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Opinión 14 de octubre de 2016

Y ello ha de ser así, pues la universidad es un espacio para la autorreflexión de la sociedad, la identificación de sus problemas esenciales y el análisis de sus posibilidades de solución. Siendo una institución cuyo fin supremo es la conservación y creación de conocimiento, el elemento básico de la vida de la universidad es el manejo de los argumentos y de las evidencias en el contexto de la indagación científica y la actividad política. La universidad examina al país desde ese elemento; en tal sentido, quienes se acercan a pensar el Perú desde el trabajo de los argumentos y las evidencias son interlocutores dentro de una larga discusión, que se remonta al legado de creadores de la talla de Rodríguez de Mendoza, Gonzales Prada, Haya, Mariátegui, Basadre y tantos otros que han pensado las transformaciones que debiera afrontar el Perú para convertirse en una nación más justa y próspera.

Nuestro país enfrenta desafíos difíciles. Emprender la ruta democrática implica fundar una genuina cultura de derechos, que impida que sectores importantes de nuestra sociedad no se vean excluidos de los valores de la ciudadanía a causa de su origen, del color de su piel, su género o su estilo de vida. Implica asimismo reconocer que el desarrollo no equivale solamente al bienestar económico, sino a formas de realización de la vida y la libertad que no se agotan en las cifras macroeconómicas. Implica reconocer que cada peruano tiene una voz que debe ser escuchada a la hora de elegir tomar medidas que nos afectan a todos. La universidad es un espacio de formación moral y política sostenida en la igualdad y en el intercambio de ideas que requieren las prácticas democráticas.

La universidad no puede ser pues ajena al proceso de democratización que el país requiere; antes bien, debe orientarlo a partir del trabajo crítico con las ideas y los principios de la moral pública cumpliendo para ello con sus fines esenciales: búsqueda del conocimiento y vocación por el bien social. Es lamentable que en las últimas décadas la universidad peruana se haya trazado como su meta más visible la de la simple formación profesional, asumiendo una organización en la que el lucro suele anteponerse a la preparación académica.

El énfasis reciente en la llamada “universidad empresa”, deja fuera de discusión fines identitarios de la educación bien entendida. Fines que apuntan a la construcción del espíritu crítico de los jóvenes, a la formación de ciudadanos autónomos, comprometidos con el bien del prójimo y no solo la preparación, en ocasiones harto dudosa, de técnicos y emprendedores. La universidad peruana que ha sido un factor decisivo en las etapas de transformación intelectual y moral de la vida de nuestra sociedad no debe olvidar su compromiso con la búsqueda del bien común y la construcción de la conciencia nacional.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(14.10.2016)