La carga del negacionismo climático
Por: Ramiro Escobar de la Cruz
Periodista
Sobre cómo esta corriente de pensamiento, y práctica política, crece en la política, en la cultura, en el debate público. Ya tiene bases en varias regiones del mundo.
Ya sea que lo llamemos ‘negacionismo’, ‘escepticismo’ u ‘oposición’, como la llama Maxwell T. Boykoff, director del Center for Science and Thechnology Policy Research (Universidad de Colorado, Estados Unidos), lo cierto es que actualmente existe en el mundo una corriente de opinión, crecientemente influyente, que cuestiona las alertas globales sobre el cambio climático. Dicha corriente no da crédito a las constantes informaciones, científicas, sobre los serios problemas que estaría causando el calentamiento global excesivo del planeta, debido a la exagerada emisión de Gases de Efecto Invernadero (en adelante GEI) producida por la actividad humana. Las alertas, con frecuencia preocupantes, de los efectos que esto podría causar (inundaciones, huracanes más intensos, olas de calor, derretimiento glaciar y otros fenómenos) son asuntos que, desde este punto de vista, o son minimizados, o son ignorados totalmente, de manera constante y estratégica incluso.
El escepticismo es un elemento fundamental para el avance de la ciencia, pues se trata de un territorio donde no se puede avanzar en base a supuestos no verificables. Pero, como señala el profesor Eustoquio Molina, del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Zaragoza, “todas las teorías científicas tienen algunos científicos escépticos que las cuestionan, algunos logran así hacer avanzar la ciencia, pero otros no son buenos científicos porque no interpreten los datos plausiblemente y están equivocados” (Molina, 2014:53). El negacionismo, agrega, “apela a elementos retóricos para dar la apariencia de un legítimo debate”, cuando en realidad lo trivializa.
Cifras y resistencias
Se opone, además, al consenso, algo muy difícil de conseguir en el mundo científico. Jorge Elbers, del Centro Ecuatoriano de Derecho Ambiental, y Tim Flannery en su notable obra “El Clima está en nuestras manos” (Taurus, Madrid:2007), dan suficientes evidencias de que el clima ha cambiado, inusualmente, por lo menos desde el siglo XVIII. Elbers incluso ofrece un dato, que es recurrente en los informes científicos sobre el clima:
Hasta 1800 –escribe-, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera nunca fue superior a unas 300 partes por millón (ppm). Sin embargo, en el año 2010, gracias a las mediciones del Observatorio de Mauna Loa en Hawai, se ha determinado que “el valor del CO2 alcanzó 389 ppm, con un crecimiento anual de 2 ppm (Ebers, 2012, p.3)
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El incremento ha sido notable. En el caso del metano (otro GEI) el panorama es más preocupante. Durante los últimos 800 mil años, como también apunta Elbers, su concentración fue de 800 partes por mil millones (ppb). Hoy alcanza los 1800 ppb. Numerosas mediciones más dan sustento a las alertas científicas ofrecidas, por instancias como el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), organismo formado por la ONU para monitorear el clima en 1988.
El IPCC es muy cauto al emitir sus informes sobre el clima. Ya han lanzado cinco, el último salió en el 2014, y prácticamente reduce al mínimo las posibilidades de que el hombre no incida en el calentamiento anormal de la Tierra.
El IPCC es muy cauto al emitir sus informes sobre el clima. Ya han lanzado cinco, el último salió en el 2014, y prácticamente reduce al mínimo las posibilidades de que el hombre no incida en el calentamiento anormal de la Tierra. Prepara uno nuevo, que saldrá en el 2022, donde se confirmarían que caminamos a superar la barrera de un aumento de la temperatura global de dos grados para finales de siglo.
