Edición N° 30 12/12/2019 Artículo

A nadie le importa: Sobre las políticas culturales en el Perú de hoy

Por: Víctor Vich

Crítico Literario y profesor PUCP

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Aunque es claro que vivimos en una sociedad cuyos vínculos humanos se encuentran muy degradados (corrupción generalizada, permanente delincuencia urbana, machismo violento, racismo escondido, individualismo salvaje), las políticas culturales siguen sin ingresar en la principal agenda política del país: ningún político sabe qué son y, menos aún, para qué sirven. Todos ellos siguen creyendo que se trata de un tema “muy menor” dentro de las prioridades del Estado. Ningún presidente, ningún congresista y, mucho menos, ningún tecnócrata de MEF, es capaz de ponerse a pensar y de informarse un poco para concluir en la urgencia que ellas tienen en la reconstrucción del vínculo social, vale decir, en la formación de nuevos ciudadanos en el país.

Luego de casi una década de haber sido creado, el desinterés por el Ministerio de Cultura es vergonzoso. Demasiados ministros, la mayoría de ellos improvisados. Ya van doce hasta el momento: más de uno por año. Todos con ideas diferentes, algunos de ellos sin ninguna idea. Es claro que la clase política ni siquiera se tiene una idea clara sobre el perfil acerca de quién debería ocupar ese cargo. El nombramiento de Petrozzi (amigo del General Donayre…) fue desconcertante: el signo más claro de una improvisación total y de que la cultura no importa. Sin embargo, ya entendidas como un importante ámbito de gestión pública y educativa, las políticas culturales son hoy un campo emergente en América Latina. La profesionalización para gestionar la cultura va creciendo y los expertos se van incrementando. Existen maestrías, diplomados e, inclusive, carreras profesionales. En el Perú, por el contrario, pocos políticos parecen haberse dado cuenta de ello.

«El nombramiento de Petrozzi fue desconcertante: el signo más claro de una improvisación total y de que la cultura no importa», Víctor Vich. (Imagen: Andina)

Cada Ministro ha llegado con nuevas ideas (o, realmente, sin ellas) y ha tratado de informarse (a veces con malos asesores) sobre qué se puede hacer en un área desconocida.

A pesar de este desinterés, hay que subrayar, sin embargo, que el actual Ministerio de Cultura sí cuenta con muy buenos equipos de trabajo conformados por excelentes profesionales que no solo tienen ideas sino que trabajan con un gran compromiso por democratizar el acceso a la cultura a la que siempre entienden, no como un simple “entretenimiento” ni menos como una burda mercancía, sino como un agente decisivo para construir mejores ciudadanos. El gran problema es que esos buenos equipos nunca son suficientes sin liderazgos que los sostengan, vale decir, sin una visión de gran aliento que establezca prioridades, líneas articulación entre las diferentes áreas de trabajo y con un presupuesto adecuado (hoy permanentemente reducido, además). Hasta el momento, la continuidad ha sido muy poca y cada Ministro ha llegado con nuevas ideas (o, realmente, sin ellas) y ha tratado de informarse (a veces con malos asesores) sobre qué se puede hacer en un área desconocida. Algunos políticos, parecen querer un Ministerios de Cultura igual a PromPerú.

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Por si fuera poco, el ciudadano común tampoco sabe para qué sirve un Ministerio de Cultura más allá de poder decir, quizá, que sirve para “cuidar” el viejo patrimonio de nuestra historia. Y si llega a decir eso, ya es mucho, aunque muy pobre igual. En todos estos años, el Ministerio ha hecho muy pocos esfuerzos para construir una mayor institucionalidad de sí mismo difundiendo su propia razón de ser. El Ministerio no ha hecho públicos sus lineamientos (no los ha aprobado todavía) ni ha difundido correctamente –ante los políticos, ante la ciudadanía, ante el periodismo– lo que debe entenderse por política cultural. Esa debió ser su primera tarea y no la hizo, y siempre resulta urgente retomarla. Si en el Consejo de Ministros, todos creen que la función más importante del Ministerio es no interferir en la construcción del aeropuerto de Chichero, entonces el futuro del país sigue siendo muy sombrío.

