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Opinión 24 de noviembre de 2016

En efecto, aunque todavía vivimos en un mundo marcado por profundas iniquidades y violencias, es apreciable lo logrado en materia de consensos mundiales en las últimas décadas. Se podría decir que la conciencia internacional ha internalizado algunas convicciones básicas que proscriben la discriminación basada en criterios étnicos, de género, de religión o cualquier otro. Lo que ahora vemos, sin embargo, es la emergencia de una cierta ola de intolerancia, o de temor, que juega en beneficio de propuestas demagógicas.

Estas propuestas explotan en diversos países el recelo o la aversión o la sospecha hacia los inmigrantes. Antes, esta actitud tenía un origen predominantemente económico, es decir, giraba alrededor de la perspectiva de la pérdida de empleos para los nacionales de un país. Hoy, eso se va entretejiendo de una manera muy peligrosa con apreciaciones de índole racial, con lo cual podría renacer uno de los más atroces males del siglo pasado, ese racismo ciego y abusivo que, en el pasado, condujo a verdaderos genocidios.

Por otro lado, se perciben algunos atisbos de integrismo religioso que pareciera surgir como reacción a la liberalización de la cultura, es decir posturas que tienden a la no aceptación de la tolerancia y el respeto a las diferencias como normas fundamentales de la vida social. Esto se observa de manera más clara sobre todo en materias de política cultural y de respeto a la sexualidad de las personas. Frente a ello emerge un nuevo conservadurismo concentrado de manera muy particular en la denegación de derechos y en la afirmación de modelos de sociedad que se pretenden eternos e inamovibles.

Estas tendencias se vuelven aún más complejas si las conjugamos con el terrible escenario de violencia en el Oriente Medio y la presencia del terrorismo internacional, todo lo cual acentúa la preocupación por la seguridad. Aunque la búsqueda de ella es completamente explicable y comprensible no se puede negar que la seguridad es el mejor pretexto para “justificar” discursos autoritarios y para ejercer la limitación de los derechos civiles, así como para la estigmatización de lo foráneo. Todo eso es también perceptible en esta ola cultural regresiva que anotamos.

Frente a ello es importante defender el discurso crítico y las convicciones sobre la defensa de la igualdad y de la libertad. Son tiempos de reto y desafío para esos principios que están en la base misma de nuestro mundo moderno. No olvidemos que la calidad de nuestras democracias e incluso el futuro de la paz mundial dependen en gran medida de esa defensa. No cabe pues ceder a las tentaciones del autoritarismo ni al espíritu de tribu que usualmente emerge en tiempos de zozobra. Ello, entendámoslo, nos acerca a la barbarie.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(02.12.2016)