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Opinión 3 de diciembre de 2018

No es fácil condensar en pocas palabras una trayectoria que ha sido brillante en tantos sentidos. Menos aun cuando la persona que ha partido ha compartido distintos tipos de espacios con quien escribe estas líneas.

El sábado 24 de noviembre Enrique ha fallecido luego de una larga enfermedad que, sin embargo, nunca lo apartó de sus quehaceres y sus compromisos. El país ha perdido así, en un momento especialmente crítico, una voz sabia y serena, la palabra siempre orientadora de uno de los más profundos conocedores de nuestra realidad constitucional y política.

La trayectoria intelectual de Enrique Bernales estuvo siempre vinculada a la Universidad Católica, de la cual se lo puede considerar un profesor emblemático. En esa calidad, ha sido maestro de varias generaciones de juristas, pero su legado se puede considerar, también, extensivo a las ciencias sociales. Ese doble valor de su trayectoria en nuestra Universidad no es sino el reflejo de la amplitud y riqueza de sus inquietudes y de su preocupación por la realidad peruana.

Si fue más conocido en el ámbito público como un experto en temas constitucionales, es justo decir que esa inquietud estuvo siempre aunada a un agudo interés en los problemas de nuestra sociedad, y esto último no solamente en calidad de estudioso sino también en la de ciudadano y hombre dedicado al quehacer político.

En la dimensión personal, tuve el privilegio de conocer más de cerca sus calidades intelectuales y humanas en los dos años en que fuimos integrantes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Ese fue un encargo que recibimos de la Nación y que, me aventuro a decirlo, marcó su vida y su visión del Perú con la misma intensidad con que ha marcado las mías y las de los demás miembros de la comisión. Fue un trabajo en el que nos correspondió mirar de frente el sufrimiento y la injusticia en el Perú –aspectos que no eran, desde luego, desconocidos para Enrique– en la voz directa de las víctimas y en la investigación acuciosa de atroces crímenes.

Es difícil, cuando se enfrenta hechos y procesos tan terribles, y cuando se tiene la misión de informar sobre ello a toda una sociedad, encontrar el tono adecuado, dar con una interpretación abarcadora y justa, remitir todo lo sabido a un discurso comunicable, que no trivialice los hechos, pero que a la vez los convierta en una fuente de aprendizaje y reflexión.

Me animo a decir que, en ese trance, en esa búsqueda, la voz de Enrique fue fundamental y que, contando con ella, en nuestro diálogo grupal, pudimos encontrar las formas adecuadas de comunicar al país nuestros hallazgos y reflexiones.

Además de ser un conocedor del derecho, un estudioso de la realidad, social peruana y un experto en derechos humanos de renombre internacional, Enrique Bernales fue un amante de las artes, y en particular de la lírica. En esa pasión suya encontramos, una vez más, ese espíritu de fineza (para decirlo con Pascal) que se reflejaba, también, en sus sutiles comentarios sobre nuestra trepidante realidad. Nos hará mucha falta ese espíritu y esa voz en el futuro.