Desafiando el peso de la historia. El papel de las mujeres en la construcción de la República peruana
Por: Claudia Rosas
Historiadora (*)
Uno de los campos de estudio más dinámicos de la historiografía contemporánea es la historia de las mujeres y de género, cuyas implicancias son complejas, pues no están desligadas de la política, entendida en su sentido amplio.[1] Este campo de estudio no solo ha permitido enfocar a las mujeres como sujetos históricos en el pasado e historizar sus experiencias en el presente, sino también ha logrado comprender -a través del uso de la categoría analítica de género-[2] cómo las relaciones entre hombres y mujeres han cambiado a lo largo de la historia, ya que se trata de una construcción sociocultural variable y no de un inmutable imperio de la biología. En el Perú, en las últimas décadas se ha desarrollado la investigación en este campo, lo cual ha ampliado nuestra comprensión no solo de las mujeres y hombres del pasado, sino también del presente.[3]
El objetivo del artículo es mostrar cómo para comprender a cabalidad la situación de las mujeres en el Perú actual, es importante tener una perspectiva histórica de la agencia femenina a lo largo del tiempo y, en particular, en los últimos 200 años de historia peruana. Dicha perspectiva debe abarcar tanto las luchas protagonizadas por las propias mujeres para lograr sus derechos -que no fueron dádivas del gobernante de turno o producto de un inexorable destino- como la falta de igualdad de género y las formas de dominación a las que se vieron enfrentadas y ante las cuales debieron desplegar diversas estrategias de resistencia, negociación o adaptación. Ello no excluye que también hayan existido formas de complementariedad, convivencia y solidaridad entre hombres y mujeres en la historia, sin embargo, este enfoque nos permite superar la idea de que cuando hoy en día hablamos de feminicidio, violencia sexual y otras formas de ejercer poder sobre las mujeres, no se trata solamente de problemas coyunturales. Todo lo contrario, estamos frente a problemas cuya naturaleza es de carácter estructural en nuestra sociedad y sus manifestaciones hunden sus raíces a lo largo del tiempo. Por ello, es importante conocer cómo estas mujeres participaron en la construcción del Perú republicano y terminaron desafiando el peso de la historia.[4]
Para desarrollar este argumento, en un tema de estudio tan amplio y complejo, en este breve artículo, pasaremos revista a algunos hitos representativos de la participación femenina en el Perú de los siglos XIX a XXI y, al mismo tiempo, haremos mención a una serie de mujeres que, durante este periodo, hicieron un relevante aporte para la construcción del país tanto a nivel individual como colectivo.[5]
Hubo un sinnúmero de mujeres anónimas que transgredieron -en menor o mayor medida- los límites impuestos a su rol de mujeres en la sociedad colonial y que lucharon de diferentes maneras por la libertad o, simplemente, por sobrevivir y proteger a sus familias».
Las mujeres del proceso de independencia a la República
En las últimas décadas del siglo XVIII, se produjo una nueva visión de género auspiciada por la Ilustración y, posteriormente, por el liberalismo del siglo XIX.[6] En ella, las mujeres estaban orientadas al esposo y a los hijos, debían cumplir a cabalidad su papel natural que era la maternidad y desplegarlo en el ámbito doméstico, mientras que para los hombres estaba reservado el espacio público, donde la política, la guerra y la economía eran sus ámbitos de acción por ser seres racionales. El peso de la Iglesia y la religión católica, las relaciones sociales coloniales, los valores de antiguo régimen y la esclavitud estaban latentes y lo siguieron después de la independencia.[7] Al mismo tiempo, este proceso histórico abrió un importante espacio de reconfiguración de los roles de género y confirió a las mujeres un amplio margen de acción; sin embargo, ellas terminaron en un papel secundario o subordinado después de concluida la guerra.
