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12 de agosto de 2017

Según Carla del Ponte, especialista suiza de crímenes de guerra sobre todo en Rwanda y en ex Yugoslavia, la ONU no puede hacer nada concreto en el caso de Siria en razón del veto de Rusia y de China, miembros del Consejo de seguridad (15 países entre los cuales cinco tienen derecho al veto: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China). Por ello, “no habrá ni acusación ni tribunal especial, al menos actualmente”, indicó. Esta situación es calificada de frustrante, sobre todo “porque sin justicia en Siria no habrá nunca paz, y en consecuencia ningún futuro [para la sociedad siria]”. Del Ponte ha precisado además que “no ha visto nunca antes un conflicto tan violento en el cual hay tantos niños muertos, torturados, decapitados”, expresó. Ha precisado que los crímenes conciernen también a los otros actores armados, tanto los rebeldes como los terroristas del Estado Islámico y de otros grupúsculos islamistas y los Kurdos del norte del país que reclaman la independencia. En fin, su “renuncia es también una provocación que debe servir a presionar el Consejo de Seguridad”. Sin embargo, si la situación cambia, Del Ponte ha anunciado su retorno a esta Comisión de la ONU. Por su lado, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha anunciado que la Comisión encargada de Siria continuará sus investigaciones a pesar de la renuncia de Carla del Ponte (Le MatinLe Monde del 13 de agosto de 2017).

La guerra interna en Siria

Recordemos que la guerra interna en Siria empezó en febrero de 2011, cuando la llamada “Primavera árabe” se expandió desde Túnez a Egipto y luego a la mayoría de países árabes. En Siria, el presidente Bachar al-Assad (heredero de la dictadura de su padre en 2000) frenó las grandes manifestaciones de la juventud y de la oposición democrática e instauró una represión extremadamente violenta contra la sociedad civil siria que exigía —como el resto del mundo árabe que siempre vivió bajo sistemas autoritarios y dictatoriales— democracia, libertad de expresión y respeto de los derechos humanos.

En julio de 2011, varios cientos de militares abandonaron filas y fundaron el Ejército libre de Siria. En octubre de 2011 se creó un Consejo nacional sirio en Turquía agrupando la oposición política. China y Rusia se opusieron desde este período inicial a la publicación de una resolución de la ONU condenando la extrema violencia del gobierno sirio. En agosto 2011, los Estados Unidos y Bélgica pidieron la renuncia del presidente Assad. Turquía y los países del Golfo rompieron relaciones con Siria. Rusia e Irán, apoyados por la China, siguen apoyando el régimen de Assad y lo aprovisionan en armas. Arabia Saudita y Qatar arman discretamente los rebeldes y los Estados Unidos hacen lo mismo a partir de 2012. A partir de 2013, Assad declara una “guerra total a los subversivos”. El 21 de agosto de 2013, Assad lanzó el primer ataque de armas químicas en Damas contra la población civil, se estima que murieron 1,500 personas ese día. El grupo yihadista Estado Islámico se instaló en Siria en abril de 2013 y en junio de 2014 proclamó el califato entre Irak y Siria; los terroristas comienzan a cometer atentados y ejecuciones espantosas de los “enemigos del islam sunita”.

El 8 de agosto de 2014, los Estados Unidos comenzaron los bombardeos contra las bases del Estado Islámico en Irak y pidieron la creación de una Coalición Internacional; alrededor de 60 países occidentales y árabes aceptaron y contribuyen desde entonces con la logística con armas y financiamientos. En setiembre de 2015, Rusia comenzó su intervención militar contra la oposición política de Assad. El conflicto sirio refleja, desde entonces, la oposición internacional radical entre los países occidentales y Rusia que sigue siendo un país autoritario y sin democracia real.

El 18 de diciembre de 2015, la ONU votó una resolución que preveía la instalación de una transición política y la organización de elecciones 18 meses después. Pero las negociaciones fueron rechazadas por Bachar al-Assad. En esta época, se estima que 4,8 millones de Sirios (sobre un total de 27 millones) había emigrado buscando refugio en los países vecinos y en Europa (Le Monde, marzo de 2017, 6 años de guerra en Siria[1]).

