Edición N° 28 30/04/2019 Legado

Pensar con libertad, escribir para el nosotros: Microensayos a partir de Gonzalo Portocarrero

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Presentación a cargo de Félix Lossio Chávez, magíster en Ciencia en Cultura y Sociedad por London School of Economics (LSE) y docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP.

“Esclarecer la realidad de nuestro amado y cambiante país, desde el diálogo con el sentido común y a la vez resistiendo el aislamiento académico” es uno de los desafíos que Gonzalo Portocarrero tuvo la generosidad de mostrar a quienes, como él, tenemos -y tendrán-, desde distintas orillas, la vocación por dibujar el rostro del Perú. Emprender esta tarea, requiere, como hizo Gonzalo, abrazar la duda, descifrar los sentidos comunes que nos gobiernan, nombrar lo que no ha sido aún nombrado, renovar nuestros cuerpos conceptuales y metodológicos y asumir una apuesta dialogante hacia los distintos lectores. Exige, en buena cuenta, pensar con libertad y escribir para el nosotros.

Ciertamente, la obra de Portocarrero está atravesada por su capacidad de exploración en el campo del saber. Desde la sociología, su origen profesional y conceptual, dialogó con disciplinas como la economía, la antropología, la filosofía, la historia, el psicoanálisis, la literatura y el arte. Claramente, varios años antes al actual consenso institucional respecto a la importancia del contacto disciplinario, Gonzalo Portocarrero ya había materializado la apuesta interdisciplinaria tanto en el objeto, desarrollo y en la propia escritura de sus investigaciones, afirmándolo como el necesario camino para capturar la complejidad del mundo social. Así, encontramos análisis macroeconómico en Términos externos e internos del intercambio de la Economía Peruana (1977), exploración psicoanalítica para el mundo social en Racismo y Mestizaje (1993) o perspectiva histórica y creación literaria en Rostros Criollos del Mal (2004).

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El manejo de estas aproximaciones en su obra fue, con ello, retadoramente traducido en formas variadas de exploración metodológica. Lejos de anclarse cómodamente en instrumentos seguros, Gonzalo entendió que cada pregunta requiere acercamientos distintos y creativos. Así, nos permite entender El Perú desde la Escuela (1989), a partir de observación, encuestas y dibujos, nos acerca a las Razones de Sangre (1998) de la violencia política con entrevistas a profundidad; nos plantea las Figuraciones del mundo juvenil en el cine contemporáneo (2011) mediante el análisis de contenido y nos invita a seguir Imaginando el Perú (2016) desde el análisis literario y de imágenes. En todas, evidenciando el encuentro entre rigurosidad y disciplina por un lado y libertad y creatividad por otro. Es su enorme bagaje conceptual y metodológico unido a la capacidad inventiva y esforzada escritura que permite a la obra de Gonzalo capturar y transmitir con claridad los hallazgos centrales de sus diversos estudios.

Gonzalo Portocarrero pudo mostrar nuestros (des)encuentros y logró, con ello, desamarrar algunos de nuestros hondos nudos: prácticas sociales como el racismo, el autoritarismo o la corrupción no hubieran podido evidenciarse.

Pero la resonancia de su obra sobrepasa sus textos mismos. Cuidando por un lado la soledad del autor para “oír en el silencio” aquellas preguntas que lo visitaban; Gonzalo impulsó siempre talleres, grupos y escuelas donde el ejercicio de pensar el Perú se volvía un compromiso colectivo. Esto lo saben bien quienes fueron parte del grupo TEMPO que, en la década de 1990 se constituyó en una apuesta colectiva por entender el Perú desde las subjetividades de las mentalidades populares. También lo saben los centenares de estudiantes, docentes e investigadores que fueron parte de la Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, donde se promovieron nuevas generaciones y voces de científicos sociales, se activaron espacios de encuentro con universidades públicas del país y se produjeron publicaciones que abrieron nuevas áreas de investigación social en el país. Podemos mencionar también al grupo SUR; al grupo y maestría de Estudios Culturales y más recientemente, el grupo de Los Zorros.