Esto tendría consecuencias desastrosas, pero a pesar de ello el negacionismo climático crece, se despliega en el ámbito político, enarbola informes científicos de dudoso rigor, y comienza a gravitar en la escena pública global. Francisco Heras, biólogo español especializado en cambio climático, ha documentado cómo ha sido, en los últimos años, el crecimiento del negacionismo, en el capítulo “Negacionistas, refractarios e inconsecuentes” del Libro “Cuatro grandes retos una solución global” (IPADE, AECID, Madrid, 2011). En el Reino Unido, por ejemplo, en una encuesta realizada en el 2005, ante la pregunta “Cree usted que el clima mundial está cambiando”, un 91% respondió afirmativamente; en el 2010, ese porcentaje había bajado a 78%. Incluso en Alemania, el semanario Der Spiegel lanzó una encuesta preguntando si la previsión acerca de una Tierra más cálida era “fiable”. Un 31% respondió en el 2010 que no, algo sorprendente para un país que es reconocido por ser un referente mundial en políticas de cuidado ambiental.
En Estados Unidos, en el mismo año, el Programa de Cambio Climático de la Universidad de Yale, presentó un estudio en el que sostuvo que, en los dos años precedentes, el porcentaje de negacionistas se duplicó, hasta llegar a un 20%. Justamente es este país uno de las grandes mecas mundiales de impulso a las tesis que afirman que no hay evidencia de que el cambio climático sea una realidad. Boykoff ha documentado en su ensayo, una serie de iniciativas que caminan en la dirección de cuestionar la validez científica de este fenómeno y de la incidencia del hombre en su agudización. Una de ellas es ‘CO2 is green’, una campaña desarrollada por varias compañías, vinculadas la industria de hidrocarburos, que increíblemente difundieron –por medio de ingentes avisos en los medios y declaraciones de sus voceros- que el aumento de CO2 en la atmósfera podía ser beneficioso. Apostaban, por cierto, para que “toda regulación federal se base en la ciencia y no en mitos científicos” (Boykoff, 2015). En España, el ex presidente José María Aznar, del Partido Popular, presentó, junto con el ex presidente checo Václav Haus un libro llamado “Planeta azul (no verde). ¿Qué está en peligro, el clima o la libertad?” (Gota a gota Ediciones, Madrid, 2008).
Las entrañas culturales del negacionismo climático
No es casual que [el negacionismo climático] esté anclado en líderes o movimientos políticos ligados a la derecha conservadora, o incluso a la ultraderecha.
Por este último ejemplo podemos comenzar a jalar la exploración del ‘negacionismo’ en el ámbito cultural. No es casual que esté anclado en líderes o movimientos políticos ligados a la derecha conservadora, o incluso a la ultraderecha. Andrew Hoffmann, de la Universidad de Michigan, en su ensayo “The culture and discourse of climate skepticism” (Strategic Organization, Michigan, USA, 2011), documenta cuántos demócratas y cuántos republicanos son partidarios de esta corriente. De acuerdo a una encuesta hecha por el Pew Center en el 2009, un 75% de miembros del Partido Demócrata creía que había una “sólida evidencia sobre el calentamiento global”, contra 35% de republicanos. Probablemente, esto haya tenido que ver con la presencia, e influencia, del ex candidato presidencial Al Gore en el primero de los movimientos políticos mencionados. Sin embargo, sí parece haber una mayor popularidad de las tesis negacionistas entre los republicanos conservadores, que hoy se ve aún más potenciada con la presencia de Donald Trump y su entorno en la Casa Blanca.
[Donald Trump] ha nombrado como jefe de la EPA (Enviromental Protection Agency) a Scott Pruit, otro negacionista que cuando fue juez en Oklahoma llegó a enjuiciar a dicha entidad.
Trump no es un negacionista pasivo: es un militante contra los estudios del clima y contra la ciencia en general, al punto que ha nombrado como jefe de la EPA (Enviromental Protection Agency) a Scott Pruit, otro negacionista que cuando fue juez en Oklahoma llegó a enjuiciar a dicha entidad. En otras palabras: el activismo del actual mandatario norteamericano contra la ciencia que está alertando el calentamiento global es firme, decidida. No se ha quedado simplemente en declaraciones.
Otro negacionista que ha aparecido recientemente en la escena mundial es el presidente brasileño Jair Bolsonaro, que asumió el poder el primero de enero del 2019, luego de unas elecciones tormentosas. Desde su campaña, Bolsonaro ha mostrado sus distancias con la lucha contra el calentamiento global. Aunque no ha abandonado el Acuerdo de París, como Trump, sí ha confirmado el retiro de la candidatura de Brasil para ser sede de la COP 25 (25 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático). La decisión ya la había tomado su antecesor Michel Temer, en noviembre del 2018, ante la victoria en segunda vuelta de Bolsonaro un mes antes.
