Edición N° 26 21/08/2018 Artículo

Comentarios a la ponencia “The return of Oligarchy in Latin America” de Maxwell Cameron

Por: Carmen Ilizarbe

Directora ejecutiva del Centro de Investigaciones Sociológicas, Económicas, Políticas y Antropológicas PUCP (CISEPA)

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En mayo de este año el Instituto de Democracia y Derechos Humanos – IDEHPUCP organizó su XIV Encuentro Anual de Derechos Humanos alrededor de la pregunta ¿qué falló en nuestra democracia? Era un cuestionamiento importante que señalaba implícitamente un proceso de desintegración institucional que alcanzaba su pico con la caída del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y la asunción del poder de Martín Vizcarra. Dada la rápida sucesión de eventos en dicha coyuntura crítica, había poco espacio para reflexiones de fondo y la mayoría de análisis se enfocaban en la lectura de lo inmediato. Para ello, el IDEHPUCP invitó al politólogo Maxwell Cameron a participar del Encuentro y reflexionar, desde sus estudios y perspectiva, sobre la pregunta.

En la ponencia titulada El retorno de la oligarquía en América Latina Cameron planteó  que una forma de leer la crisis de legitimidad que viven las democracias en la región, y particularmente el Perú, era considerando la vigencia de rasgos oligárquicos en el funcionamiento de los sistemas democráticos en la región. El argumento central del autor es que el proceso histórico de democratización, de construcción y afirmación –constantemente interrumpida por gobiernos autoritarios y dictatoriales en el Perú- de instituciones democráticas no erradicó ni suplantó el poder oligárquico de grupos de élite, que a pesar de los cambios institucionales que progresivamente fueron otorgando representación política a sectores sociales antes excluidos formalmente del gobierno, estos lograron aun así hacer prevalecer sus intereses y privilegios ejerciendo notable influencia directa sobre los gobiernos y el Estado. De acuerdo a este argumento, el neoliberalismo habría favorecido más aun la re-emergencia de la práctica política oligárquica al reducir no solo los canales para la participación política de sectores populares sino también al dejar el gobierno en manos de unos pocos, desinteresados además del bienestar social y concentrados en multiplicar sus propios beneficios desde el poder. Este argumento, muy gruesamente simplificado aquí, es provocador y nos invita a dialogar y debatir repasando la historia política del país, y no solo la coyuntura actual. En las siguientes líneas comparto los comentarios que hiciera luego de la presentación pública de Maxwell Cameron durante el XIV Encuentro de Derechos Humanos.

Entre noviembre del 2017 y abril de este año el país parecía montado en una montaña rusa y corría el riesgo de descarrilarse. La sensación de caída libre, de náuseas y la velocidad desbocada con la que todo ocurría indicaban que estábamos ante un momento extraordinario, revelador. En realidad, la elección de Pedro Pablo Kuczynski había sido ya una señal de que habíamos alcanzado un límite con la elección de este presidente y este congreso, es decir, cuando se hizo evidente que el proceso electoral había dejado de ofrecer la posibilidad de la alternancia.

Aunque para algunos las cuatro elecciones representaban un hito histórico, en realidad muchas personas sentimos que no había nada que celebrar. Cuatro procesos electorales que no permiten elegir alternativas sustantivamente diferentes, que nos fuerzan siempre a elegir el mal menor (que no es nunca un mal pequeño), que son cada vez más opacos y parcializados, en los que la fuerza del dinero mal habido y las mafias se hace sentir, y que han ido incrementando hasta alcanzar mayoría –sumados todos- los votos en blanco, viciados y el ausentismo, eran una clara señal de que no avanzábamos en la democratización del país sino todo lo contrario. Como he argumentado anteriormente, el último proceso electoral se definió en una lucha por la resistencia en las calles, 17 años después de una lucha similar contra el gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Ciertamente se impidió la victoria completa del fujimorismo con el ímpetu de la ciudadanía movilizada en las calles, pero ya en primera vuelta habían logrado concentrar el 56% de escaños del Congreso con menos del 24% de votos emitidos, gracias a un sistema electoral diseñado para una realidad que no existe más en el Perú: una sociedad con un sistema de partidos políticos. Así, desde el poder legislativo la alianza apro-fujimorista se dedicó a sabotear al poder ejecutivo alterando groseramente incluso lo que hace unos pocos años parecía en el Perú imposible: la preeminencia del presidencialismo.

Fuerza Popular es mayoría en el Congreso con 62 escaños. (Foto: Andina)

El hundimiento del gobierno de Kuczynski fue lento y doloroso, y en esa muerte progresiva constatamos la levedad insoportable de nuestras instituciones y leyes.