Con una escritura fecunda para el diálogo, dirigida a las personas y no a las instituciones, como decía su amigo Alberto Flores Galindo; Gonzalo Portocarrero pudo mostrar nuestros (des)encuentros y logró, con ello, desamarrar algunos de nuestros hondos nudos: prácticas sociales como el racismo, el autoritarismo o la corrupción no hubieran podido evidenciarse y, con ello, arrinconarse al menos parcialmente, sin su trabajo y discusión en el debate público.

Su afirmación de la duda, su disciplina con la lectura, su paciencia con la escritura, sus pensamientos en soledad y en compañía, sus ideas fijas y aquellas no tan fijas; su preocupación por el espacio educativo; su capacidad de conectar lo “académico” con la cultura popular; son todos recuerdos que ahora toman forma de lecciones a continuar. Pero, de seguro, el legado mayor de Gonzalo Portocarrero tiene como centro el compromiso con el Perú. Es en su apuesta por evidenciar la urgencia por decir nosotros desde una opción de afirmación de la vida, donde su obra se vuelve, mucho más que una herencia académica, un desafío vital.

Foto: Raúl García Pereira/ LaMula.pe

A continuación, presentamos dos microensayos para aproximarnos a su legado, dos textos que buscan generar un diálogo intelectual a partir de Gonzalo Portocarrero.


Portocarrero y el camino no tomado

Two roads diverged in a wood, and I—

I took the one less traveled by,

And that has made all the difference.

 The Road not Taken, Robert Frost.

 

Escribe: Eduardo Dargent, abogado (PUCP), máster en Filosofía Política (Universidad de York, Reino Unido); y Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Texas en Austin. 

Hay algo en las obras de Portocarrero que permite ponerlas en un mismo saco. Un aire de familia.

A pesar de su diversidad de temas y enfoques teóricos, hay en la obra de Gonzalo Portocarrero un estilo que la unifica. No seguía un canon teórico determinado. Lo suyo era la interdisciplinariedad, tomando de distintos campos del conocimiento herramientas para explorar los temas que lo inquietaban: racismo, violencia, construcción nacional, educación, corrupción, entre otros. Tal vez sea abusivo resaltar lo común en trabajos tan diversos. Pero creo que cualquier lector de sus libros y artículos entenderá el punto: hay algo en las obras de Portocarrero que permite ponerlas en un mismo saco. Un aire de familia.

Pocos conocen uno de sus primeros trabajos que, de caer en sus manos, les mostraría a un Portocarrero muy distinto. De Bustamante a Odría: El Fracaso del Frente Democrático Nacional 1945-1960 (Lima: Mosca Azul, 1983) se basa en el trabajo que desarrolló en su doctorado en Inglaterra. Es un libro de economía política, un enfoque que privilegia la estructura económica de una sociedad para entender sus configuraciones de poder, y en general sus eventos políticos. Así, se sitúa a los actores políticos en un escenario, con márgenes de acción acotados por esta base económica (aunque variará el grado de determinismo).

El libro estaría en mi selección de los cinco mejores de historia política del país. En este trabajo Portocarrero buscó explicar el fracaso del gobierno reformista de José Luis Bustamante y Rivero, y el surgimiento de la dictadura de Odría. ¿Por qué un gobierno que logró significativo apoyo popular termina perdiendo la partida? La respuesta está en las poderosas fuerzas conservadoras que enfrentó el gobierno, pero también en los quiebres de la alianza de gobierno entre reformistas y Apristas, y los excesos de políticas sociales en un país que atravesaba una situación económica complicada. Los militares, como tantas otras veces, cortaron la discusión apoyando una restauración conservadora.

La oligarquía exportadora, el APRA, los reformistas, los militares, son los protagonistas del relato. Los antecedentes nos muestran el escenario en que se daría la batalla política. La trama nos enseña sobre la fragilidad de las alianzas progresistas y los límites del voluntarismo económico. La caída nos ilustra sobre lo que hacía (¿hace?) a la democracia débil en el país. La conclusión pone en diálogo al Perú, sus similitudes y particularidades, con eventos similares en otros procesos de democratización fallidos de los sesenta y setenta. Un texto redondo.

