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Opinión 20 de junio de 2015

¿Cómo explicarnos esta degradación, sus orígenes y sus efectos? Muchas veces se señala a la televisión como un reflejo de la sociedad. Pero ¿qué ocurriría si la imagináramos al revés, es decir, que es la sociedad la que refleja a la televisión?

Verla así no resulta tan descabellado. Los medios nos brindan modelos éticos y estéticos, promueven hábitos y gustos. La televisión es sin lugar a dudas el medio más persuasivo. Es más, para resultar convincente y persuasiva, la televisión no necesita ser de calidad. Le basta recurrir a técnicas muy sencillas para impactar en la imaginación de millones de personas.

Afirmar que los televidentes “elegimos” qué canal ver y que mediante nuestra elección validamos la oferta televisiva es muy simplista. Los medios son un camino de ida y vuelta. Ellos tienen el poder de formar los gustos del público e incluso de incidir en su forma de pensar. Una vez que se ha formado un hábito, una vez que se ha logrado definir un gusto, es difícil cambiar de elección.

La llamada televisión basura es una realidad innegable. No es, como algunos confunden, televisión popular. Es más bien televisión que interfiere en el desarrollo humano de las personas, pues alimenta los instintos básicos, no las capacidades superiores como son, por ejemplo, la crítica, la ética y la estética. La televisión basura es valorada no por su contenido sino porque logra un efecto, que es el de imponerse en los hogares. Fomenta la competencia agresiva, la humillación del otro, la curiosidad obscena, el racismo, el sexismo y el machismo.

Pero además la televisión basura ha dado un paso adelante en su capacidad de suplir la realidad. Porque ahora resulta que ella misma es su propio objeto de observación. En efecto, la televisión basura habla de sí misma. Son sus personajes y sus escenas las que se convierten en noticia. Es un espectáculo sobre el espectáculo, un mundo que finalmente parece cerrado en sí mismo porque no está interesado en lo que ocurra afuera.

El impacto de la televisión basura en nuestras vidas es enorme. Principalmente afecta nuestra condición ciudadana al reducirnos a consumidores de espectáculos vacuos. Es un instrumento de distracción propiamente dicho que nos aliena del mundo y nos impide mirar nuestro entorno.

Se puede regular la televisión y esto no significa censurarla. Pero, sobre todo, la televisión misma debe ofrecer alternativas. Muchos de los que niegan el poder de los medios son los mismos que invierten en publicidad en ellos. Dado que este poder existe, tiene sentido que sea considerado como un bien público que debe servir a los ciudadanos.

Las respuestas no son sencillas y es imperativo ser muy cuidadosos de no vulnerar las libertades que constituyen a nuestra democracia. Pero una televisión como la que tenemos afecta de modos oblicuos, pero efectivos, al fortalecimiento de nuestra ciudadanía. Es un problema que no podemos evadir indefinidamente.