Por ejemplo, el Ministerio de Cultura no ha trabajado articuladamente con las municipalidades y con los gobiernos locales de todo el país para explicarles la importancia de construir gerencias de culturales encargadas de llenar las plazas de artistas y de símbolos que desplieguen nuevos sentidos estéticos y activen en la población una mayor reflexión sobre sí misma. El Ministerio ha trabajado poco para que la ciudadanía exija cultura al igual que exigimos seguridad y limpieza pública. Si ya en el Poder Ejecutivo (y en la Municipalidad Metropolitana de Lima) el área de educación se separó administrativamente de cultura, lo mismo debería ocurrir en todos las municipalidades del Perú que hoy continúan juntando “educación, cultura y deportes” sin trabajar realmente en ninguna de ellas. Si se quiere tener ciudadanos que piensen mejor a los congresistas que eligen, entonces es urgente elevar el nivel educativo y eso no solo se logra invirtiendo en la burocracia al interior de los colegios públicos sino en los espacios públicos que es donde también todos nos formamos como ciudadanos.

Cultura es más que un organigrama

En el Perú se sigue sin entender el rol decisivo de la cultura para combatir los grandes problemas nacionales.

En el Perú se sigue sin entender el rol decisivo de la cultura para combatir los grandes problemas nacionales. A través de múltiples proyectos de difusión cultural que pudieran crearse por todo el país, el Ministerio de Cultura debería ser un agente decisivo en la lucha contra la corrupción, pero no es así. El Ministerio de Cultura podría ser, además, una voz muy firme en el combate contra el machismo y la violencia de género, pero otra vez no es así. Más allá de limitarse a resguardar patrimonio (siempre urgente, ¡qué duda cabe!), el Ministerio debería defender los derechos de las comunidades indígenas (sobre su territorio, sobre sus recursos, sobre sus lenguas) pero sabemos que los grandes lobbys siempre se lo han impedido y que las presiones han sido extremas. El Ministerio debería defender el tiempo libre de ciudadano (la calidad de vida, el respeto a las 8 horas de trabajo) pero le parece muy complicado, o antiguo, meterse en esos temas.  El observatorio contra el racismo es una muy buena iniciativa, pero muy aislada todavía. El problema es que hoy el Ministerio entiende la cultura, sobre todo, como promoción cultural, como apoyo a los artistas del sector (y eso es muy bueno, ¡qué duda cabe!) pero no es suficiente: es indispensable que también entienda a la cultura como vínculo social, como modo de vida, como hábitos asentados, como relaciones de poder y discriminación diversa. Desde sus inicios, muchos hemos venido subrayando que el organigrama del Ministerio está muy mal diseñado.

No hay “reforma educativa” sin políticas culturales sólidas.

Este es un punto clave: no hay “reforma educativa” sin políticas culturales sólidas. Digamos, de manera simple, que las siguientes son las dos ideas centrales que todo político o técnico económico debería saber para bien del Perú (por el momento): la escuela no es el único lugar educativo; los niños no son los únicos que necesitan educarse en este país. En este país –resulta claro– todos necesitamos “reeducarnos”, vale decir, todos debemos recuperar la honestidad como un valor ético, todos debemos revalorar la importancia del espacio público (siempre degradado por el discurso privatizador), todos debemos tener acceso a diferentes imágenes estéticas para acceder a mayor información histórica, para salir de los estereotipos, para neutralizar los prejuicios para asumir una actitud más propositiva que la simple queja. En este país, todos debemos “reeducarnos” para salir de la inercia alienante, de esa frivolidad que campea, del machismo, del racismo y de ese individualismo antisocial que hoy se impuesto sin piedad.

