Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
Opinión 14 de agosto de 2015

Cuando los historiadores deban revisar o ejecutar nuevos trabajos sobre las últimas décadas del siglo XX y el primer decenio de la actual centuria en nuestro país, una de las personalidades más destacadas a las que se deberá hacer una referencia especial es Henry Pease García. A un año de su partida, me permito destacar las razones para adelantar la conclusión mencionada.

Henry Pease tuvo una coherencia y rectitud de vida que resulta ejemplar. Comprendió de modo muy lúcido que en nuestro maltratado país el objetivo superior de la justicia social solo podría alcanzarse a través de una consolidación de la vida democrática. A diferencia de algunos miembros de su generación, que consideraron en algún momento como una posibilidad el abrazar las armas para generar cambios en un país desigual como el nuestro, él tuvo muy clara conciencia que uno de los fundamentos de la política, rectamente asumida, consiste en el rechazo de la violencia porque ella es muda y, por el contrario, el quehacer político implica diálogo social razonado y razonable en un clima de respeto ciudadano.

Por otra parte –y tal como lo recuerdan aquellos que lo tuvieron como maestro– él solía repetir que “el medio condiciona la resultante” para señalar así una fundada crítica de la razón instrumental que, a fin de cuentas, valida la tesis de Maquiavelo y que defiende que no importa el medio a ser usado para alcanzar los fines propuestos.

El tiempo ponderará varios de los méritos que tuvo Pease en su vida como político. Mucho de lo bueno que se hizo durante el gobierno municipal de Alfonso Barrantes se debe, en buena parte, a sus calidades de líder y a su búsqueda de consensos. Se enfrentó valientemente al régimen fujimorista, puso sus dotes negociadoras en aras de la transición democrática y en el Congreso de la República en donde, siendo su presidente, hizo una importante autocrítica ante la Comisión de la Verdad y Reconciliación sobre el rol de las izquierdas durante el conflicto armado interno.

Como miembro de la Pontificia Universidad Católica del Perú, no debo dejar de ponderar los méritos que Pease tuvo durante su paso por nuestras aulas. Fue un destacado alumno, tanto por su rendimiento académico como por su trabajo como presidente de la Federación de Estudiantes desde la que impulsó campañas de alfabetización. Durante más de cuarenta años tuvo a su cargo el curso de Realidad Social Peruana a través del cual cientos de estudiantes de Estudios Generales Letras pudieron acercarse a una mejor comprensión de los complejos problemas que padece nuestro país. En el dictado de sus materias siempre estuvo dispuesto a acercarse a los alumnos, a escuchar sus inquietudes y acoger sus discrepancias. En los últimos años desempeño dos labores importantes en nuestra casa de estudios: la formación de la Escuela de Gobierno, hoy consolidada como un importante centro de postgrado e investigación, así como la defensa de la autonomía de nuestra Universidad frente a quienes han querido desconocerla.

Finalmente, deben destacarse las cualidades personales de Henry Pease. Fue un extraordinario esposo, padre y abuelo, como sabe muy bien su familia y como lo comprobamos aquellos que, en algún momento, estuvimos cerca de él. Supo sobreponerse con entereza a la adversidad en múltiples oportunidades. Lo recuerdo como un buen amigo y, sobre todo, como una persona honesta e íntegra. En momentos en los que la política se convierte en una actividad que se aleja cada vez más de aquello que Henry defendió, se le extraña intensamente.

(14.08.2015)