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Opinión 23 de marzo de 2014

Son muchos los aspectos de su personalidad que podrían y merecerían ser destacados en estas palabras de despedida a un magnífico amigo. De entre todos ellos, querría resaltar uno en particular:  aquel que aparece  concentrado en el vínculo entre el  modo de asumir y profesar la fe que caracterizó a Jeff y la manera en la que su Universidad, nuestra Universidad,  ha sabido ser fiel a su identidad católica, manteniéndola y enriqueciéndola a lo largo del tiempo.  Creo que ahí, en ese encuentro, es que  manifiesta  su doble magisterio como hombre de saber y hombre de fe  y allí reside también  el muy especial significado que su figura tiene en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

 Por ello no debe llamar a extrañeza que uno de los libros más conocidos de él sea el titulado  La “Iglesia en el Perú”.  Este libro, escrito por alguien que si bien no nació en nuestro país lo amó de modo intenso, presenta,  en síntesis, una iluminadora imagen de la trayectoria de la Iglesia Católica en nuestro país, imagen en la cual la apreciamos como una comunidad viva que sabe conjugar la Buena Nueva con nuestro pasado milenario para así contribuir en la formación de nuestra compleja identidad.

Pero La Iglesia en el Perú nos ofrece algo más: mirando al pasado, buscando su sentido,  Klaiber construía también una mirada proyectiva que no era predicción sino búsqueda y también promesa: una comprensión del carisma de la Iglesia peruana como promesa de pluralismo y tolerancia, indispensables en una sociedad compleja y multicultural, y también como compromiso de diálogo con el mundo moderno y con la cultura de libertad que le es inherente.  

En esa aproximación a una fe genuina y situada en nuestro tiempo encontrábamos también los ecos de quien fue su modelo intelectual y vital: Tomás Moro, de quien alguna vez escribió: “fue un hombre de fe, pero con una visión moderna que rompió con moldes medievales (…) decidió ser cristiano en el mundo y, más precisamente, en el mundo público, donde surgen constantemente conflictos de valores, entre lo privado y lo público”.

De ahí nace,  creo, su valiosa comprensión del compromiso cristiano con el mundo y la sociedad. Estuve muy cercano a él cuando prestó tiempo, inteligencia y rigor en la coordinación de un grupo interdisciplinar que realizó un trabajo penetrante,  que de algún modo tomaba pulso a la marcha de nuestro país,  en el que con agudeza se  reflexionaba sobre un fenómeno de la vida peruana que habría de cobrar terrible importancia poco tiempo después. Me refiero a los aportes que finalmente aparecieron  en el libro “Violencia y Crisis de Valores en el Perú”, financiado  por la Fundación Tinker y que ha tenido,  ciertamente, más de una edición.

En su contribución,  decisiva,  a ese libro Jeff renovaba su fe en las tareas de la Educación que teníamos que cumplir, así como su adhesión sin reparos a la vida democrática y al necesario desarrollo al que debiéramos encaminarnos como país.   A fin de cuentas todo lo señalado no fue sino el modo en el que él comprendía y realizaba  la solidaridad y el amor, actitud debida a todos los hombres empezando por los pobres, los desvalidos, los excluidos.

Fue por ello que Jeff sostenía y transmitía,  en la cátedra y en sus actos la convicción de que el cristiano debe intervenir en la vida pública. Así nos hizo comprender que en medio de la injusticia y el abuso la abstención no es en modo alguno una opción evangélica,  como  tampoco lo es la invasión de unos cánones sobre otros y que se debía comprender que era en el marco de la laicidad estatal y del respeto al Estado de Derecho donde los cristianos tenemos mucho que ofrecer y aportar sin renunciar a la fe sino sosteniéndonos  en ella para así echar una mirada crítica al mundo y, desde allí,  asumir una actitud propositiva y reconciliadora.

La partida de nuestro amigo, el querido Jeff, deja un vacío indudable, pero su mensaje permanece y anima la identidad de nuestra  Universidad Católica.