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Notas informativas 15 de septiembre de 2017

Esta semana se ha recordado la captura de Abimael Guzmán, ocurrida hace 25 años. Como sabemos, su arresto determinó el rápido desmantelamiento de Sendero Luminoso. Organización vertical, Sendero Luminoso no sobrevivió como amenaza armada a la captura de sus jefes principales. Con la detención de Guzmán terminó lo peor de la violencia vivida por el país desde 1980, si bien esta se prolongó con menos intensidad hasta el 2000.

Los crímenes de Sendero Luminoso han quedado como una marca de horror en la memoria de la sociedad peruana. No obstante, y como es hasta cierto punto comprensible, no todos los pueblos del Perú tienen el mismo recuerdo. En Lima se suele recordar los carros-bomba como el símbolo de la estrategia de terror. Los sabotajes senderistas contra la red eléctrica forman, también, parte indeleble de esa memoria. Pero la memoria urbana del terror es solo una parte del horror vivido por el país. Lo cierto es que, sin menoscabo de la legitimidad de esa memoria, la mayor carga de la violencia armada fue padecida por las poblaciones de los andes, y en particular por esos ciudadanos rurales, campesinos, indígenas, que han sido históricamente, y siguen siendo, los grandes excluidos en nuestro país.

Fue con ellos que se encarnizó Sendero Luminoso al comprobar que las comunidades no estaban dispuestas a creer en su promesa totalitaria. Las grandes masacres, la táctica de empujar a pueblo contra pueblo, la provocación a las fuerzas del Estado sabiendo que estas actuarían indiscriminadamente contra la población, los desplazamientos forzosos e incluso la posibilidad de un genocidio contra el pueblo ashaninka, todo ello formó parte de la estrategia de atrocidad aplicada por Guzmán en los andes. Su derrota, como se sabe, fue posible cuando esos mismos pueblos obligaron a Sendero Luminoso a replegarse en las ciudades, donde se hizo más vulnerable.

Toda esta historia es conocida y no lo es, al mismo tiempo. Quiero decir que todo ello ha sido investigado y demostrado, pero no es, en realidad, ampliamente sabido por la población. Esta tiene una imagen nebulosa de Sendero Luminoso, una imagen que se condensa en un epíteto –terrorista– que, sin ser falso, en realidad explica menos de lo que oculta. Los crímenes de la organización que ideó Guzmán no se limitan al terrorismo ni su surgimiento y su expansión son explicables sin tener en cuenta ciertos aspectos de la sociedad peruana.

La Comisión de la Verdad y Reconciliación documentó masivamente sus delitos y demostró que se trata de auténticos crímenes contra la humanidad; describió su ideología fanática y cerril y su modo de actuación vertical, militarista e inhumano; y explicó también, al tiempo que lo declaraba el principal responsable de la tragedia, de qué modo el contexto social y cultural habían sido funcionales para el criminal proyecto de Guzmán. En todo ello nos hace falta, todavía, reflexionar. El aniversario de esta semana debe servir para un cultivo de la memoria verídico, amplio y crítico a la vez.