Durante el proceso de independencia, participaron mujeres de diversa procedencia social, económica, étnica y regional, y de diferentes generaciones y posturas políticas.[8] Fueron mujeres indígenas, mestizas y de castas, criollas y peninsulares, así como esclavas, libertas, plebeyas y aristócratas. La participación femenina en la independencia fue amplia, variada y adoptó diferentes facetas. Entre las revolucionarias destaca la figura de Micaela Bastidas en Cusco en 1780, junto con muchas otras mujeres indígenas y mestizas que participaron en el levantamiento como Tomasa Tito Condemayta, Gregoria Apaza, Cecilia Túpac Amaru, Bartolina Sisa, etc. Entre las que se inmolaron por la patria, tenemos el emblemático caso de María Parado de Bellido en Ayacucho en 1822, y hubo las que participaron directamente en las acciones militares como las hermanas María e Higinia Toledo y su madre Cleofé Ramos en el valle del Mantaro en 1821 o, por esa misma época, Matiaza Rimachi en Chachapoyas y María Valdizán en Cerro de Pasco. Como conspiradoras y espías hay una larga lista en la que destaca Brígida Silva de Ochoa en Lima y quienes enviaron informaciones al general San Martín para preparar la Expedición Libertadora. También estaban aquellas como Micaela Muñoz y Ostolaza que, junto con Josefa Lacomba, confeccionaron la primera bandera que se izó en la ciudad de Trujillo, que proclamó su independencia en diciembre de 1820. También estuvieron las damas tanto de la aristocracia como de la plebe, que hacían contribuciones económicas a la causa patriota, organizaban reuniones para discutir de política o manejaban la economía familiar en ausencia de sus maridos. Estas mismas acciones individuales o colectivas serán realizadas por las mujeres en otros contextos bélicos, en particular durante la Guerra del Pacífico de 1879.[9]
Adicionalmente, tenemos casos de mujeres consideradas más transgresoras por su intervención en la guerra y la política, que serán criticadas, perseguidas y, finalmente, exiliadas. La guayaquileña Rosa Campusano, compañera de José de San Martín, la quiteña Manuela Sáenz, compañera de Simón Bolívar, o la cusqueña Francisca Zubiaga, llamada La Mariscala, esposa de Agustín Gamarra, presidente del Perú en dos ocasiones. De acuerdo a cada caso, estas mujeres fungían de conspiradoras y propagandistas, organizaban la alimentación y el aprovisionamiento de la tropa, recibían información e impartían órdenes, participaban en acciones militares y en reuniones políticas acompañando a sus parejas.
También estaban las mujeres movilizadas para la guerra, a las que se denominó rabonas. En su mayoría fueron mujeres indígenas, pero también hubo esclavas y de sectores populares, que acompañaban a la tropa para proporcionarles alimentos, ropa limpia, cuidados y enfermería. Se trató de una masa anónima de mujeres que constituyó el apoyo logístico no solo de las campañas militares de la independencia, sino que este se prolongó durante las guerras civiles del siglo XIX hasta llegar a la Guerra del Pacífico. En dicho contexto bélico, surgió la figura de Antonia Moreno de Cáceres (Ica, 1848), modelo de gran rabona, quien no solo cumplió con las funciones antes descritas, sino que también, como muchas de estas mujeres, se trasladó con sus tres hijas para acompañar a su esposo Andrés Avelino Cáceres en la resistencia de la campaña de la Breña. Una de sus hijas, Zoila Aurora, se convertirá en una destacada feminista.
Hubo un sinnúmero de mujeres anónimas que transgredieron -en menor o mayor medida- los límites impuestos a su rol de mujeres en la sociedad colonial y que lucharon de diferentes maneras por la libertad o, simplemente, por sobrevivir y proteger a sus familias. Pero también, en un contexto de guerra donde se exacerban las diferencias de género, muchas mujeres fueron objeto de la violencia sexual de las tropas movilizadas por uno y otro bando, tema que merece investigarse.
No obstante, en estos tiempos, no todo fue guerra, sino que hubo esfuerzos por impulsar la educación femenina y acudir a las mujeres en ámbitos propiamente femeninos como la obstetricia, donde destaca tanto la labor de Madame Fessel (Lyon, 1772) y su contribución a la formación de parteras en el Perú republicano, como de las propias parteras, cuyos saberes fueron objeto de persecución por las instituciones médicas, como en el sonado caso de Dorotea Salguero (La Libertad, ca. 1790). El discurso médico y científico expresado en el higienismo, quiso modelar no solo los cuerpos femeninos, sino también sus comportamientos y sentimientos bajo sus nuevos preceptos morales.
Las ilustradas, la escritura y la opinión pública entre fines del siglo XIX e inicios del XX
La primera generación de escritoras del Perú, la «generación de las ilustradas» como la denominó Francesca Denegri,[10] estuvo constituida por un conjunto de mujeres que irrumpieron en el espacio público y se expresaron a través de la pluma en periódicos, revistas y obras literarias. Ellas abogaron por los derechos de las mujeres, en especial, por la educación femenina, pues esta era la base para el logro de su autonomía y la consecución de sus derechos como el acceso al trabajo y a mejores condiciones de vida. Esto dio paso a que también se examinara la situación del indígena, estableciendo similitudes con la condición de las mujeres en la sociedad. Tal es el caso de personajes como Dora Mayer (Hamburgo, 1868). En la década de 1870, aparecieron revistas literarias dirigidas y escritas por mujeres que circulaban en salones literarios y clubes de lectura donde, además, se debatían los problemas del país con mucha más presencia luego de la tragedia que significó la Guerra con Chile. La Bella Limeña, La Revista de Lima y El Correo del Perú fueron las primeras publicaciones donde se vertieron estas críticas por parte de Clorinda Matto de Turner (Cusco, 1852) o Teresa Gonzáles de Fanning (Nepeña, 1836).
