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Opinión 16 de enero de 2017

En ese escenario, y por lo que se sabe hasta ahora de quien fue el candidato del Partido Republicano, la perspectiva luce poco tranquilizadora. Durante toda su campaña presidencial y, de manera más general, durante su historia como personaje político, Donald Trump se ha presentado como un líder proclive al autoritarismo. Su afinidad con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, de quien el servicio de inteligencia de Estados Unidos dice que influyó en la campaña, constituiría una muestra significativa de esa inclinación. Además de ello, como se sabe, el señor Trump se ha manifestado de muchas formas distante o contrario a las convenciones que expresan y regulan el respeto a la diversidad e incluso a la dignidad personal: ese conjunto de principios que los sectores conservadores buscan ridiculizar con la etiqueta de lo “políticamente correcto”.

Hasta el momento, el equipo de gobierno que ha reunido Trump no hace sino profundizar la impresión anotada. Quienes esperaban que una vez elegido se adecuara más al enfoque convencional de la tradicional política republicana se equivocaron. Los funcionarios que ha elegido para desempeñar las funciones más relevantes en el nuevo gobierno pueden ser identificados, más bien, con el mismo carácter de populismo y conservadurismo extremo que el antes candidato dejaba traslucir en sus declaraciones.

Todo esto, como se ha dicho, es inquietante en un momento en que ese mismo populismo conservador parece emerger también en Europa. Ya desde hace unos años esos sectores, algunos de los cuales lindan con el fascismo, se habían acogido a la sombra de Vladimir Putin. Lo que pareciera hermanarlos es una mentalidad que ve en el mundo democrático y liberal, y en el internacionalismo que lo acompaña, un enemigo por someter. Putin ha sido en la última década, mientras trataba de reconstruir el prestigio de Rusia como potencia, el mayor retador de ese orden liberal y los grupos reaccionarios de Europa lo tomaron como su adalid. Ello, por otro lado, ha sido posible también por la manipulación de los miedos de la población ante las amenazas del terrorismo y la migración masiva. Hoy en día se plantea la posibilidad, muy verosímil, de que no solamente la Rusia de Putin, sino también los Estados Unidos de Trump formen parte de esa corriente que se caracteriza por ser enemiga de las libertades y de los consensos internacionales que protegen los derechos humanos.

Para finalizar: resulta curioso que cuando el proyecto europeo atraviesa una cierta crisis de convicción, quien se entiende sería su principal aliado pase a ser gobernado por un líder que no cree en la cooperación internacional para resolver los más graves conflictos. De confirmarse esa tendencia, el debilitamiento de la Europa democrática augura tiempos muy difíciles para la paz mundial y para la protección de los derechos y de la dignidad humana en muchas partes del mundo.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(16.01.2017)