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Opinión 17 de julio de 2015

El proyecto del Lugar de la Memoria nació en el contexto de una extraña situación. El gobierno alemán ofreció una donación para edificar un museo que conmemorara e invitara a la reflexión sobre los años de dolor y violencia que vivimos los peruanos finalizando el siglo XX. El gobierno de Alan García declinó la oferta, actitud que generó la protesta de muchos ciudadanos. Frente a tal reacción, García entonces reconsideró (creo más por estrategia que por convicción) la propuesta del Estado alemán. Han pasado muchos años desde aquella decisión, y todavía no contamos con un Lugar de memoria que ofrezca a los peruanos una lectura lúcida e integral acerca del conflicto más cruento que hayamos vivido.

El Lugar de memoria (que ahora es llamado Lugar de la Memoria, La Tolerancia y la Inclusión Social: pomposo título para magros resultados), no parece estar acondicionado siquiera para alojar toda la exposición fotográfica Yuyanapaq, que, recordémoslo, fue una de las principales razones que motivaron la generosa oferta alemana. No parece quedar claro, asimismo, el sentido del relato que el espacio brindará para la necesaria reflexión honesta de los visitantes. En un inicio, él se asentaba en el Informe de la CVR, pues este documento oficial por su trabajo imparcial, honesto y fecundo ofrecía un horizonte riguroso para el intercambio ciudadano de razones e ideas. No obstante, de algún modo, este parecer fue mutando para ofrecer más bien un relato diferente, más “aceptable”, que recogiera diferentes versiones del proceso vivido, de modo que fueran satisfechas todas las posturas, incluyendo aquellas que se declaraban hostiles al contenido del Informe. Se pretendía así “negociar” el relato matriz del Lugar de la memoria, yendo en contra del espíritu originario del proyecto: plantear la discusión de una verdad sobre el conflicto que no resulta grata ni cómoda en la medida que cuestiona, severamente, nuestras responsabilidades frente al sufrimiento de “otros” compatriotas.

Se entiende que la tarea de edificar un espacio genuino para la reflexión en torno a la terrible experiencia que hemos padecido es ardua. Una situación similar –acaso más dramática– sucede en el caso de La Hoyada, Ayacucho. Allí estuvo erigido en otro tiempo el tristemente célebre cuartel de Los Cabitos que fuera lugar de detención ilegal, tortura y asesinato de más de un centenar de ayacuchanos. Se ha propuesto el levantar allí un santuario, un lugar de encuentro, de recogimiento y reflexión en torno a las víctimas. Pues bien, el proyecto ha encontrado numerosas expresiones de resistencia, tanto entre autoridades y políticos como en personas que guardaban algún interés en aprovechar para sí esas tierras.

El Lugar de la Memoria y La Hoyada son ejemplos vivos de las dificultades para emprender con seriedad un proceso de reflexión que nos lleve a comprender nuestro pasado reciente: no se entiende que la historia no se impone ni negocia y que la verdad, honrada por la memoria ética, es indispensable para iniciar los caminos de la Reconciliación. Esperemos que ello alguna vez cambie.