El hundimiento del gobierno de Kuczynski fue lento y doloroso pues el tiempo del sufrimiento y la angustia siempre parece más largo, y en esa muerte progresiva constatamos la levedad insoportable de nuestras instituciones y leyes, y la angurria inacabable y cínica de quienes llegan al poder para hacer negocios millonarios, contactos, carrera, caja, nombre o cualquier otra cosa menos política democrática, es decir, gobierno para la gente y con la gente. Nuestra política y nuestras instituciones marketizadas, convertidas en un gran mercado libre sin reglas de juego, aparecieron así de manera transparente en imágenes que nos sorprendieron y no nos sorprendieron, porque ya sabíamos que era así, pero siempre es diferente verlo. No habíamos vuelto al 2000, pues no hay vuelta al pasado, pero las similitudes obligaban a invocar al Marx del 18 de Brumario de Luis Bonaparte: «La historia se repite dos veces, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa». En realidad no habíamos ido hacia atrás, habíamos descendido más. ¿Qué falló en nuestra democracia? La pregunta urgente proviene de constatar que estamos, otra vez, ante un punto de inflexión que reclama acciones, pero también pensamiento analítico, crítico, explicativo.

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La presentación de Max Cameron aborda la pregunta central del XIV Encuentro de Derechos Humanos -la pregunta por la crisis, la falla, el colapso de nuestra democracia- y nos reta a pensar el más reciente intento por afirmarla en el Perú. Quiero en esta breve presentación hacer tres comentarios y algunas preguntas para continuar la reflexión propuesta en aquella conferencia.

Max Cameron repasa la historia del país enfocándose en las dimensiones social y económica, y no solo en la política, para defender la tesis de que en nuestra historia se aprecia la continuidad, antes que la ruptura, del estado oligárquico.

En primer lugar, quiero decir que me parece muy importante y necesario adoptar una perspectiva de largo plazo. Max Cameron repasa la historia del país enfocándose en las dimensiones social y económica, y no solo en la que se refiere al ámbito de la política, para defender la tesis de que en nuestra historia se aprecia la continuidad, antes que la ruptura, del estado oligárquico. Este es un esfuerzo importante, y debo decir raro en el campo de la ciencia política pues solemos estar muy centrados en el presente desde una perspectiva excesivamente coyuntural, apoyada además en la inmediatez y el exceso de circulación de información que limitan nuestra capacidad crítica. Además, esta mirada de largo plazo que pone a dialogar el campo de las instituciones políticas con el terreno social y de la economía cuestiona implícitamente la idea de la autonomía de la política para proponer un análisis integrado de la realidad social que nos permite recuperar perspectiva. La política es aquí interdependiente de la dimensión social y económica, y yo añadiría que también de la dimensión cultural, poco explorada en esta ponencia. Para defender la tesis de la continuidad del estado oligárquico Max Cameron argumenta que desde el inicio de la república, con una fuerte herencia colonial, tendríamos una sociedad estratificada, no igualitaria, con grupos de élite que concentran recursos económicos y humanos, y poder político o fuerte capacidad de influir en el poder político. Con el cambio en los sistemas productivos (de una sociedad más bien agraria, a una parcialmente industrializada, y luego a una neoliberal articulada al mercado financiero global) los grupos corporativos de élite habrían ido cambiando y hasta cierto punto modernizándose, pero no habrían perdido poder, a pesar de los embates de los sectores populares, que habrían desarrollado sus propios procesos históricos de articulación como sujetos políticos que disputan con las élites oligárquicas derechos fundamentales (la “cuestión social”) e incluso cuotas de poder. Esta sugerente lectura de nuestra historia me hace extrañar en el texto el clásico concepto marxista de “clase social” y cabría preguntarse, por tanto, si es preciso pensar a la oligarquía como una clase social cuyo antagonista son “los sectores populares”, o “los pobres”, “los desposeídos”, los “desenfranquiciados”, para mencionar algunos términos con los que denominamos a los excluidos del poder en la actualidad. ¿Será que el concepto de clase y el de lucha de clases pueden aportar a esta discusión?

Según el INEI, en el 2017 la pobreza monetaria en el Perú creció por primera vez en 10 años. La desigualdad social y económica sigue siendo marcada. (Foto: Andina)

Cabría preguntarse si es preciso pensar a la oligarquía como una clase social cuyo antagonista son “los sectores populares”, o “los pobres”, “los desposeídos”, los “desenfranquiciados”.