«En este país, todos debemos “reeducarnos” para salir de la inercia alienante, de esa frivolidad que campea, del machismo, del racismo y de ese individualismo antisocial que hoy se impuesto sin piedad», Víctor Vich. (Imagen: MINCUL)

Más claro: sin una mejor cartelera de cine, sin galerías de artes visuales  encargadas de renovar nuestro sentido estético, sin un teatro con precios más accesibles (casi ninguna familia peruana puede pagar tres o cuatro entradas de teatro), sin libros baratos, sin música diversa, sin poesía en las calles, sin bibliotecas municipales y sin centros culturales públicos por todo el país, seguiremos siendo una sociedad –una cultura– que no se cansa de repetir sus mismos errores (de elegir siempre a los mismos) y una ciudadanía, no solo engañada, sino que siempre se deja engañar fácilmente; una ciudadanía que es pocas veces crítica de sí misma y que se encuentra realmente atorada dentro de sus propios hábitos tanáticos.

  Sin libros baratos, sin música diversa, sin poesía en las calles, sin bibliotecas municipales y sin centros culturales públicos por todo el país, seguiremos siendo una sociedad –una cultura– que no se cansa de repetir sus mismos errores.

Es claro que el mercado, por sí solo, no puede promover la cultura. Al mercado solo le interesan los negocios y, como lo vemos día a día, muchos empresarios peruanos corrompen casi todo lo que tocan. Con tal de maximizar ganancias, ellos son capaces de construir universidades bambas, de vender leche que no es leche, de difundir promociones falsas, de malograr los equipos médicos de hospitales públicos para enviar a los pacientes a sus laboratorios privados o, en última instancia, despilfarrar más de tres millones y medio de dólares para financiar afiches publicitarios de mafias organizadas.

La cartelera semanal del cine es un notable ejemplo de lo que estoy sosteniendo. Más allá del eterno debate sobre si la mayoría de las películas de Hollywood son “malas” o “buenas”, lo que sí puede afirmarse es la absoluta falta de diversidad de lo que nos ofrece.  Hoy, sin ninguna vergüenza, solo se nos ofrece monotonía. Muy pocas películas toman todas las salas de cine y todos los horarios para proyectar exactamente lo mismo. A las empresas que controlan este mercado no les interesa (en lo más mínimo) contribuir a la educación del país ofreciendo (por lo menos) variedad. En realidad, tienen un gran desprecio del cine como tradición artística: no tienen amor, no tienen pasión ni compromiso; en realidad, no realizan ningún aporte más allá de lucro fácil.

No solo eso: cuando por ahí aparece una película que no es de Hollywood, vale decir, alguna película europea o latinoamericana, esta solo es proyectada en Miraflores, San Isidro, Surco y por muy pocos días. Si alguien de Comas o de Villa el Salvador quiere verla, tiene que darse el viaje porque en los “malls” de esos distritos es imposible encontrarla. ¿Hay discriminación en la geopolítica de la cartelera? El argumento que sostiene que “no hay demanda para esas películas” es pasivo, desganado y perverso: todos sabemos las demandas se construyen con trabajo, con compromiso, con información, activando procesos en tiempos más largos que la pura inmediatez.

El problema de pensar en “políticas culturales”

Los “puntos de cultura” son organizaciones que trabajan en los barrios  donde la cultura es producida en esas calles en vínculo con la historia y la tradición del lugar. (Imagen: MINCUL)

Es ya un gran consenso en el debate latinoamericano que los Ministerios de Cultura deben priorizar, sobre todo, el sistema de “puntos de cultura” y a las “organizaciones de cultura viva comunitaria”. Es ahí donde, en varios países (en Colombia, Ecuador, Brasil, Argentina) se ha puesto la mayor inversión pública con resultados altamente positivos.  Los “puntos de cultura” son organizaciones que trabajan en los barrios  donde la cultura es producida en esas calles en vínculo con la historia y la tradición del lugar. (Lambertsfruit.com) Los puntos de cultura utilizan símbolos estéticos como agentes para la integración social, como dispositivos de búsqueda de nuevas identidades sociales. Ellos “educan”, no para la competencia salvaje, sino para la responsabilidad social.

¿Al actual Ministro de Cultura se le ha ocurrido visitar algunos de los puntos de cultura que existen en el país?