Hay también algo común con la obra de Portocarrero, por supuesto: la fragilidad de una democracia desigual, la debilidad de nuestra identidad nacional, el papel de los radicales en la política, todos temas conocidos.  Pero el enfoque es lo que marca la diferencia.

¿Por qué no volvió a escribir textos como éste? Había mucho que decir desde esta perspectiva. Diversos procesos políticos anteriores y posteriores a la fecha de publicación del libro podían ser estudiados desde una mirada de este tipo: la caída del primer Belaunde, la debacle democrática de los ochenta, el Fujimorismo, la post transición. Pero Gonzalo privilegió mirar al Perú de otra forma y tomó un camino distinto.

[Gonzalo Portocarrero] Es uno de los pocos académicos que conozco capaz de moverse con éxito en claves tan distintas.

Esto no es un lamento, Gonzalo brilló en lo que hizo. Es más una curiosidad. ¿Qué hizo que encontrara su voz lejos de la economía política? ¿Qué le pareció insuficiente? ¿Hubo mucha teoría detrás de la decisión o simplemente fue ese odio que todo estudiante doctoral desarrolla por su tesis? ¿Y qué perdió? Lo que nos deja el libro es la plena seguridad de que tenía el talento para seguir por esa ruta. Es uno de los pocos académicos que conozco capaz de moverse con éxito en claves tan distintas.

Tenía guardadas estas preguntas para una conversación desde que leí el libro hace unos diez años. Las veces que nos vimos hablamos de otra cosa y olvidé preguntar. Sospecho que la decisión tuvo que ver con la sensibilidad que este enfoque más rígido no permitía transmitir, buscar una mejor forma de responder a las preguntas que lo agobiaban. Mi homenaje, entonces, pasa por visitar a ese Portocarrero menos conocido pero que también merece ser recordado.

En 2015, Portocarrero fue distinguido con el Premio Nacional de Cultura en la categoría de Creatividad. (Foto: Ministerio de Cultura)


Tomar postura[1]

Escribe: Noelia Chávez Angeles, socióloga por la PUCP y estudiante de la Maestría en Gobierno y Administración Pública del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset de Madrid (IUIOG).

La cultura es un campo de disputa constante entre lo propio y lo compartido, lo deseado y lo aprendido, lo quieto y lo movible. Como toda disputa, implica cambio. Desde un enfoque construccionista, podríamos pensar a la cultura como un enmarañado (conjunto no homogéneo) de símbolos, signos, significados, prácticas y normas, que comparte y cohesiona a un grupo humano, se aprende y transforma en la relación con los otros, y nos trasciende. La cultura no es sin los individuos, y los individuos no son sin ella.

Gonzalo consideraba que se necesitaba una “actitud autocrítica” para construir un concepto de cultura que delimite un conjunto de fenómenos, comprenda su dinámica y además discrimine, en este campo, lo deseable de lo indeseable.

Pero Gonzalo tenía otra forma de verla, que no estaba en desacuerdo con lo expuesto, pero que le agregaba un elemento político adicional. Elemento que muchas veces los científicos sociales, en nuestro afán por relativizar las estructuras y tener una actitud desinteresada de lo práctico, olvidamos. Me refiero específicamente a tomar posición frente a una situación. Gonzalo consideraba que se necesitaba una “actitud autocrítica” para construir un concepto de cultura que «delimite un conjunto de fenómenos, comprenda su dinámica» y además discrimine, en este campo, lo deseable de lo indeseable.