El más claro vocero de su gobierno en ese tema es su canciller, Ernesto Araujo, quien en una entrada en su blog personal, en octubre del 2018, sostuvo que lo que él llama “la ideología del cambio climático” es “básicamente una táctica globalista para instalar el miedo y obtener más poder” (Araujo, 2018)
¿Qué mueve a los negacionistas climáticos? ¿Qué tipo de mentalidad revelan y cuáles son las coordenadas culturales de su discurso y su práctica? ¿Es un intento de mantener el poder mantener, contra toda circunstancia, incluyendo una catástrofe planetaria?
Alguien que viene estudiando esto con detenimiento, desde hace algunos años, es el filósofo y antropólogo francés Bruno Latour. En su reciente libro “Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas” (México, Siglo XXI Editores, 2017) explora este tema con detenimiento, y retomando ideas que ya había expresado antes en sus obras “Nunca fuimos modernos” (México, Siglo XXI, 2012) y “Políticas de la naturaleza” (Barcelona, RBA Libros, 2013).
Para [Bruno Latour], más que una “crisis ecológica”, lo que hay es una “profunda mutación de nuestra relación con el mundo”.
Latour habla del nuevo ‘Régimen climático’ a partir de enfoques muy sugerentes. Para él, más que una “crisis ecológica”, lo que hay es una “profunda mutación de nuestra relación con el mundo” (Latour, p.22, 2017). Estamos, dice él, “en otra guerra, también ella total, también ella colonial, que habríamos vivido sin vivirla” (Latour, p.23, 2017). Es decir, que fue generada por las generaciones pasadas y estamos avanzando en medio de ella “como sonámbulos sin escuchar la alerta”. Cuando se informa que vivimos en esa situación, surge el ‘climatonegacionismo’ o ‘climatoescepticismo’ (siempre hay que recordar que el saludable escepticismo es propio de los científicos, pero acá es un escepticismo más teñido de ideología). Coincidiendo con Heras, observa que hay diversos tipos de reacciones ante las evidencias científicas que estudian el calentamiento global, que es el que causa las diversas manifestaciones del cambio climático en el planeta.
Una buena parte de los miembros de esta corriente negacionista asegura que los datos de los científicos han sido manipulados por fuerzas oscuras y que en realidad hay muchos catastrofistas y no hay que preocuparse, y hay que seguir viviendo como antes.
Otros, más ideológicos, sostienen que en realidad se trata de imponer el “socialismo” en Estados Unidos, o en otros países, por la vía del ambientalismo. Conviene decir que este último es un discurso que ya se comienza a usar en el Perú, especialmente por parte de algunos miembros de la clase empresarial, sobre todo vinculados a la minería, o por parte de algunos líderes políticos. Los ‘ambientalistas’ suelen ser rotulados como ‘rojos’, ‘caviares’, aun cuando en rigor no tengan vínculo alguno con ideas de izquierda.
Latour también sostiene que hay ‘climatoquietistas’, que han desconectado las alarmas y que abrigan la creencia de que el clima siempre ha variado y de que “la humanidad siempre se las ha arreglado” (Latour, p.25, 2017). A estos Heras los llama ‘refractarios’. No saben, no entienden, evitan padecer. Se puede ser consciente o no consciente de esa desconexión, pero aun así se permanece en ella sin conectarse con el problema.
Podemos hacer aquí, a propósito de la idea de conectar, un enlace con algunas elaboraciones de Slavoj Zizek en su libro “El Sublime Objeto de la Ideología” (México, Siglo XXI Editores, 2016). Citando al filósofo alemán Peter Sloterdijk explora la frase “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aun así lo hacen”. Según Zizek, hay una razón cínica, que parece estar presente con el objeto de preservar el poder. No es casual que negacionistas como Trump, o los miembros de su entorno, funcionen con esta lógica. Boykoff los identifica con cierto detalle en el ensayo ya citado y constata que el discurso científico proviene, en su mayoría de think thanks conservadores. La Cámara de Comercio de EEUU, por ejemplo, ha contratado, afirma este autor, “a grupos de presión y gastado millones de dólares para publicitar puntos de vista críticos sobre la ciencia y la política del clima” (Boykoff, p.85). Lo mismo haría la industria de los combustibles fósiles, que impulsó la campaña ‘CO2 is Green’. ¿Todos estos aparatos mediáticos, o de influencia pública, ignoran lo que en verdad ocurre? Parece improbable. No es ignorancia, ni falta de información, sino quizás exceso de información. El conocimiento de las implicancias de lo que puede significar, en términos políticos y económicos, un giro ambientalista es lo que parece alimenta toda esta estrategia de resistencia a los estudios científicos sobre el clima.
