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Opinión 13 de marzo de 2015

Ahora, las nuevas autoridades de Junín han querido, al parecer, unirse a esa indiferencia y a ese desprecio, y en los primeros días de marzo han derogado la ordenanza que daba  a Yalpana Wasi el estatuto de Patrimonio Regional. En la práctica, esa decisión es un anuncio de que el local del museo, en el que se invirtió más de 7 millones de soles y que fue concebido como un auténtico centro de dignificación y de aprendizaje colectivo, será dedicado a fines completamente distintos.

Al tomar esta decisión, que constituye una afrenta a las víctimas, las autoridades de la región además no han ahorrado gruesos insultos referidos  a quienes promovieron una movilización cívica para salvar el museo y a quienes nos adherimos a ella. Repitiendo las habituales calumnias y críticas absurdas basadas en una irreductible ignorancia, estos consejeros han reeditado el guion seguido por los enemigos de la memoria, y los apologistas de los crímenes de Estado, personajes que aparecieron aún antes de que la Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyera su trabajo hace más de once años.

La agresión de las autoridades contra toda iniciativa atravesada de espíritu cívico o de inspiración democrática –tendencia que empezamos a ver también, ahora, en el gobierno municipal de Lima– no debe desalentar a la ciudadanía, sino reafirmarla en sus convicciones. Desde hace ya varios años sabemos que la democracia en el Perú tiene que ser construida por sus ciudadanos, a pesar y a contracorriente de políticos y autoridades. Eso vale también para las tareas de la memoria que implican dignificación y reconocimiento. 

Así pues, las oportunidades de llegar a tener alguna vez un país más incluyente y equitativo, una sociedad más humana, residen hoy, más que en el poder público, en el esfuerzo y la persistencia de unas cuantas organizaciones de la sociedad civil. Mientras ellas perseveren, la memoria de las víctimas muertas o desaparecidas y el reconocimiento a familiares y sobrevivientes no serán abandonados del todo y por tanto seguirá, invicta, la esperanza.