Los crímenes de guerra en Siria y la debilidad de la ONU

En diciembre de 2016, la Asamblea general de la ONU aprobó (por resolución sometida a voto) la creación de un grupo de trabajo encargado de preparar documentos sobre los crímenes de guerra en Siria, que debía trabajar en colaboración con la Comisión creada en 2011. La resolución estaba apoyada por 58 países, entre los cuales se encontraban: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania e Italia, Turquía, Arabia Saudita y Qatar. Sobre un total de 193 miembros de la ONU, 105 la aprobaron, hubieron 52 abstenciones y 15 votos en contra, entre los cuales estuvieron Rusia, China e Irán. Rusia ha aportado su apoyo militar al régimen de Assad desde 2014, con el objetivo evidente de extender su influencia en esta región rica en petróleo y gas. En 2014, el Consejo de seguridad pidió expresamente que la Corte penal internacional realice una encuesta sobre los crímenes de guerra en Siria. Pero Rusia y China se opusieron utilizando su “derecho” al veto. Por su lado, el régimen sirio representado por Bachar Jaafari en la ONU, calificó la resolución de representar una “ingerencia flagrante en los asuntos internos de un Estado soberano.” (Le Parisien del 22 de diciembre de 2016). Finalmente, el 23 de febrero de este año, la ONU intentó nuevamente abrir las negociaciones de paz sin ningún resultado concreto hasta el día de hoy (Le Monde, marzo de 2017). Más aun, el consenso internacional que exigía la partida de al – Assad y la transición hacia un gobierno democrático ya no existe desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca y desde que Emmanuel Macron fue elegido presidente en Francia. El “pragmatismo político” parece haber ganado la partida, sobre todo cuando se espera recuperar el petróleo y el gas sirio.

Desde febrero, la situación de la guerra interna en Siria, internacionalizada con la creación del “califato” del Estado Islámico entre Siria e Irak, está bloqueada a nivel internacional. La ONU y el resto del mundo observan en la más total impotencia las atrocidades que cometen a diario los actores de esta guerra: el ejército sirio del régimen de Assad, los rebeldes sirios divididos en facciones religiosas, los combatientes Kurdos y los terroristas del Estado Islámico, apoyados por miles de jóvenes del mundo entero que llegan a la participar en la “guerra santa”, es decir una nueva “causa” por la cual morir.

La Comisión de investigación de la ONU sobre los crímenes de guerra en Siria ya ha entregado varios informes detallando las atrocidades del régimen de Assad contra los civiles y también aquellas que son cometidas por las milicias, ello a pesar de que nunca pudo obtener la autorización del gobierno sirio. En marzo de 2017, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos estimaba que habrían 465,000 muertos y desaparecidos y 4,9 millones de refugiados.

Los términos de la renuncia de Carla del Ponte son muy positivos en el plano internacional dado que demuestran explícitamente que la ONU es una organización que no ha logrado imponer sus propias resoluciones para evitar o para frenar las graves violaciones de derechos humanos de cientos de miles de civiles. ¿Cómo explicar esta situación? Simplemente por el hecho que desde el inicio, la ONU ha creado grupos de países en función de su poderío militar y económico. En una palabra, todos los países del mundo no son iguales entre sí, existe una jerarquía que distingue aquellos que tienen poderío militar y financiero (los 15 países del Consejo de Seguridad) y el resto del mundo. Entre los 15 países que tienen más peso en el mundo y en la ONU existen solamente 5 países que pueden bloquear las resoluciones simplemente porque se oponen a sus intereses militares y económicos. El “derecho de veto” es en realidad el derecho del más fuerte, que se acompaña de la falta de derecho de los débiles. Extraña paradoja en una organización internacional que pretende defender el “orden y la paz mundial”.

El mesianismo político: nuevo enemigo de la democracia occidental

Esta situación compleja ha sido analizada en modo brillante por el filósofo e historiador Tzvetan Todorov en su libro Los enemigos íntimos de la democracia (2012), uno de los últimos que escribió antes de su triste desaparición el 7 de febrero de 2017, en Paris. Según Todorov (2012: 50 et sqq.), en el marco de la revolución francesa de 1789, aparece la idea que la voluntad humana de una colectividad puede imponer el bien y el bienestar para todos los miembros de una sociedad, se trata de un “mesianismo político” que se inspira de los movimientos milenaristas de la Edad Media europea. Sin embargo, el Mesías ya no es Jesucristo sino el pueblo. En ese marco de creación de una sociedad nueva y de un hombre nuevo, el mesianismo político ha tenido tres fases: la primera se caracterizó por las guerras  coloniales europeas y por la expansión de las revoluciones comunistas; la segunda fue la destrucción del totalitarismo comunista entre 1989 y 1991; y la tercera fase es la que vivimos actualmente y que consiste en imponer la democracia y los derechos humanos por la fuerza.

En una palabra, los países dominantes, en particular los Estados Unidos, se han auto proclamado “defensores de la democracia” aun cuando ello implique la intervención militar en países subdesarrollados considerados autoritarios. Todorov plantea que esta política que empezó en 1999, cuando la ONU autorizó a la OTAN a intervenir en la guerra de Yugoslavia, debilita la democracia interna de los países occidentales que la vienen utilizando en otros conflictos internacionales; en particular en Irak (1990, 2003), en Afganistán (2001), en Libia (2011), y en Siria (2011). El mesianismo político ha empeorado desde que Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos dado que, contrariamente a su propaganda electoral, está afirmando sin cesar el rol de gendarme planetario de su país para imponer la “democracia” con los bombardeos en Siria, en Irak, en Afganistán, y quien sabe en cuantos otros países ulteriormente (Corea del Norte, Venezuela…). Para Todorov (2012: 107 et sqq.), los efectos concretos de esas empresas militaristas son muy negativos: en primer lugar porque la violencia de los medios militares y las torturas banalizadas en las prisiones occidentales que luchan contra el terrorismo anulan la causa noble de la democracia; y en segundo lugar porque la imposición autoritaria del “bien por la fuerza” implica que las sociedades subdesarrolladas son incapaces de gobernarse, y que para ser “liberadas” deben someterse primero al poder de los más fuertes. El resultado final de esa contradicción interna es que los valores democráticos desaparecen detrás de los imperativos económicos (petróleo, gas) y políticos (dependencia).

