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Opinión 10 de febrero de 2013

Por ello, no podemos entender que el olvido se opone a la memoria, todos olvidamos y en el proceso de recordar, muchas veces elegimos olvidar. Las preguntas importantes son qué recordamos y qué olvidamos y por qué sucede esto. En este sentido, existen sucesos traumáticos, como guerras, masacres, torturas o cualquier tipo de graves violaciones de derechos humanos, que pueden convertirse en hitos de memoria, tanto personales como colectivos. Cómo aborda cada persona y cómo aborda la sociedad en su conjunto estos hechos es un reto para el que no hay una forma predeterminada de proceder.

En el Perú, el conflicto armado interno vivido entre 1980 y el 2000 es un hito de memoria, ya que gran parte de los peruanos recuerdan algo relacionado con ese periodo. Pero este no fue un suceso homogéneo, por el contrario, resalta por la heterogeneidad con la que fue afrontado por diversos sectores de la sociedad. En la memoria de algunos están los actos terroristas de Sendero Luminoso o el MRTA, en la de otros pueden estar las violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado, también pueden existir actos concretos como secuestros, el uso de niños soldados, desapariciones forzadas o torturas, que quizás no se recuerden con especial preocupación con respecto a qué grupo pertenecía el culpable. Asimismo, también existen en la población memorias de acciones de heroísmo de civiles y militares, de acciones de inteligencia bien desarrolladas, de la alegría que se sintió cuando el conflicto iba terminando, entre muchos otros recuerdos. En ese sentido, es normal que existan en el Perú memorias disímiles de lo ocurrido durante esta época y, ello, no debe sorprendernos, por el contrario, nos sorprendería la existencia de una sola “verdad”.

En este proceso de memoria, lo que hoy se recuerde u olvide será conforme a este diálogo continuo entre pasado, presente y futuro, entre lo individual y lo colectivo, entre los hitos que marcaron a una persona o a una parte de la sociedad y que por algún motivo hoy regresan al debate. Ello genera espirales de memoria donde está permitido recordar y olvidar, afrontar el pasado desde las interpretaciones que el presente nos da y conforme a lo que se espera del futuro. El problema no es que la gente hable sobre sus diversas memorias, el problema es el uso que se le puede dar a estas, es decir: la instrumentalización de la memoria con fines políticos, económicos o de cualquier otra índole.

En ese sentido, encuentros como el del 24 de enero en el Instituto de Estudios Peruanos para el coloquio “Diálogos por la paz y la memoria”, donde civiles y militares se sentaron en la misma mesa para discutir sobre sus percepciones de lo acontecido en el conflicto armado peruano no son solo importantes, sino que son necesarios.

En el Perú, muchas veces se intenta establecer una verdad irrefutable de lo ocurrido, sin tener en consideración el complejo proceso donde se enmarca la memoria. Es cierto, existen límites, dentro del marco general que la propia sociedad establecerá y que pueden ser señalados por entes estatales como las comisiones de la verdad o el Poder Judicial, límites que, en el caso peruano, nos permiten afirmar que Sendero Luminoso fue un movimiento terrorista o que existieron violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado.

Por ello, si bien existen límites y zonas grises, debemos comprender que la divergencia de memorias no nos lleva al relativismo absoluto, por el contrario escucharnos nos ayuda a entendernos, a saber que pueden existir más de un punto de vista sobre un hecho específico pero- principalmente- nos ayuda a evitar que se cometan abusos que buscan ser justificados por el uso de la memoria.