Myana Lahsen, antropóloga cultural, editora de la revista Enviroment Magazine, sostiene en su ensayo “Anatomy of Dissent: A Cultural Analysis of Climate Skepticism” (American Behavioral Scientist, Sage Publications, 2013) algo central, refiriéndose a los negacionistas:
Ellos tienden a creer que el clima global se ha calentado y que la acción humana puede ser una de las causas, pero cuestionan aspectos de la evidencia y son críticos de lo que perciben. Lo ven como exageraciones de la amenaza del calentamiento global y de su certeza científica
Las élites no climáticas
El propio Latour bucea un poco más en los motivos de este tipo de resistencia y encuentra más caminos. En un ensayo titulado “The New Climate”, publicado en la edición de mayo del 2017 de la revista Harper’s Magazine, apunta una idea interesante. “Una vez que las élites entendieron que las advertencias de los informes y los datos del estado de los sistemas naturales eran correctas, no dedujeron de esta verdad innegable que todo ello les costaría caro”. Por el contrario, sacaron dos conclusiones que ahora han sido puestas en práctica con la llegada de este republicano a la Casa Blanca: “sí, esta catástrofe ecológica nos obliga a pagar un alto precio, pero son los otros quienes pagarán, no nosotros. Nosotros continuaremos negando lo innegable” (Latour, 2017).
En efecto, saben lo que hacen, pero igual lo hacen. Latour vincula esta forma de encarar las cosas con el rechazo a la migración, algo que caracteriza de sobremanera al actual mandatario norteamericano. Reúne -de acuerdo al filósofo francés-, en un solo movimiento e implicando a toda una nación, una loca carrera por obtener el máximo beneficio (los nuevos miembros de su equipo son multimillonarios) y profundizar las divisiones étnicas, junto con una loca carrera de negación explícita de la situación ecológica y climática” (Latour, 2017).
Esto, por cierto, puede ser fácilmente reforzado en una cultura como la estadounidense, donde el consumo es un valor supremo. Donde, como sentencia el filósofo de la Universidad de Cornell, Morris Berman, en su libro “Cuerpo y Espíritu” (Cuatro Vientos Editorial, Santiago de Chile, 1992), “se nos exige tomar en serio el mundo de la satisfacción secundaria” (Berman, p.6). La idea de ‘éxito’, sobre la que también trabaja Berman, por ejemplo, está muy incrustada en las mentalidades. Sobre todo, en las de lo que rotulamos como ‘mundo occidental’. Esa ruta, la del éxito o la del ‘emprendurismo’, tan en boga en el debate público contemporáneo incluso en el Perú, no parece ser compatible con algo que, desde las ciencias ambientales y climáticas, se viene sosteniendo por lo menos desde la década de los años 80: que la Tierra tiene límites, que el crecimiento puede y debe tener un tope.
Latour, acercándose a las ideas de Zizek esboza una frase que alude también a la actitud de los negacionistas: “saben, escuchan, pero, en el fondo, no creen”. Los ‘climatoescepticistas’, según él, practican “un escepticismo sobre la posición en la existencia”. Se creen ‘modernos’ y por eso les parece injustificable que eso que supuestamente se ha alcanzado con la modernidad, a veces con violencia, ahora venga a ser arrancado. “Todo tiembla- explica Latour-, pero ellos no, no el suelo sobre el cual posan sus pies. El cuadro en el que se desarrolla su historia es necesariamente estable. El fin del mundo no es más que una idea” (Latour, p.233, 2017). De allí que la idea de cargarle el sufrimiento a otros emerja en este debate global donde en los hechos, los países más poderosos se han resistido a hacer más concesiones en las distintas Cumbres del Clima. No es casual que el Acuerdo de París alcanzado en el 2015 en la COP 21 (21 Conferencia de las Partes del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) hable ya no de ‘compromisos’, sino de ‘contribuciones’. Es como si la responsabilidad por lo que ocurre se hubiera cargado a todos los países por igual, cuando es obvio que los mayores emisores de GEI son los países más poderosos, como EEUU.