A partir de 1848, Juana Manuela se asentó por alrededor de 40 años en Lima, donde escribió y dirigió en su casa las prestigiosas veladas literarias, a las que asistían destacados intelectuales como Ricardo Palma, cuya hija Angélica Palma (Lima, 1878) va a brillar con luz propia posteriormente. Estas veladas fueron un hito para otras escritoras como Clorinda Matto, quien fue una prominente escritora del periodo y organizó las veladas mattianas en su casa. En 1874, la argentina Juana Manuela Gorriti (Rosario, 1818) y Carolina Freyre de Jaimes (Tacna, 1844) fundaron El Álbum. Casi al mismo tiempo, apareció La Alborada. Estas publicaciones periódicas junto con las obras literarias de autoría femenina, se constituyeron en una tribuna pública para escritoras como Juana Manuela Laso de Eléspuru (Tacna, 1819), Mercedes Cabello de Carbonera (Moquegua, 1845), Lastenia Larriva de Llona (Lima, 1848), Juana Rosa de Amézaga (Lima, 1853), Leonor Sauri (Lima, 1845), entre muchas otras mujeres que no solo lucharon desde la palabra, sino también desde la acción y el ejemplo, siguiendo estudios de educación superior, fundando instituciones educativas femeninas, creando espacios de discusión, forjando la opinión pública y fomentando conciencia en la sociedad peruana. Si bien fueron un grupo heterogéneo, ellas estuvieron en la primera línea de las corrientes feministas latinoamericanas y su obra constituyó un aporte no solo para el surgimiento de la generación del Centenario, sino también para el paulatino logro de los derechos de las mujeres.
Sin embargo, fueron muchas más, como Trinidad María Enríquez (Cusco, 1846), quien siguió estudios universitarios en su ciudad natal cuando aún no había la ley que permitía a las mujeres graduarse, al igual que Margarita Práxedes Muñoz (Lima, 1862), que sí se graduó en la Universidad de San Marcos. En el campo de la medicina, logró graduarse y ejercer Laura Esther Rodríguez Dulanto (Lima, 1872). También tenemos a Elvira García y García (Lambayeque, 1862), quien impulsó la educación femenina, escribió en periódicos y revistas, y nos legó una obra, La mujer peruana a través de los siglos, compuesta por las biografías de mujeres representativas de la historia peruana. Asimismo, está la figura de la prolífica escritora Amalia Puga de Losada (Cajamarca, 1866) y la educadora Juana Alarco de Dammert (Lima, 1842). Encontramos no solo estos nombres, sino muchos más. Citamos su lugar de nacimiento, porque nos muestra cómo la participación femenina fue de carácter regional e involucró a mujeres procedentes de diversas partes del país. Ellas debieron enfrentar a los poderes constituidos (Iglesia, Estado, etc.) y varias terminaron siendo perseguidas, excomulgadas, censuradas, con sus imprentas quemadas e, incluso, algunas acabaron en el manicomio, como Mercedes Cabello, o en el exilio, como Clorinda Matto.
Las sufragistas y su lucha por el voto de las mujeres en el siglo XX
En el siglo XX, la agenda se va a ampliar y va a tener como eje central el sufragio, pues las mujeres aspiraban a obtener la ciudadanía plena para dejar de ser consideradas menores de edad y poder ejercer sus derechos civiles, políticos y sociales.[11] Así, se organizaron y desarrollaron estrategias para salir de la marginación política en un contexto latinoamericano y mundial en el que se desarrollaba la lucha por el voto de las mujeres. María Jesús Alvarado (Ica, 1878) fue la primera en poner en agenda el debate sobre el sufragio femenino en el país en su conferencia “El feminismo”, dada en la Sociedad Geográfica en 1911. Por su parte, Zoila Aurora Cáceres (Lima, 1872) fundó la Asociación Feminismo Peruano, que propuso un proyecto de reforma de la Constitución en las décadas de 1930, 1940 y 1950, e intentó concientizar a la población sobre los derechos políticos de las mujeres a través de la prensa. En 1952, surgió la Asociación de Abogadas Trujillanas dirigida por María Julia Luna, en 1953 se fundó la Asociación Femenina Universitaria para realizar campañas educativas y lograr el derecho al voto femenino, y en 1954 entró en vigor la Convención de los Derechos Políticos de las Mujeres. Finalmente, le enviaron un memorial al presidente Odría, solicitando modificar la Constitución de 1933.