Sin embargo, ese programa –un programa que hoy es un emblema por toda América Latina– es el que menos importancia ha tenido en el Perú y es, sin duda, el más desconocido para las autoridades públicas. Una vez, yo conversé con un jefe de gabinete y me contó que no sabía que el programa existía. ¿Al actual Ministro de Cultura se le ha ocurrido visitar algunos de los puntos de cultura que existen en el país? En el Perú, hay muchísimas de estas organizaciones que, contra viento y marea, están realizando ese trabajo día a día, un trabajo que promueve el teatro, que democratiza el cine, que despierta en los vecinos del barrio una sensibilidad nueva, una creatividad mayor.[1]

El propio presidente Vizcarra contó hace poco una anécdota que lo sorprendió mucho. Al llegar a Canadá y al querer inscribir a sus hijas en el colegio, le preguntaron directamente: ¿y qué tipo de habilidades artísticas tienen sus hijas? En ese momento, Vizcarra no supo qué responder porque, en el Perú, la creatividad artística ha sido expulsada de los colegios hace mucho. Las artes deberían ser un componente central del sistema educativo pero hoy, gracias a una ideología que solo fomenta el pragmatismo y la tecnocracia, estas son inexistentes o han quedado reducidas al máximo. Luego de once años de escolaridad, es absurdo que salgamos de los colegios sin saber tocar un instrumento musical o sin saber algo de fotografía en una sociedad donde todos tienen un celular a la mano. Vizcarra reconoció que ese era un tema por trabajar pero, como siempre, quedó en el olvido. Hoy nuestro presidente prefiere priorizar el demencial (y holocaústico) aeropuerto de Chichero a construir mejores políticas culturales por todo el  país. Los negocios son siempre más fáciles. Vivimos tan en la “barbarie” (tan solo en el mundo bajo de los negocios) que todos los años los presidentes de la República acuden disciplinadamente al CADE, pero ninguno de ellos, hasta el momento, ha acudido a la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales de Cultura. Por lo demás, en cualquier país civilizado, los ganadores serían notas primera plana en los periódicos y de múltiples reportajes: aquí nadie se entera.

Es entonces urgente salir de la visión tecnocrática y apologética del “emprendedurismo” (que ha dominado la educación peruana durante las últimas décadas) para recuperar el contenido humanista de la educación y de la cultura: se trata de comenzar a privilegiar objetos culturales que afinen nuestra sensibilidad y amplíen nuestros criterios estéticos; se trata de apostar por símbolos que hagan más visible la vergonzosa manera en la que vivimos los peruanos (las relaciones de poder que median entre nosotros) pues comprender cómo esos vínculos fueron constituidos, es el primer paso para comenzar a neutralizarlos. Debemos insistir que las políticas culturales sirven para eso: buen cine, buen teatro, buena literatura, buena música, buenas artes visuales sirven exactamente para eso. Una apuesta decisiva a los “puntos de cultura” y a las “organizaciones de cultura viva comunitaria”  (hoy más de 280  por todo el país) resulta urgente para educarnos mejor y para neutralizar la absoluta exclusión que el mercado neoliberal viene generando en el país.

Es urgente intervenir en la construcción de un nuevo “sentido común” igualitario y democrático.

Hoy tenemos que afirmar que un cambio político no puede conseguirse sin un cambio cultural. El verdadero cambio político debe librarse en los intentos por transformar la inercia cotidiana, las relaciones de poder que hacen que unos se impongan sobre otros y se aprovechen de ellos: los hombres de las mujeres, los empresarios de los trabajadores, los nativos de los inmigrantes, etc. Hacer verdadera política implica también proponer nuevas representaciones de la vida colectiva que contribuyan a crear nuevas identidades sociales y nuevos modos de relación entre las personas en un contexto, como el actual, de franco deterioro de la vida colectiva.

En efecto, en un contexto donde las mafias se reagrupan fácilmente y donde la ola neoconservadora crece día a día, es urgente intervenir en la construcción de un nuevo “sentido común” igualitario y democrático. Las políticas culturales son decisivas al respecto. Sirven, por un lado, para “denunciar el equívoco de la cultura”, vale decir, para a mostrar la “base cultural” de problemas aparentemente “no culturales” y, por otro, para despertar la creatividad de la gente aprovechando el poder de los símbolos estéticos. Se trata, a fin de cuentas, de activar la necesidad de producir una mirada diferente sobre la realidad, una mirada que nos haga percibir insospechadas posibilidades para una vida nueva: más sana y en común.


