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Opinión 31 de julio de 2015

Asistir al cine no constituye una experiencia cualquiera. Existe algo mágico en ella, una suerte de milagro compartido que opera en cada sala donde se proyecta una película. En su esencia, el misterio de dicho milagro podría consistir en sentarse en una sala con personas que acaso no conocemos para, en la tiniebla de las luces apagadas, compartir la maravilla de la vida –ficcional o documental– mostrada en el fluir incesante de imágenes.

Al mismo tiempo, el cine es lenguaje, noción que no debe reducirse exclusivamente a una mera función mediadora o a un medio de información. Implica una manera de habitar el mundo, de entenderlo y discernirlo.

Ciertamente todo lenguaje es capaz de ofrecernos una imagen más rica de la realidad para que pueda iluminar nuestra conciencia. El cine es también un lenguaje que significa plenamente y que, por ello, nos permite ver con más sentido nuestra realidad, y así el comprendernos mejor. Ello implica asumirnos dentro de un contexto del cual no podemos prescindir y que marca nuestra identidad. Y, en buena medida, para todos nosotros ese contexto es el latinoamericano.

Durante 19 ediciones, el Festival de Cine de Lima, organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú a través de su Centro Cultural, ha brindado una plataforma de difusión a películas de diversas partes del mundo y, en particular, a aquellas de nuestra región. Cintas que reflejan distintos pueblos y personas, y los rasgos íntimos de nuestras naciones. Y también, paradójicamente, los rasgos comunes que nos atraviesan. En efecto, somos hijos de naciones diferentes, aquejadas por sus propios dramas y con expresiones distintas de sus alegrías. Sin embargo, también es verdad que, por mandato de nuestra historia y de nuestra cultura, nos hallamos hermanados en una patria común. Dicho sentimiento compartido que trasciende lo que nos separa se revela justamente a través del arte y, en particular, gracias a aquellos creadores de imágenes que son los cineastas.

Si bien nuestros países han experimentado –en mayor o menor medida – un importante crecimiento económico en la última década y los costos de hacer cine, en algunos casos, se han abaratado con las nuevas tecnologías, sigue siendo difícil aún desarrollar esta actividad en América Latina. Más aún cuando se comienza a evaluar a las películas por el mero tamiz de la recaudación y las ganancias en detrimento de otro tipo de valores que no son necesariamente del gusto masivo. Empero, tanto a través de las películas más comerciales como de las creaciones más personales han venido subsistiendo y renovándose directores y actores, guionistas y técnicos, productores y realizadores, empeñados en darle forma a esta expresión artística en nuestra región y ello ha de tomarse en cuenta.

Como presidente de la Filmoteca PUCP y como espectador y amante del cine, les invito a participar en la decimonovena edición del Festival de Lima, a realizarse entre el 7 y el 15 de agosto. Se trata y saben bien, de una experiencia enriquecedora e inolvidable para quienes asisten año a año a la misma. El buen cine nos espera.