Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
Opinión 6 de julio de 2018

La designación de Monseñor Barreto es sabia y oportuna en muchos sentidos. Es un teólogo muy preparado y posee gran solidez intelectual. Como obispo se ha destacado por la gran cercanía a la gente de su diócesis. Su trayectoria como Pastor es notable. Ha sido Obispo Vicario Apostólico de Jaén y presidido la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS). Representó al Perú en el Sínodo de Obispos en Roma (2005) y, participó en la Conferencia de Aparecida (2007), uno de cuyos protagonistas fue hoy el Pontífice Francisco. En el año 2010 Mons. Barreto recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos.

El Papa Francisco al convertir a Pedro Barreto en Cardenal ha reconocido su labor pastoral y social, pero también ha ofrecido de alguna manera justo homenaje a la fe de los católicos peruanos y a su vocación por la justicia social.

Pedro Barreto y otros pastores como él son expresión de una Iglesia valerosa y profética, defensora de la vida y la dignidad de los más pobres, así como protectora de la casa común, la naturaleza, en el contexto del imperio de aquello que Francisco denomina “cultura del descarte”, expresión que describe una actitud cuestionable de la sociedad occidental contemporánea, orientada fundamentalmente por la producción y el consumo, y que tiende a tratar al mundo natural, pero también a las personas, como meros instrumentos en la actividad productiva. De tal modo la vida y la integridad de las personas, así como el equilibrio natural, se convierten en meras variables dentro de un cálculo entre medios y fines en tanto el ecosistema es tratado como “materia prima” para la explotación industrial”. Por su parte, a los seres humanos se les comprende como “recursos” a emplear en un sistema económico que en primer lugar aspira a la gestión eficaz y al lucro. Frente a ese materialismo dominante, Francisco ha planteado una “espiritualidad del encuentro” en virtud de la cual la Iglesia sale a acoger a la gente, procurando entender su situación, expectativas y necesidades. Es en ese sentido que el Papa aboga por una Iglesia misionera que es expresada cabalmente por el nuevo Cardenal.

Sólo es posible combatir la cultura del descarte desde la consolidación de una ética de la solidaridad, fundada en la valoración de la dignidad intrínseca de toda persona humana, más allá de su origen, condición o modo de vida. Es en esta línea de pensamiento que la defensa de los derechos humanos resulta esencial. De otro lado proteger los derechos de los sujetos concretos implica también promover el cuidado de los espacios en los que una vida humana se desarrolla y toma forma. La buena salud del ecosistema y de las instituciones sociales constituye un bien central. A lo largo de su camino de vida como sacerdote y como obispo, Pedro Barreto ha puesto de manifiesto un compromiso férreo con el fortalecimiento de la cultura de los derechos humanos, así como una preocupación sistemática por la calidad de vida de los más humildes. Estamos seguros que, como Cardenal de la Iglesia Católica, esa vocación y ese ejemplo de vida se fortalecerán aún más.