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Opinión 2 de julio de 2018

Presenciamos en las últimas semanas diversas expresiones de hostilidad desde el Congreso de la República en contra de la prensa independiente. Están, de un lado, las expresiones del presidente del Congreso, que pretenden ser amenazantes en general, y en particular denigratorias de un periodista crítico, el columnista Augusto Álvarez Ródrich. Se ha sabido, por otro lado, de las actitudes, también de pretensión intimidatoria, de un funcionario que funge de jefe de seguridad del Congreso y cuyos antiguos lazos con Vladimiro Montesinos han quedado expuestos. Por último, hay que colocar en esta lista una reciente ley dada por el Parlamento que impide que el Estado coloque avisaje en los medios de prensa, una medida que es presentada como un acto de cautela del bien común, pero que en realidad es represalia contra medios incómodos para quienes controlan el Congreso y para sus pequeños aliados.

El Congreso, como se sabe, está en manos de la familia Fujimori y de sus seguidores, clientes o socios. Por ello, esta arremetida contra la independencia de la prensa, aunque sea chocante y merecedora de crítica y vigilancia, está lejos de ser sorprendente. O quizá lo sea, pero únicamente para aquellos que han renunciado a la memoria o que quisieron ver en el fujimorismo una transformación democrática del todo inexistente.
Es conveniente, por ello, tener presente cómo fue el comportamiento de esta misma fuerza política en las épocas en que gobernó el país. Una vez más, como lo he hecho en recientes columnas, creo útil recordar lo que señaló en su momento la Comisión de la Verdad y Reconciliación entre sus conclusiones, después de su exhaustiva investigación.

La Comisión señaló que, en aquellos años, después de que se hubo derrotado militarmente a la organización terrorista Sendero Luminoso, “diversos hechos, algunos ciertos, la mayoría manipulados en los medios de comunicación, sirvieron para crear y recrear exageradamente el terrorismo como una amenaza latente, para justificar el autoritarismo del régimen y para desprestigiar a los opositores. La interceptación telefónica a políticos opositores, el acoso al periodismo independiente, el sometimiento y perversión final de la mayoría de medios de comunicación, los atentados y crímenes incluso contra miembros del propio SIN (…).”

Lo señalado habla, en realidad, de dos tendencias que vemos reeditadas en estos tiempos. Por un lado, la pretensión de someter a la prensa y de manejarla mediante el soborno, el chantaje y la amenaza en beneficio de intereses específicos de grupo y de convertirla en instrumento de ocultamiento y calumnia. Por otro lado, la táctica de presentar públicamente como terrorista a todo el que sostenga posturas críticas a ese grupo político o incómodas para sus intereses o, más ampliamente, para su visión del país y su comprensión tergiversada de la política. Los ataques contra el Lugar de la Memoria y contra diversos intelectuales dan testimonio de ello. La memoria, pues, es importante también para entender lo que está ocurriendo en estos días.