Muchas fuentes demuestran que el peso de la pandemia de la COVID-19 ha caído con fuerza desproporcionada sobre grupos sociales racializados en gran parte de América: desde los pueblos navajos, afroamericanos y latinos en Estados Unidos hasta los pueblos indígenas amazónicos en Perú y en Brasil. Es imposible no pensar en el legado histórico de la expoliación colonial en territorios y pueblos, y de la explotación esclavista. El peso de la historia se revela al ver que son los mismos grupos entonces vulnerabilizados los que son hoy las mayores víctimas de la crisis sanitaria.

También durante estos meses la deforestación de la Amazonía brasilera no deja de acelerarse. Industrias ilegales, como el oro de garimpo (o de dragas ilegales), operan sin mayor control o vigilancia estatal y contaminan irremediablemente los ríos de la cuenca amazónica. A nivel global, si bien estos meses han significado una temporal reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, es claro que es necesario un cambio sistemático en la forma en que se genera y transmite la energía para lograr un impacto significativo.

Para que estos procesos sociales y ambientales se replanteen es necesario estar convencidos de que sus efectos negativos nos conciernen a todos. Y que cambiarlos también nos beneficiaría a todos. Para que ello sea manejable, es necesario mirar cada cuestión en detalle, con un sentido práctico, sin perder de vista el gran panorama.

Volvamos al Perú. La pandemia está afectando dramáticamente a las regiones amazónicas del Perú y a los pueblos indígenas en particular. No existen cifras oficiales de cuántas personas indígenas están infectadas. Hasta el 22 de mayo, la Red Eclesial Panamazónica calculó que 349 ciudadanos indígenas habían muerto por la COVID-19. La información les fue proporcionada por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), la principal organización que reúne a las federaciones de pueblos amazónicos en el país.

Pero dentro de todo esto hay una gran proactividad de los actores que se ven afectados. En toda la Amazonía, enfrentando un desafío abrumador, las organizaciones de los pueblos indígenas han mostrado una respuesta en red y una reacción ágil frente a la pandemia. Por un lado, han difundido sus problemáticas a las redes de la sociedad civil, y han hecho demandas claras al Estado peruano sobre cómo ajustar la respuesta estatal al contexto amazónico. Desde marzo han alentado el diálogo para poder generar una estrategia. Por otro lado, se han autoorganizado para hacer llegar el apoyo de múltiples fuentes solidarias a las comunidades. Muchas de estas han podido autoaislarse, a pesar del costo económico que implica dejar de trabajar o vender fuera de sus tierras.

En Ucayali, con ayuda de aliados locales, han desplegado una logística adaptada mediante el desarrollo de mapas de casos confirmados y sospechosos, y los recursos disponibles que tienen los distritos locales. Han organizado cadenas alimentarias entre las comunidades fluviales. Han recuperado los conocimientos tradicionales sobre plantas endémicas con valor terapéutico. El Comando Matico del pueblo shipibo ha difundido el uso de las hojas de ese árbol y opera en la parroquia de Yarinacocha dando cuidados a personas convalecientes. Cantagallo, en Lima, ha realizado una serie de actividades de autoorganización para enfrentar la tragedia que vive a partir de la gran cantidad de contagios y la paralización de sus actividades económicas.

Desde las áreas dedicadas a la conservación también hay propuestas. En Madre de Dios, la ECA Amarakaeri ha desarrollado una estrategia adaptada a la reserva comunal. Ha desarrollado la campaña “Yo me sumo a Amarakaeri”, que tiene el objetivo de recaudar víveres, materiales sanitarios y fondos monetarios para la prevención de la enfermedad en las comunidades de la reserva. La Asociación Nacional de Ejecutores de Contrato de Administración del Perú (ANECAP), que asocia a las reservas comunales del Perú, ha generado una estrategia de más largo aliento frente a la COVID-19 para todos estos territorios colectivos.

El efecto desproporcionado del nuevo virus entre las comunidades indígenas se ha evidenciado, y su autoorganización ha demostrado ser esencial. Su acción juega un papel clave cuando los sistemas regionales de salud en la Amazonía y los servicios sociales (como los bonos del Estado) no llegan de forma eficiente a las familias indígenas. Claramente queda mucho por hacer. Las semanas que vienen serán claves.

Desde finales de mayo se cuenta con la Resolución Ministerial N° 308-2020 MINSA, la asignación de recursos presupuestales para atender la emergencia sanitaria en la selva. También con el Decreto Supremo N°004-2020-MC que aprueba los lineamientos técnicos para garantizar la pertinencia y adecuación cultural en la atención de los pueblos indígenas. Estas herramientas necesitan de instituciones que las lleven adelante de forma sensata e innovadora. Es tiempo de actuar con estrategia.

¿Qué potencial tienen las redes indígenas para construir resiliencia frente a estos complejos desafíos de salud global? Ellos vienen demostrando ser actores proactivos, con conocimiento práctico y redes de solidaridad. Para ello es importante promover el respeto de sus derechos y propiciar espacios de coordinación que convoquen a distintos sectores y consideren nuestra diversidad territorial. En estas semanas, involucrar al tejido vivo de las organizaciones indígenas de la Amazonía, en Cusco, Huánuco, Junín, Loreto, Madre de Dios, Pasco, San Martín, Ucayali y Cajamarca será un paso fundamental para una acción territorial efectiva dada la heterogeneidad de la pandemia en el Perú.

Esfuerzos interculturales nos ayudan a salir de desigualdades asentadas. Nos permiten tener una sociedad más conectada, acciones públicas más eficaces, y en suma, un sistema socioecológico más resiliente frente a la adversidad.