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Opinión 20 de noviembre de 2014

Según los autores del Informe, el Estado Islámico «decapita civiles, fusila y lapida hombres, mujeres y niños en lugares públicos de las ciudades del noreste de Siria», los cuerpos de las víctimas son expuestos en cruces durante tres días, y las cabezas de las personas decapitadas son plantadas en los parques para infundir terror en la población y advertirles de las consecuencias de su rechazo al control total del Estado Islámico. En setiembre, Amnistía Internacional publicó un informe donde acusa a la mencionada organización de elelvar a cabo una «limpieza étnica» en el norte de Irak y de perpetrar ejecuciones masivas, en particular, contra las minorías turcas chiitas y los Yazidis. Se estima además que entre 2,500 y 7,000 mujeres y adolescentes de esas minorías han sido capturadas como botín de guerra y varios cientos de Yazidis han sido vendidas en Mossul como esclavas a un precio promedio de 150 dólares [Le Monde, RFI].

La proclamación de un Estado Islámico (califato), el 29 de junio de este año, representa un hecho crucial en el desarrollo del extremismo islamista que se manifestó ante el mundo el 11 de setiembre de 2001. Como sabemos, en esa fecha, el grupo Al Qaeda dirigida por Osama Bin Laden realizó varios atentados contra Estados Unidos. Desde entonces, estas acciones terroristas — resultado de la guerra que lanzó Estados Unidos contra Irak en 1991— se está desplegando con mucha fuerza a nivel mundial, tanto en los países árabes, como en los países musulmanes de Asia (Pakistán, Indonesia), Europa occidental y Estados Unidos. Para los dirigentes de las organizaciones terroristas islámicas – Al-Qaeda, Boko Haram y Estado Islámico – se trata de una «guerra total del mundo musulmán contra el Enemigo occidental», culpable de haber instaurado su dominación desde hace varios siglos sobre los pueblos musulmanes y de haber asesinado miles de ciudadanos en sus guerras contra Irak, contra Afganistán y, recientemente, en sus intervenciones armadas en Libia, en Mali, en Siria y en Irak. De forma paralela, los dirigentes norteamericanos y europeos que intervienen en las guerras de los países arabes (Francia, Reino Unido, Alemania, Italia), afrontan al enemigo terrorista musulmán enviando armas a la resistencia, y también en sus propios territorios donde ya han tenido lugar varios atentados desde 2011. La alerta antiterrorista ha sido reinstalada tanto en Europa, Estados Unidos y en la mayoría de países del norte de Africa.

¿Cómo entender esta situación compleja ? En realidad existen dos dinámicas sociales y políticas que se desarrollan de forma paralela desde las décadas de 1980 y 1990. La intervención de la entonces Unión Soviética en Afganistán, seguida por la invasión norteamericana en Irak en 1991, han sido concebidas por los sectores islamistas fundamentalistas (o salafistas), partisanos de la guerra santa (jihad, por lo cual se los llama jihadistas), como ataques de los «occidentales-cristianos» por los dirigentes extremistas musulmanes de esos países. El enemigo imperialista ha sido reducido a su «esencia religiosa». Por ello el fundamentalismo islámico ha podido desarrollarse en tanto ideología política. Sin embargo, esta corriente no ha podido plasmar las esperanzas en un cambio radical del modelo de sociedad conservador, anti-moderno y autoritario de todos los países musulmanes del mundo.

Por ello, la aspiración ciudadana a la democracia, a la igualdad y a libertad de expresión y de culto se ha patentizado desde inicios de los años 2000 en los países del Norte de Africa (sobre todo en Túnez, Algeria, Libia y Egipto). El movimiento de jóvenes que defienden la democracia se ha manifestado por grandes rebeliones populares en Túnez, en Egipto y en Siria y las cuales fueron masivamente reprimidas, aunque con diferencias notables. En Túnez, luego de un largo período de enfrentamientos, la sociedad está llegando a un nuevo equilibrio social y parece dirigirse hacia una democracia. En Egipto, luego de la caída del dictador Hosni Mubarak en febrero de 2011, se instaló un breve gobierno democrático (encabezado por Mohamed Morsi, miembro de los Hermanos musulmanes), interrumpido por un golpe militar en junio de 2013, dirigido por el general Sissi. Desde entonces el país vive una situación de guerra civil.