Su análisis iniciaba exponiendo los dos sentidos que consideraba limitados e insuficientes para comprender la cultura. El primero considera a la cultura como “sofisticación o refinamiento del gusto”: lo culto y lo civilizado frente a lo ignorante y lo grosero. Esta aproximación tiene tres supuestos tácitos inadmisibles: 1) el elitismo, que niega como cultura a aquello que se aleje de la alta cultura dominante, 2) el desdén por lo impulsivo, que celebra la unilateralidad de la razón y desconfía de los impulsos y el caos, y 3) el materialismo, que convierte a la cultura en un lujo de acceso limitado. Como consecuencia, se naturaliza las jerarquías cotidianas bajo una cultura única, homogénea y de las élites, que disciplina los cuerpos, e invisibiliza a lo demás; despoja de agencia, autonomía, reconocimiento y capacidad propositiva a las mayorías.

El segundo sentido de cultura criticado es el antropológico, que la concibe como un «tejido simbólico o red de significaciones que le otorga un sentido», racionalidad y validez a absolutamente todo. Es el «reino de lo aprendido», el mundo estructurado por «valores y creencias de creación colectiva», y «es diferente según pueblos, épocas y grupos sociales». Pero esta tendría otras tres limitaciones inaceptables: 1) la idea de tejido como algo unitario y coherente en disonancia con las sociedades complejas y diferenciadas, 2) el relativismo cultural extremo, que impide la formulación de juicios sobre costumbres e instituciones, y 3) el culturalismo, como otro tipo de esencialismo que convierte a toda realidad en cultura, anclándose en el discurso como mecanismo de construcción social, y olvidando las emociones, lo afectivo, lo impulsivo y lo irracional como productos de la propia cultura.

Gonzalo consideraba que era necesario formular un concepto de cultura que evite el elitismo, sin caer en el relativismo. Lo primero es más sencillo, pues implica entender la cultura como una construcción social no homogénea en el que todos y todas concurren. Lo segundo es más complicado, pues parece peligroso y conservador definir criterios que restrinjan lo que es y lo que no es cultura, y permita hacer juicios de valor sin ser elitistas o reduccionistas. Para lograrlo, Gonzalo rescata «la importancia de lo pulsional» (gozar del otro) y «la posibilidad del mal» (satisfacción de los impulsos destructivos) con el objetivo de generar un límite que permita discernir sin elitizar: la cultura entonces no podía promover o validar las prácticas, costumbres e instituciones que incorporen el «gozar dañando».

Gonzalo no solo enriquece y polemiza el concepto de cultura […] sino que hace necesario generar criterios claros y válidos para permitir lo que el llamaba crítica cultural, y que yo me atrevo a denominar el tomar postura.

Por eso, propone que el concepto de cultura incorpore dos elementos centrales en su definición. Un componente ético, donde la cultura contenga una «apelación universal ligada al desarrollo humano y la expansión de capacidades». Y un componente estético, como la «capacidad del arte para elaborar los deseos y temores de la gente», su poder conmovedor, que permita también «celebrar y respetar la diferencia». De este modo, es posible distinguir aquello que es cultura, de las acciones que suponen «convertir a los otros en medios para satisfacer goces (auto) destructivos», como la ablación, la tortura de animales, la informalidad, incluso la corrupción, entre otros.

Con este ejercicio, Gonzalo no solo enriquece y polemiza el concepto de cultura, sino que nos enseña que no basta con solo comprender y explicar los fenómenos sociales, sino que es necesario generar criterios claros y válidos para permitir lo que el llamaba crítica cultural, y que yo me atrevo a denominar el tomar postura. Tomar postura es un acto político que funciona de puente entre la teoría y práctica, y permite la acción luego de la reflexión. Es nada más y nada menos que no callar frente a las injusticias. Gonzalo nos ha dejado esa enorme tarea.

El legado intelectual que nos dejó Portocarrero es grande y valioso. Publicó 11 libros de diversos temas como el racismo, la política, la realidad social peruana, etc. (Foto: Elaboración propia)

[1] Las ideas de Gonzalo Portocarrero expuestas en el ensayo han sido extraídas de su texto “Hacia la reconstrucción del concepto de cultura y la crítica cultural” En: Rostros Criollos del Mal. Cultura y transgresión en la sociedad peruana. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, pp. 289-305, 2004.

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