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Opinión 21 de agosto de 2014

En efecto, la Sociedad Filarmónica de Lima cumple este mes 107 años. Tiene una edad más que suficiente para que la llamen “vieja” o “antigua”. Sin embargo, para nosotros, tantas temporadas acopiadas no son impedimento para considerar que nuestra asociación es también joven. Y ello porque en primer lugar la música nos ofrece un milagro: el de recuperar una y otra vez el tiempo, el de volver a experimentar el despertar de la conciencia. En segundo término porque nuestra sociedad rejuvenece cada año en su misión, al acoger nuevos artistas y al recibir a un renovado público. Recordémoslo: la música es por excelencia el arte del tiempo y, gracias a ella, las distintas generaciones, marcadas por historias diferentes, pueden sin embargo unirse y compartir las mismas grandes emociones.

La música es también el arte de las artes. Apela a la esencia de lo humano, pues aun antes que la palabra, existieron el ritmo y la melodía, el canto de los amaneceres y de las tardes, de los nacimientos y de los diarios avatares. Este ritmo de la vida es un milagro que proviene de la naturaleza misma, del cambio y del retorno de las estaciones, de los movimientos perfectos del corazón, del compás que siguen los brazos que acunan. 

La alta revelación que se abre en la confluencia de ritmo, armonía y melodía es un don accesible a todos. Ella nos devuelve emociones y experiencias, nos interna en el transcurrir del tiempo, nos induce a anticipar el sonido que vendrá. Enlaza, de esta manera, feliz el pasado con el futuro. 

Cuando los pueblos dependían de las estaciones y las estrellas, la existencia humana, en su rudeza y fragilidad, estaba llena de armonía. Hoy, en la era tecnológica, desapegados de los paisajes y las estrellas, la vida se llena más bien de ruido, de emociones disonantes, de percepciones desafinadas. Es entonces que la música nos devuelve esa cadencia primigenia que ofrece cauce a nuestras emociones y nos permite intuir lo infinito… 

Por ello ahora desearíamos que  todo nuestro ser y quehacer fuera como la música. Y la razón es porque en ella encontramos sentido y consuelo para el dolor, serenidad para la desazón, energía para liberarnos de lo ordinario. Mediante las obras de los grandes maestros, divisamos lo eterno y absoluto. Aproximarse a la música es, pues, un acto enriquecedor, que ensancha nuestro presente y da sustento a nuestros espíritus. 

A lo largo de 107 años, la Sociedad Filarmónica de Lima ha cumplido una misión sin duda llena de dificultades, pero que han sido siempre mucho menores que el amor y el compromiso de sus asociados. No de otra manera podría haberse cumplido hasta hoy el sueño de ofrecer ese tesoro vivo que son las temporadas de conciertos, en las cuales artistas nacionales y de otras partes del mundo han ejecutado  con maestría obras diversas en estilo y en época. 

Celebremos la vieja juventud de la Sociedad Filarmónica y hagámoslo también, y sobre todo, a modo de homenaje a nuestros amigos fieles que con su apoyo  han hecho posible que, añosos, miremos sin embargo el futuro con energía y esperanzas.