A inicios de 2011, en Siria se constituyó un movimiento de defensa de la democracia contra el dictador Bachar al-Assad. La terrible represión que éste desencadena contra el pueblo sirio provoca la creación del Ejército sirio libre, apoyado por los occidentales y por Turquía. En agosto de 2012 los rebeldes ocuparon Alep y Damasco, pero poco después los jihadistas empezaron a llegar a Siria y a mezclar sus luchas con las del movimiento democrático. Ese proceso es similar en los otros países arabes donde las revoluciones pro-democráticas han degenerado en guerra civil con la intervención de los extremistas musulmanes. En Siria, se estima que la guerra ha provocado más de 170,000 muertos y más de 3 millones de refugiados.

En forma paralela a ese movimiento de revoluciones populares árabes pro-democráticas, la guerra civil en Irak, vecino de Siria, ha empeorado y la presencia de los militares de la coalición occidental -. norteamericanos y europeos – es un factor que interviente directamente en la polarización de un conflicto «contra los Occidentales» que ocupan el territorio iraquí y que mantienen también su presencia en Afganistán para controlar el desarrollo del terrorismo islámico. Es esta situación la que ha favorecido el nacimiento de otra organización, mucho más extremista en el terror que Al Qaeda: el Estado Islámico.

Desde el punto de vista ideológico, el Estado Islámico es una mezcla de Al-Qaeda, de quien ha tomado el concepto de «reconstitución de la umma» [la comunidad universal musulmana] y del extremismo de Saddam Hussein que defendía a los Sunitas de Irak contra los Chiitas, sobre todo de Irán. Se trata de una antigua división de la sociedad musulmana que perdura hasta hoy bajo la forma de oposición geopolítica. Los Sunitas son mayoritarios y los Chiitas representan 15% de los musulmanes, siendo a su vez mayoritarios en Irán.

La organización Estado Islámico se creó en 2006 en Irak y estuvo asociada en un inicio a Al-Qaeda. Se separó del mencionado grupo en 2013. El dirigente principal del EI se hace llamar Abu Bakr al-Bagdadi (no se conoce su identidad) y el 29 de junio de 2014, proclamó el nacimiento del Estado islámico de Irak y del Oriente (dawla al-islamiyya fi-l-iraq wa sham), que sus enemigos designan con la sigla DAESH [poder en Oriente]. Al-Bagdadi se proclamó «califa, sucesor del profeta Muhammad», bajo el nombre de Ibrahim. En poco tiempo, y gracias a las alianzas establecidas con los grupos tribales sunitas fieles a Saddam Hussein, el Estado Islámico ha logrado ocupar un vasto territorio en el norte de Irak (40%), a partir de la ciudad de Mossul, y del norte de Siria (25%). Hasta enero de 2014, la organización terrorista recibía financiamientos de Arabia Saudita y de Qatar, fondos que dejaron de apoyarla cuando la guerra se dirigió contra otros grupos extremistas que ellos tambien financian en Siria. En realidad el Estado islámico se autofinancia con la explotación de petróleo de las zonas ocupadas, el cual es comercializado en el mercado negro.

Desde entonces, los Estados de Irak y de Siria han visto reducida su capacidad estatal y la guerra es total. 22 países occidentales (entre los cuales están Australia, Bélgica, Holanda y España), y otros países musulmanes (Arabia Saudita, Egipto, Omán, Kuwait), han formado una coalición para oponerse al avance de esta fuerza terrorista bajo el liderazgo de Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Las únicas fuerzas que combaten directamente a los terroristas de Daesh son los pergamesh, combatientes kurdos de Irak, recientemente apoyados por kurdos de Siria, quienes lograron obtener la autorización de atravesar el territorio turco. La coalición occidental envia material de guerra y ataca algunas posiciones militares con drones y aviones de combate, pero nadie está dispuesto a enviar tropas pues el costo humano sería demasiado alto.

