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Opinión 22 de marzo de 2018

Una vez efectuada la renuncia de PPK, el panorama deja poco a poco de centrarse en el ex presidente para pasar a discutir el futuro de la sucesión y sobre lo que quedará de las instituciones democráticas una vez pasado el huracán de la vacancia. Y es este mismo huracán el que develó denuncias de compra de votos a congresistas por parte del gobierno para votar en contra de la vacancia, cuyo parecido con las prácticas fujimontesinistas culpables de la implosión del régimen autoritario de los 90s hace pensar que, cuanto menos, dichas negociaciones personales nunca se fueron del hemiciclo.

Las pruebas e indicios de corrupción y tráfico de influencias en este lamentable proceso político muestran cómo los cimientos que construyó la transición hacia la democracia en 2001 han terminado siendo endebles. Así, hay un entrampamiento en el que nos encontramos el día de hoy. en donde las grandes reformas políticas han quedado estancadas en su implementación y reina la incertidumbre en torno al futuro del país desde distintos sectores. En un resultado casi irónico, el cuarto presidente elegido democráticamente en 17 años ha renunciado a su cargo por el mismo tipo de denuncia que desembocó el cambio de régimen hacia la democracia que le permitió ser electo.

En situaciones donde hay un desbalance de poder explícito es en donde las reglas de juego tienen el mayor reto de mantenerse en pie. El juego fujimorista hizo exactamente eso: desestabilizar el gobierno y forzar sus cimientos hasta donde el único desenlace es la caída. Lamentablemente, en quizás la primera crisis política real desde la caída del fujimorismo se evidencia hasta qué punto las negociaciones políticas de las altas esferas pierden el pulso de la ciudadanía y el país para ceder paso a los intereses personales, las riñas familiares y los apetitos del poder.

¿De qué transición podemos hablar si es que las mismas razones por las que se vino abajo el fujimorismo regresan comandadas por los herederos de la posición “liberal” y democrática de ese entonces? ¿Cuánto del germen autoritario ha sido preservado en nuestra sociedad, en nuestros discursos o en nuestro propio accionar como sistema político? ¿Cómo aspirar a ser un país de primer mundo sin entender que el camino hacia ello es contar con reglas de juego fuertes e igualitarias para todos en donde no imperen los intereses personales dentro de las decisiones políticas?

Sea el que fuere el desenlace de la sucesión presidencial, es oportuno evaluar esa senda a la democracia que hemos caminado en casi dos décadas y en cómo algunos vicios y formas de hacer política han quedado empotradas dentro de la misma. La discusión no solo es política y coyuntural: acontece también en cómo fortalecer esas débiles instituciones que heredamos de la transición. De por sí, un punto de partida es la oportunidad de un cambio generacional de liderazgos, en un contexto donde el caso Odebrecht sepulta a muchos de los líderes políticos actuales. De este modo, si es que hay una fuerza que puede lograr mantener los cimientos democráticos en pie, y brindar el momentum necesario para su fortalecimiento, son los mismos ciudadanos y ciudadanas: si los vladivideos significaron un punto de quiebre del autoritarismo a la democracia, la situación por la que atravesamos como país debe servir de caldo de cultivo para el surgimiento de nuevos líderes institucionalistas y de una verdadera transición democrática que asegure que en dos décadas no tengamos que pasar por el mismo proceso una vez más.

Escribe: Henry Ayala, investigador del Idehpucp y miembro del área de Proyectos y Relaciones Institucionales.