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Opinión 12 de mayo de 2014

La internacionalización mediante redes universitarias ha llegado a ser un elemento estratégico fundamental para la expansión de muchas casas de estudio. Esta forma de crecimiento supone, desde luego, un riesgo para la identidad de las instituciones. Pero, por otro lado, la internacionalización abre el camino a un contacto con la diversidad que se encuentra en el corazón mismo del quehacer universitario. No es una novedad que investigadores de lugares distantes se alíen para hallar respuestas a preguntas que requieren exploraciones en distintas partes del mundo. La internacionalización no debe ser una concesión a ninguna forma de dependencia sino una manera de enriquecer los horizontes de la experiencia universitaria mediante el intercambio provechoso de recursos y saberes.

Ello es urgente. Es evidente que ningún país, o región, puede entenderse solamente desde sus propias fronteras. La mirada local es, necesariamente, una mirada global. No solo se trata de la obvia interconexión que subyace a la complejidad de la naturaleza que nos sustenta. Igualmente hay que referirse a la interconexión entre las comunidades humanas. Los fenómenos sociales están definidos por los sucesos que ocurren alrededor del planeta. Por esa razón, el rápido intercambio de información y los impactos económicos mundiales que marcan la pauta de las economías locales nos muestran la urgencia de formar a ciudadanos globales, capaces de entender sus circunstancias cercanas a la luz del amplio y complejo contexto mundial.

Formar personas con estas capacidades implica exactamente lo contrario de lo que propone un modelo empresarial enfocado en soluciones inmediatas. Bien mirado, el contexto actual en donde imperan el cambio y la incertidumbre requiere de un profesional con múltiples capacidades académicas y éticas, capaz tanto de liderar equipos interdisciplinarios como de ser él mismo un agente integrador de conocimiento. No se puede lograr eso sin buenos fundamentos científicos y humanísticos, ciertamente. Pero además es claro que el campo de su imaginación debe estar guiado por una clara orientación ética que considere las necesidades del presente y del futuro, al mundo como un solo gran fenómeno, pero a la vez a las demandas regionales como un fragmento ineludible de la esfera mundial.

Esto último es de especial importancia, puesto que la idea misma de globalización posee un riesgo: aquel de perpetuar los centros culturales, económicos y políticos al extenderlos como modelos únicos en todo el planeta. La globalización puede verse entonces como una nueva forma de colonialismo, en la cual ciertos grupos muy limitados, ya no identificables nacionalmente, se definen como los grandes paradigmas para las zonas periféricas. Así mismo, aunque nuestra era nos lleva a un tiempo de disolución de fronteras nacionales, ello no necesariamente implica el cumplimiento de una comunidad mundial libre y solidaria porque a su vez los grandes ejes del poder económico reemplazan las fronteras nacionales por otras barreras: de clase, de cultura, de poder. La globalización puede aparentar apertura pero en realidad nos enfrenta a nuevas divisiones. Este es uno de los grandes retos de nuestro tiempo y al cual se debe responder con una propuesta de mundialización.

La mundialización implica una mirada completa hacia el planeta, una mirada a cada una de sus partes y una vindicación de todas las voces de todas las comunidades. Supone reemplazar la imposición por la cooperación, la desigualdad por el respeto mutuo, el egoísmo corporativo por un mercado verdaderamente libre en donde coexistan oportunidades para todos. La mundialización reemplaza las relaciones bilaterales por relaciones multilaterales que van en todos los sentidos posibles. Significa dirigir nuestras capacidades tecnológicas hacia un mundo no solamente más informado sino más comunicado.

La universidad, desde su larga búsqueda de universalidad y de comprensión completa de lo humano, puede liderar esa aproximación a un arreglo internacional fructífero que permita el desarrollo humano sostenible. Así, una universidad internacional no es seguidora pasiva de la globalización sino una protagonista que le da forma y contenido nuevos.