El reconocimiento de la participación femenina reviste gran valor, porque las mujeres de hoy deben verse reflejadas en la historia escrita, también, en clave femenina. Muchos nombres deben ser rescatados del olvido.»
En este contexto, se dieron dos hitos importantes. El primero fue el debate inconcluso sobre el sufragio femenino en la Asamblea Constituyente de 1931 a 1933, donde se logró el voto municipal de las mujeres. Se dio en medio de un contexto muy complicado que finalmente llevó a movilizaciones sociales, enfrentamientos entre el APRA y los militares, y Ley de Emergencia Nacional. Dicha Asamblea estuvo conformada por representantes de los partidos políticos y solo por hombres, quienes -a pesar de sus diferencias ideológicas y partidarias- coincidieron en negar la participación femenina en las elecciones presidenciales. Los argumentos utilizados se repetirán en el debate de la década de 1950. Estos fueron: la contradicción entre participación pública y política, y la naturaleza femenina centrada en el hogar, el matrimonio y la maternidad; su propensión al catolicismo las llevaría a tener un voto conservador; la menor educación de las mujeres; el mayor porcentaje de población femenina; que su lugar en la sociedad era el ámbito doméstico y privado; entre otras razones referidas a la concepción de los roles de género tradicionalmente aceptados. Posteriormente, la ley se debatió en el Congreso entre 1954 y 1955, siendo aprobada finalmente, a pesar de contar con resistencia. En este sentido, el sufragio femenino no fue una dádiva del presidente ni se dio a solicitud de su esposa, María Delgado de Odría (Arequipa, 1900), sino que fue el resultado de un largo proceso donde las mujeres tuvieron una participación activa que llevó a la consecución de ese derecho tan ansiado.
Las elecciones de 1956 concluyeron con la elección de Manuel Prado Ugarteche, como presidente de la República, y la elección de 182 diputados, de los cuales 8 fueron mujeres y, de 53 senadores, una mujer. Las primeras representantes mujeres fueron: Irene Silva de Santolalla, senadora por el departamento de Cajamarca; Manuela C. Billinghurst López, diputada por el departamento de Lima; Alicia Blanco Montesinos, diputada por Junín; Lola Blanco Montesinos, diputada por Áncash; María Colina de Gotuzzo, diputada por La Libertad; Matilde Pérez Palacio Carranza, diputada por Lima; Carlota Ramos de Santolaya, diputada por Piura; María Eleonora Silva y Silva, diputada por Junín; y Juana Ubilluz de Palacios, diputada por Loreto.
Sin embargo, también debemos recordar la acción de muchas otras mujeres como Miguelina Aurora Acosta Cárdenas (Yurimaguas, Loreto, 1887), María Asunción Galindo (Puno, 1895) o Magda Portal (Lima, 1900).
Reflexiones finales
Hasta hace pocas décadas, la presencia femenina había sido soslayada de la historiografía tradicional y su participación había sido silenciada, olvidada o simplemente minimizada, salvo el caso de algunas heroínas conocidas o de algunas obras que las ponían en primer plano. Las mujeres no fueron sujetos pasivos, sino que lucharon por conseguir sus derechos a lo largo de la historia. El reconocimiento de la participación femenina reviste gran valor, porque las mujeres de hoy deben verse reflejadas en la historia escrita, también, en clave femenina. Muchos nombres deben ser rescatados del olvido. No obstante, no solo destacó la individualidad, sino también los colectivos femeninos como las mujeres movilizadas para la guerra, la primera generación de ilustradas o las sufragistas. Ello no resta valor al papel de los hombres en estas gestas, ni al estudio de las relaciones de género y las masculinidades, sin embargo, la historia debiera reconstruir la participación femenina más allá de los hitos aquí reseñados, también en su vida cotidiana, en el día a día de mujeres de todas las sangres y clases, que silenciosamente fueron poniendo las bases de los derechos que tenemos hoy las mujeres en nuestro país. Al concluir el año del Bicentenario de la independencia, considero que es una reflexión no solo necesaria, sino más bien imprescindible.
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