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Opinión 4 de marzo de 2016

En tal sentido quisiera reafirmar determinados principios que, más allá de quienes suscribieron el Pacto Ético, nos afectan a todos como miembros de la sociedad. Estas preocupaciones se refieren al respeto que se debe a los principios de veracidad y conducta transparente y honesta que deberían ser un valor fundamental no solo dentro de cualquier proceso electoral sino también dentro de nuestra vida política en general. Hablar con sinceridad al país, expresar propuestas con genuina intención de cumplirlas, mostrar una trayectoria cívica coherente, hacerse cargo del pasado propio y reconocer responsabilidades antiguas en vez de disimularlas o trivializarlas: tales son algunos de los rasgos morales que nuestra democracia necesita de sus candidatos y son también rasgos y comportamientos honestos que los electores deberíamos exigir.

La política electoral, sin embargo, suele tomar un rumbo peculiar. Así, la técnica del mercadeo llega en ocasiones a reemplazar a la presentación de compromisos y responsabilidades reales. Es entonces cuando las campañas nos ofrecen imágenes, representaciones, simulacros que parecen especialmente diseñados para ocultar a la persona real que nos pide su voto. Es cierto que esa tendencia no es privativa del Perú. Pero la extrema precariedad de nuestro sistema de partidos la hace especialmente nociva entre nosotros.

Ante ello la ciudadanía precisa reaccionar para que finalmente podamos disociar la imagen del candidato de la realidad, a veces dura, de la persona concreta que se halla detrás. Lo cierto es que cada candidato tiene una historia individual, una trayectoria en el mundo público o en el privado, está inserto en una organización que tiene méritos y deméritos que han de ser sopesados y por ello es portador de responsabilidades que fueron asumidas y también en ocasiones no fueron honradas. Si bien en una elección decidimos en el presente y sobre el futuro, no es prudente hacerlo sin conocer el pasado y, dentro de él historias personales que han de ser evaluadas.

Alguien podrá decir que una elección es sobre propuestas y organizaciones y no sobre personas. Pero, esa sería una visión reductiva y en última instancia ingenua, pues descuidaría precisamente la textura moral de la persona que desea conducir al Estado y representarnos. Ciertamente es correcto y necesario que se exijan propuestas claras y ordenadas, pero estas no nos deben hacer perder de vista la trayectoria de vida de quien nos solicita el honor y la carga de gobernarnos. ¿Qué sabemos de la historia personal de cada candidato en cuanto a su honestidad y a la de su entorno? ¿Qué sabemos de la lealtad a principios básicos, y del grado de honorabilidad de quienes desean ser elegidos?

Recordemos que los ciudadanos, al votar, no somos clientes eligiendo un producto comercial y por ello no debemos descuidar de traer de vuelta a nuestra reflexión democrática dichas cuestiones.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República.

(04.03.2016)