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Opinión 23 de octubre de 2015

Es fácil detectar las enormes falsedades e insinuaciones innobles que componen el pensamiento de García Belaunde, y muchos otros, sobre la CVR. Son numerosas, pero baste, por ahora, mencionar unas cuantas. En primer lugar se halla la acusación de deshonestidad, que ni siquiera se hace de manera franca sino mediante insinuaciones, lo cual la hace más innoble. “Lo cuestiono (al informe final) porque costó mucho dinero, que desgraciadamente no fue a parar a las víctimas, sino a la burocracia y a la propia comisión”, dice el congresista, deslizando así la idea de que la comisión fue una operación orientada a que sus miembros se beneficiaran de los dineros públicos. En los doce años transcurridos desde el fin de la Comisión nadie ha podido mostrar ni un pálido indicio de aprovechamiento indebido. La insinuación de García Belaunde es, así, una simple insidia que lo descalifica a él mismo.

Lo descalifica, también, ya en un plano intelectual, su afirmación de que “porque mi familia fue víctima del terrorismo, conozco muy bien cómo sucedieron las cosas”. Cualquier estudiante de los primeros años en una universidad sabe que el pretender que se “conoce algo” porque se “estuvo ahí” es una de las formas más rústicas en que se expresa el falaz sentido común. Haber experimentado un evento no implica conocer un proceso. Por eso, precisamente, existen desde hace siglos disciplinas como la historia y las ciencias sociales. Es de suponer que para García Belaunde ellas son irrelevantes.

Pero, de entre los muchos errores del congresista, tal vez el más grosero sea el cuestionar el número de víctimas estimado por la comisión diciendo que no se conocen las partidas de defunción. Es un grueso error que demuestra cuán poco sobre la realidad del país saben, o les interesa saber, a muchos políticos. No conocer los déficits de registro o documentación que afectan a la población –principalmente a la que fue víctima– hoy y, más aún, hace dos o tres décadas es inexcusable como lo es, también, ignorar la realidad de miles de personas desaparecidas para las cuales el propio Congreso de la República dio, precisamente, hace once años, la ley de ausencia por desaparición forzada.

Lamentablemente nos hallamos frente a una penosa realidad que trasciende a su protagonista. El congresista García Belaunde da un ejemplo de los grandes cambios que necesita nuestra vida política.

(23.10.2015)