Lecturas recomendadas

Alfaro, Santiago (2011). “De los sueños y otros demonios: la política cultural del segundo alanismo”. En: Perú hoy. El quinquenio perdido. Crecimiento con exclusión  Lima: DESCO.

Cánepa, Gisela (2007). “La gestión cultural del patrimonio inmaterial”. En: Coyuntura. Análisis Económico y social de atualidad. Noviembre-diciembre. Año 3, Num 15.

Ballón, Alejandra. “Alfombra roja: una forma posible de política afectiva”. Revista Arte y diseño. PUCP, 2014, 35-40

Borea, Giuliana (2006). “Museos y esfera pública: espacio, discursos y prácticas. Reflexiones en torno a la ciudad de Lima. En: Mirando la esfera pública desde la cultura en el Perú. Lima: Concytec.

Butler, Judith. “Vida precaria y ética de la cohabitación”. En: Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Buenos Aires: Paidós: 2017.

Cortés, Guillermo y Víctor Vich (2006). Políticas Culturales: ensayos críticos. Lima: IEP- INC.

Chavarría Muñoz, Alberto (2015). “Gestión Cultural en Huancayo”. En: La cultura en Huancayo. Jorge Yangali, editor. Huancayo: Grapex.

Delfin, Mauricio (2013). Los aparatos de la cultura. Sistemas de información cultural, teconologías de gobierno y economía política de la cultura en América Latina. Creative Commos.

Didi-Huberman. Pueblos expuestos, pueblos fulgurantes. Buenos Aires: Manantial, 2014.

Eagleton, Terry (2001). La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales. Buenos Aires: Paidós.

Garcés, Marina. Un mundo común. Barcelona: edicions bellaterra, 2013.

Guerra, Diana (2006). Casos de gestión cultural en el Perú. Lima: INC.

Hernández Asencio, Raúl (2011). “Turismo, museos y desarrollo rural. ¿Por quién y para quién? Lima: IEP.

Hernández Asensio, Raúl (2013). ¿De qué hablamos cuando hablamos de participación comunitaria en la gestión del patrimonio cultural? En Revista Argumentos, año 7, num 3, Julio.

Lescano, Gloria y Víctor Vich. “Políticas culturales en el Perú del nuevo milenio: avances, retrocesos y compromisos pendientes”. En: Panorama da gestao cultural na Ibero-América. Antonio Albino Canelas y Rubens Bayardo, editores. Salvador de Bahía: Edufba, 2016.

Losson, Pierre (2013). “The creation of a Ministry of Culture: Towars the definition and implementatio of a comprehensive cultural policy in Peru. International journal of cultural policy. Vol 19, N 1, January, 20-39.

Mouffe, Chantal. “Política agonística y prácticas artísticas”. En: Agonística. Pensar el mundo políticamente. Buenos Aires: FCE, 2014.

Nussbaum, Marta. “La crisis silenciosa” En: Sin fines del lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Montevideo: Katz, 2010.

Tello, Sonia y Henrique Urbano (2008). «Políticas culturales en el Perú». En: Políticas culturais na Ibero-America. Antonia Albino Canelas y Rubens Bayardo (Orgs). Slavador de Bahía: Edufba.

Turino, Celio. Puntos de cultura: cultura en movimiento. http://iberculturaviva.org/wp-content/uploads/2016/02/puntos_de_cultura_auspicio.pdf

Vich, Víctor. “¿Qué es un gestor cultural? En defensa y en contra de la cultura”. En: Praxis de la gestión cultural. Carlos Yañez, editor. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2018.

Vich, Víctor (2014). Desculturizar la cultura: la gestión cultural como forma de acción política. Buenos Aires: Siglo XXI.

Zavala Virginia, Luis Mujica, Gavina Córdova y Wilfredo Ardito (2014).  Qichwasimirayku: Batallas por el quechua. Lima: PUCP.


Enlace 

[1] Sobre el programa puede consultarse: https://www.puntosdecultura.pe/

 

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