[El negacionismo climático] implica un progreso ilimitado, suicida, una apuesta por los privilegios perdurables, un intento de que el poder se quede como esté a pesar del riesgo planetario.
Pero EEUU, de la mano de Trump, se ha salido del Acuerdo de París, para escándalo no solo de los grupos ambientalistas sino de algunos países de la comunidad mundial. Aquí vemos un movimiento preocupante que nos hace pensar en Michel Foucault y su ensayo “Como ejerce el Poder”. “Las relaciones de poder se ejercen, en una medida extremadamente importante, a través de la producción e intercambio de signos” (Foucault, 1984). Con ello se procura tener dominación, obtener obediencia o disciplinar a la sociedad. Las actividades productivas, las redes de comunicación y el juego de las relaciones de poder “controlan”. El ‘negacionismo’ climático, que no se queda solo en un decir, sino en un actuar, busca eso, no solo por medio de su gravitación en el espacio público; también a través de documentales como “La gran farsa del calentamiento global”, de Martin Durkin, o de libros como “Planeta azul, no verde. ¿Qué está en peligro, el clima o la libertad?”, de Václav Klaus. En otras palabras, esta corriente está creando, con una inversión millonaria, una industria cultural, que tienen la clara misión de influir en las mentalidades, en la forma de entender el mundo y, finalmente, de aprehender la naturaleza en los tiempos contemporáneos, cuando la amenaza climática es innegable.
La verdadera amenaza, sin embargo, es el negacionismo. Implica un progreso ilimitado, suicida, una apuesta por los privilegios perdurables, un intento de que el poder se quede como esté a pesar del riesgo planetario. Todo ello trabajado desde la cultura, desde un impulso para reforzar prácticas sociales que son nocivas para toda nuestra especie y que, sin ninguna duda, garantizan el status quo y se oponen al cambio social. Lo peor de todo es que esta batalla se da en varios frentes mientras los indicios de que el planeta se está calentado peligrosamente crecen. Se perciben en las olas de calor, inundaciones, huracanes más intensos, cambios de clima repentinos e inesperados, desplazamiento de vectores que producen enfermedades. Nada de eso parece importunar a los negacionistas, que acaso creen que ninguna de estas amenazas los tocará.
Bibliografía
Berman, M. Cuerpo y Espíritu. Editorial Cuatro Vientos. Santiago de Chile, 1992.
Latour, B. Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas. Siglo XXI Editores. México, 2017.
Heras Hernández, F.. Negacionistas, refractarios e inconsecuentes: sobre el difícil reto de reconocer el cambio climático. En: González, J.A. y Santos, I. (eds.), Cuatro grandes retos, una solución global: Biodiversidad, cambio climático, desertificación y lucha contra la pobreza. Páginas. 125-132. Fundación IPADE y Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo – AECID, Madrid, 2011.
Hoffman, A. The culture and discourse of climate skepticism. Sage. Michigan, 2011.
Lahsen, M. Anatomy of Dissent: A Cultural Analysis of Climate Skepticism. En American Behavioral Scientist, Sage Publications. Los Ángeles, California, 2013.
Boykoff T., M. Consenso y oposición al cambio climático. El caso de EEUU como ejemplo. En Métode. Revista de la difusión para la Investigación. Universitat de Valencia. Páginas 81-87. Valencia, 2015.
Molina, E. La nueva y peligrosa ciencia del negacionismo climático. En revista ‘El escéptico’. No.33. Páginas 52-59. Madrid, 2014.
Elbers, J. Desconocimiento y negación del cambio climático real. Centro Ecuatoriano de Derecho Ambiental. Temas de análisis No.23, febrero 2012. Quito, 2012.
Zizek, Slavoj. El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI Editores. México 1992.
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