La grave crisis que atraviesan Irak y Siria tiene repercusiones en todos los países arabes y musulmanes, pero también en Europa y en Estados Unidos, que están afrontando una vez más una alerta general luego de las ejecuciones de seis personas desde agosto. Los rehenes occidentales fueron decapitados para aterrorizar a los gobiernos británico, estadounidense y francés.  Así, han sido últimados James Foley (EE.UU., 19 de agosto), Steven Sotlof (EE.UU., 2 de setiembre), David Heines (Reino Unido, 13 de setiembre), Hervé Gourdel (Francia, 24 de setiembre), Alan Henning (Reino Unido, 3 de octubre) y el domingo 16 de noviembre, el estadounidense Peter Kassig, junto con 18 soldados sirios, también decapitados.

La estrategia de terror del Estado Islámico se combina con el reclutamiento masivo de jóvenes musulmanes, o aquellos que se convierten al Islam y migran para incorporarse a las filas terroristas. El EI está captando a quienes ya eran miembros o simpatizantes de Al-Qaeda y el reclutamiento se extiende vía Internet a todos los grupos extremistas musulmanes del mundo. En Europa, ello implica una nueva situación de tensión al interior mismo de sus países, donde las minorías musulmanas están afrontando el recelo y la sospecha de sus compatriotas que empiezan a verlos como «terroristas potenciales». La polarización de esta situación, agravada por la grave crisis económica, es visible en el aumento del racismo y de las violencias registradas entre las comunidades musulmanas, judías y cristianas, sobre todo en Francia. Las migraciones de judíos franceses han aumentado desde agosto de este año, tanto hacia Israel como hacia otros países europeos.

En consecuencia, la situación de guerra y de tensión asociada al terrorismo islámico afecta las relaciones entre «occidentales» y «musulmanes» en todo el mundo, aunque en realidad la confrontación no es de tipo cultural, como se entendía el «choque de civilizaciones» del que hablaba Samuel Hungtington (1996), sino más bien regional. El Estado Islámico utiliza las mísmas estrategias que los grupos comunistas que querían imponer una sociedad perfecta: el terror y el reclutamiento de jóvenes a los que se les ofrece el mundo en cambio de su sacrificio es idéntico al que hemos observado en Rusia o en China y, más cerca de nosotros, en el Perú durante el conflicto armado interno iniciado por Sendero Luminoso contra la sociedad y el Estado. Sin embargo, a quienes está atacando y haciendo sufrir es a su propio pueblo. Las víctimas de crímenes contra la humanidad son las poblaciones civiles iraquíes y sirias. Deberán ser confrontados tanto militarmente, como en el terreno de la ideología y de la desaparición de sus fuentes de financiamiento. Muchos intelectuales musulmanes están denunciando el extremo conservadurismo religioso de algunas corrientes del Islam, cuya rigidez colabora para que el Corán y la sharia sean instrumentalizados por los extremistas que pueden continuar a lanzar llamados «a la guerra santa [jihad]» contra los «infieles cristianos y judíos».

En última instancia, no se trata de una guerra entre «occidente y oriente musulman», sino de un conflicto entre extremistas que fueron apoyados por potencias musulmanas ultra conservadoras (Arabia Saudita, Qatar, Irán), y partisanos Árabes de un cambio radical de las estructuras políticas ultra conservadoras y autoritarias (apoyados por muchos países occidentales y por Turquía). Este conflicto, focalizado en Oriente Medio y el Norte de Africa se está extendiendo, su duración será larga, las fronteras actuales se pueden redefinir y todos nos veremos envueltos en ese proceso de transformación de la sociedad a gran escala.

Escribe: Mariella Villasante, investigadora asociada del IDEHPUCP