En segundo lugar, se plantea también que la democracia no puede darse por sentada, que el funcionamiento aparente de las instituciones y el cumplimiento de sus procedimientos básicos no son suficientes para la institucionalización de un sistema que en el fondo es más bien vulnerable y precario, y que quizás –añado- debe pensarse como un proceso de larga duración en su construcción e institucionalización. La dificultad de construir la democracia se haría patente en el caso del Perú donde la continuidad de la oligarquía nos haría pensar que la democracia ha sido hasta ahora un espejismo, quizás una arremetida o una intentona que no ha logrado arraigo; que ha sido más bien la excepción y no la constante, o que lo que ha habido en nuestra historia son “incursiones democratizadoras” como decía Sinesio López. Pero la precariedad y la vulnerabilidad de la democracia no es solo visible en el Perú sino también en países con tradiciones democráticas importantes y hegemónicas, como los Estados Unidos de América. Cornelius Castoriadis y Hannah Arendt discutieron la dimensión trágica y agónica de la democracia, nunca garantizada ni instituida en roca, siempre dependiendo de la fuerza movilizadora del demos. Y aquí es clave que Cameron plantee entender la política no solo en su dimensión institucional, la que nos hace poner atención a las leyes, los diseños institucionales o los sistemas electorales, sino también a la praxis y específicamente a la forma de gobernar. Nos dice desde el inicio con Aristóteles que el gobierno virtuoso es el gobierno que busca el interés común y que tiene la sabiduría práctica para hacerlo efectivo. Esta es sin embargo una forma distinta de pensar y entender la democracia, una que se aleja de las definiciones mínimas, de los requisitos necesarios, y de las condiciones básicas. Las preguntas que Max retoma de Aristóteles, pero que también formulara en su momento Robert Dahl, ¿quién gobierna y para quién? son fundamentales, pero dado su diagnóstico sobre la bases desiguales y excluyentes tan arraigadas en la sociedad, es obligatorio preguntar no sólo cómo funciona el gobierno sino también ¿Qué concepto de democracia es más útil hoy? ¿Qué democracia podemos y necesitamos construir hoy?

El Perú se acerca al Bicentenario de su Independencia, pero con muchos problemas por resolver, como la débil institucionalidad del país. (Foto: Andina)

La dificultad de construir la democracia se haría patente en el caso del Perú donde la continuidad de la oligarquía nos haría pensar que la democracia ha sido hasta ahora un espejismo.

En tercer lugar, y en relación con lo anterior, se plantea un cuestionamiento a una díada conceptual que solemos dar por sentada: la de la democracia liberal. Se afirma que el liberalismo podría haber terminado siendo cómplice de la oligarquía debido a la debilidad de las instituciones democráticas y democratizadoras que afirmaran con mayor fuerza los derechos de todos y no solo los privilegios de las élites, y que se hicieran cargo seriamente de construir no solo la igualdad nominal y política, sino las bases que la sostienen. En otras palabras, una ciudadanía multidimensional y no solo política, con las capacidades suficientes para organizarse en el terreno social y político, y participar en el ejercicio del poder y el gobierno a través de los canales de mediación. Esta tesis alcanza su máxima expresión en la caracterización del Perú como una oligarquía neoliberal, en un contexto en el que el neoliberalismo se ha instituido como un régimen en el sentido fuerte del término: institucional y normativamente en la Constitución del 93 instaurando la economía de mercado como el régimen económico; estructuralmente a través de la reforma silenciosa del Estado peruano para poder ser funcional al desarrollo neoliberal; e incluso moralmente teniendo a la competitividad, el crecimiento económico perpetuo y el emprendedurismo como mandatos sociales inescapables.

Actualmente, el modelo económico del país está marcado por la competitividad, el crecimiento económico y el emprendedurismo. (Foto: IEP)

La idea de libertad habría perdido por completo su anclaje en el terreno político y se habría traducido puramente al sentido economicista de la acumulación por la acumulación, eclipsando por completo la idea de la igualdad.

La idea de libertad habría perdido por completo su anclaje en el terreno político y se habría traducido puramente al sentido economicista de la acumulación por la acumulación, eclipsando por completo la idea de la igualdad. Asimismo, las ideas de fraternidad y del bien común habrían sido eclipsadas por dinámicas atomistas asentadas en un individualismo radical. Cabría entonces preguntarse a partir de la reflexión de Max Cameron, en este panorama que parece desolador ¿Cómo recuperar las ideas de libertad e igualdad? ¿Qué democracia es posible construir en este contexto? Si el problema fundamental tiene que ver con que se ha bloqueado sistemáticamente la entrada de los sectores populares al poder, ¿por qué seguir insistiendo en el modelo de la democracia representativa que precisamente ha facilitado la persistencia de las élites en el poder?

 

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