Reflexiones finales

Actualmente el grupo terrorista Estado Islámico está retrocediendo, la ciudad que les servia de bastión en Irak, Mossul, ha sido retomada por el ejército de Irak en julio de este año. Y la ciudad de Raqqa, que era su capital en Siria, debe caer próximamente bajo el efecto conjunto del avance del ejército de Assad y de las bombas rusas. Sin embargo, la situación de violencia interna no se terminará rápidamente ni en Irak ni en Siria, ni en los países vecinos. Toda esta región del mundo árabe está congestionada por las guerras internas que oponen las sociedades civiles (divididas por diferencias de objetivos) a los regímenes sanguinarios como el de Assad en Siria que ha aceptado la participación de potencias exteriores (Rusia e Irán) para conservar su poder. Estas guerras locales y regionales se han vuelto más complejas aun por la emergencia del terrorismo islamista representado por el Estado Islámico. Ya he aportado algunas reflexiones sobre este grupo terrorista que utiliza los discursos violentos del islam (explicitados en El Corán y nunca reformados), para reclutar combatientes de su “guerra santa”. En realidad esta “guerra santa” (yihâd) se funda sobre una interpretación nihilista de la religión islámica y concierne no solo Irak y Siria, sino también el “Occidente”, presentado en su propaganda como el “gran Satán”, responsable de todos las desgracias de los musulmanes.

Recordemos que esta perspectiva ya estaba presente en los discursos y en las acciones terroristas de Al-Qaeda. La diferencia con el Estado Islámico se funda en el hecho que este ha querido crear un “califato” con un territorio definido en el cual pueden aplicar la sharia, o ley islámica, del modo más retrogrado y sanguinario, en tanto Al-Qaeda quería crear una umma, o comunidad de musulmanes asociados espiritualmente vía Internet. En forma esquemática podemos decir que el proceso de transformación actual de los países árabes y/o musulmanes está atravesando un periodo de guerras que serán muy largas y en las cuales la participación de los países “occidentales” es, a fin de cuentas, muy nefasto: tanto para los cientos de miles de civiles que están muriendo como parte de los “daños colaterales” bajo las bombas rusas y/o de la “coalición internacional” que lidera Estados Unidos, como para los “Occidentales” de Europa, Estados Unidos o Australia que son víctimas de atentados terroristas desde 2001.

La voz de la razón debería empujar a las potencias occidentales a retirarse de esos escenarios de guerras locales que producen muertes de civiles y soldados que, muy probablemente, no entienden ni la razón de los conflictos, ni la razón de una presencia extranjera en su suelo. Contrariamente al discurso ordinario de las potencias occidentales, no se trata de una “lucha de la democracia contra el terrorismo islamista”, se trata de luchas internas de sociedades que rechazan la modernización de sus valores “musulmanes”, y que necesitarán algunas décadas para transformarse realmente.

Como dice Todorov, el “mesianismo político” que trata de imponer la democracia con las bombas, no tiene ningún sentido, es absurdo, y está destinado a provocar muerte y destrucción por causas totalmente falsas. De modo sorprendente, esta situación no es tema de debate, ni de oposición en los países “occidentales” sobre todo en Estados Unidos y en Europa donde nadie reclama el fin de los envíos masivos de militares a cualquier parte del mundo para defender “los valores de la civilización occidental”. En realidad no existe ninguna lucha de “civilización” como creía el lamentable señor Hungtinton. Existen conflictos regionales y un proceso de transformación de sociedades musulmanas que vivieron hasta hace poco bajo el autoritarismo militarizado y han decidido de poner fin a esta situación. Pero ese proceso de largo aliento no puede imponerse con las armas. Contrariamente a la creencia absurda de los poderosos dirigentes “con poder de veto” en la ONU, que usan de su “derecho de ser los más fuertes”, no es bombardeando el Medio Oriente que el terrorismo va a desaparecer en Europa o en Estados Unidos (ni en África, ni en Asia, el nuevo terreno del terrorismo yihadista). Al contrario, mientras ellos bombardeen el Medio Oriente, los atentados van a continuar en todas partes del mundo pues los ataques de guerra no son neutros, traen siempre represalias.