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Opinión 30 de enero de 2015

Esa conformidad con el horror fue una muestra dolorosa del estado de degradación al que nos encaminábamos. La indiferencia ante la muerte de los pobres, de los excluidos de siempre fue –lo es todavía– una de las grandes derrotas morales que nos infligió la violencia armada. 

Por ello, la voz que elevó la CNDDHH en esos años –que era también la de esa admirable mujer que fue Pilar Coll y la de las madres andinas que desde años clamaban por la vida de sus hijos desaparecidos– debe ser oída, en retrospectiva, como una voz de regeneración, como un llamado a humanizar nuestra vida colectiva. Desde entonces, esa institución ha sido una constante, exigente y necesaria presencia en nuestra imperfecta democracia y, también, una muestra de que, contra lo que diariamente nos muestran los poderosos, el Perú sí tiene las reservas morales e intelectuales necesarias para convertirse, algún día, en una auténtica democracia, en una república de ciudadanos.

Humanizar a un país como el Perú de esos años, atrapado por la violencia, requería valor. Se luchaba no solo contra la ramplonería de un sentido común, que llamaba a oponer violencia ciega a la violencia ciega, sino también contra fuerzas concretas, materiales y mortíferas como las amenazas y represalias de quienes preferían actuar en la impunidad y libres de toda crítica. Se requería y también se requiere ahora, de una gran energía intelectual y una fuerte estructura moral para desafiar al racismo convencional peruano, aquel que, desde la cúpula del Estado hacia abajo, justificaba la exclusión, la discriminación e incluso la muerte, si las víctimas se limitan a los ciudadanos indígenas del Perú.

La defensa de los derechos humanos emprendida por la Coordinadora fue, desde el inicio, una posición de principios que rechazaba el atropello de la vida y de la dignidad humanas viniera de donde viniera. Una grosera mentira de los partidarios de los crímenes de Estado es que ella fue contemplativa frente a los crímenes de Sendero Luminoso. Eso es simplemente una calumnia. La Coordinadora no solo condenó en los términos más enérgicos a esa organización terrorista, sino que fue, asimismo, una de las pioneras en afirmar que no solo el Estado es el que puede ser acusado de violaciones de los derechos humanos.

En una democracia imperfecta, en una vida política degradada como la que hoy tenemos, la CNDDHH sigue siendo una señal de que aún tenemos voluntad y energía para ser mejores. Su aniversario debe ser reconocido como un testimonio de ello.

(30.01.2015)