Así crece el desaliento y escepticismo frente al futuro de nuestras instituciones. Actitudes en las que –a pesar de los problemas– no debemos incurrir pues ceder ante el desánimo impide que podamos cambiar de modo positivo las circunstancias que vivimos. Más bien, resulta útil examinar con cuidado el lema asumido por el Papa como estandarte de su labor pastoral: “Unidos por la Esperanza”.

La unidad constituye una disposición fundamental para los cristianos ¿Qué lazo nos une? No se trata de una suerte de unanimidad en torno a los juicios sobre la realidad, tampoco de una cohesión puramente doctrinal. El cristianismo basa la unidad de los creyentes en el cultivo de la Caridad: amar a los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios y así cooperar con la Creación. Ahora bien, entendamos que amar a los seres humanos como hermanos implica poner especial atención en la vulnerabilidad de los más débiles –los pobres, los huérfanos, las viudas, los marginados…– y comprometerse con las exigencias de la Justicia respecto de su condición: uno no puede sostener que ama a Dios si no ama a su prójimo.

En efecto, la Caridad supone el cuidado de la Justicia. Las teologías inductivas de América Latina y África han destacado el reto de la Iglesia frente al escándalo del maltrato y la exclusión de las personas más vulnerables de la sociedad, recogiendo así el imaginario moral y espiritual de los evangelios y el legado de los profetas que colocan el énfasis en que nos comprometamos con nuestro auxilio a los más pobres y asumamos la protección del mundo natural y social en estos tiempos en los que se rinde culto al poder y al dinero como instrumentos de sometimiento y dominio.

La Esperanza alude a la confianza en Dios y en lo bueno, de modo que el curso del futuro obedece a la intervención de lo divino. Sin embargo, la Esperanza compromete también las decisiones y las acciones de las personas. Los seres humanos somos colaboradores en la construcción de la historia. Y el católico lo hace fundando su Esperanza al vincularla esencialmente con la Fe y la Caridad. El Papa aboga por la construcción de una cultura de la solidaridad que coloque en primer plano la condición de los seres humanos en tanto hijos de Dios, creados libres e iguales, dotados de libertad y dignidad.

El papa Francisco llega a nuestro país para anunciar esta cultura de la solidaridad. Ella constituye más un modo de vida que un sistema de ideas. Esta cultura entraña un rechazo radical a toda forma de violencia, tanto física como estructural, y constituye una fuente moral del encuentro fraterno entre las personas. Supone además nuestra apertura hacia la verdad y el cumplimiento de la justicia como claves centrales de su realización. Ello resulta crucial en las circunstancias actuales, en las que no resultaría sorprendente el que se intente usar de manera ilegítima el mensaje papal para así sustentar una idea equivocada de “reconciliación”.

Que la presencia de Francisco entre nosotros nos conduzca a reconocer y practicar las exigencias morales de la Caridad y la Justicia que brindan fundamento a la Esperanza.