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Opinión 8 de julio de 2016

Se trata sin duda de una crisis que compromete diferentes frentes de reflexión. En primer lugar, revela una discrepancia sensible entre los diversos países que componen el Reino Unido. Existe también una cierta división en la opinión bajo una consideración de tipo generacional: la población más joven apoyó fundamentalmente la permanencia en la Unión Europea, mientras que la población de edad avanzada promovía el retiro británico. Se ha señalado incluso que la mayoría del electorado con formación profesional votó por la continuidad de los vínculos con Europa, en contra de la prédica de la ultraderecha local.

La extrema derecha europea –aquella que reivindica los sentimientos nacionalistas y el rechazo de los inmigrantes– ha acogido la noticia con entusiasmo, y ha sugerido convocar a consultas de ese estilo en sus propios países. En los Estados Unidos, el candidato conservador Trump ha saludado la decisión, considerablemente afín a su discurso xenófobo. Los defensores de la Unión Europea, por su parte, han propuesto que el Reino Unido abandone la Unión lo más rápido posible, e incluso han recomendado que se retire el inglés como una de las lenguas oficiales de la Comunidad. Se trata pues de un asunto complejo, que ha desatado enfrentamientos verbales y gestos de hostilidad reñidos con la observancia de las reglas de la política moderna.

Consideramos que la formación y la consolidación del proyecto de la Unión Europea constituyen un importante logro en la vida de Occidente. Son la expresión de un hecho crucial, a saber, que un conjunto de países que en el pasado se enfrentaron en guerras cruentas son capaces de superar antiguas enemistades y suspicacias para actuar como una entidad común. La cooperación económica y política, así como la promoción de la movilidad geográfica y laboral a lo largo de todo el territorio europeo muestran con nitidez que este sueño de integración y paz pudo hacerse realidad. La Unión Europea ha defendido en diversos niveles la implementación de medidas de carácter humanitario, como la acogida de refugiados provenientes de zonas de conflicto, particularmente en Siria e Irak. Esta decisión ha sido criticada por la extrema derecha, sin la mediación de un debate detenido sobre un tema tan importante en términos éticos y jurídicos.

El proyecto de la Unión Europea encarna muy bien el carácter integrador y cosmopolita propio de un programa ilustrado de vida social. Ha sabido ejercer la cooperación institucional, económica y académica desde un espíritu intercultural basado en el cuidado de los derechos humanos y el respeto de lo diverso. Tal ejercicio no ha supuesto la desatención de las raíces locales, el cultivo de los idiomas y las tradiciones particulares de cada país. La integración no sacrifica las múltiples identidades presentes en Europa ni brinda razones a arcaicos nacionalismos que buscan socavar una experiencia que –perfectible– nos muestra la posibilidad de construir lazos sólidos que permiten –sin desconocer lo propio- hermanar lo diverso en vistas de fines superiores.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(08.07.2016)