Edición N° 42 08/05/2024 Entrevista

Steven Forti: “La democracia ofrece la oportunidad de vivir en libertad y crear un proyecto de vida. Eso es algo que no te ofrecen los sistemas autoritarios”.

Kathy Subirana

Por: Kathy Subirana

Prensa IDEHPUCP

La expansión de la extrema derecha en el mundo es innegable. O, si queremos decirlo de otra manera, es cada vez más evidente. Este fenómeno parecía hace unos años restringido solo al continente europeo, donde destacan la presencia de VOX en la política española, el triunfo de Giorgia Meloni en Italia o el mandato que parece no tener fin de Víktor Orbán en Hungría. Sin embargo, también se ha hecho patente en América Latina. En ese sentido, podemos mencionar no solo la victoria de Javier Milei en Argentina, sino el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil, la batalla que dio José Antonio Kast en las últimas elecciones chilenas o la participación política que en el Perú tiene el partido de Rafael López Aliaga, Renovación Popular. Conscientes de ello, sus líderes están creando lazos internacionales y estableciendo un frente común contra la llamada “dictadura progre” o el avance de los derechos de las mujeres y los colectivos LGTBIQ+. No hablamos, sin embargo, de un movimiento homogéneo, sino de uno que presenta características particulares en los distintos territorios. “Cada país da vida a la extrema derecha que necesita”, dice al respecto el historiador e investigador italiano Steven Forti (Trento, 1981), docente de la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en extremas derechas.

El año 2021 Forti publicó el libro “Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla”, donde propone usar la definición de extrema derecha 2.0 para acoger en ella las derechas de distintos tonos que se alejan del tradicional fascismo y de grupos neofascistas. Actualmente, es coordinador local del proyecto europeo Analysis of and Response to Extremist Narratives (ARENAS) que estudia la circulación y el impacto de las narrativas extremistas en Europa. ¿Qué implicancias para los derechos humanos tiene la expansión de esta extrema derecha 2.0 en el mundo? Steven Forti responde para Memoria sobre esta y otras cuestiones de gran relevancia para la democracia.

Se ha vuelto muy común en los debates en redes sociales, e incluso en algunos medios de comunicación, usar palabras como “facho” o “fascista” para referirse a personas o posturas de derecha. En paralelo, hay un debate en la Academia sobre lo que se puede –o no– llamar fascista o de derecha ¿Por qué llevar este debate a la ciudadanía?

Creo que hay una razón de fondo que vale para quienes están en el mundo académico y para quienes no, y esta es que el nombre de las cosas es importante, saber que una palabra corresponde a algo concreto es necesario tanto para un objeto como para una ideología política. Si no nos ponemos de acuerdo sobre cómo llamar a las cosas, pues vamos mal, porque significa que no nos estamos entendiendo. En ese sentido, considero importante tener claro cómo definir las actuales extremas derechas, pues si llamamos fascismo a cualquier cosa que no nos gusta, estamos devaluando el término fascismo, lo estamos banalizando. El fascismo era un movimiento político y una ideología que tenía una serie de características. Y es cierto que hoy hay aún grupos fascistas, neofascistas o neonazis, pero esto no quiere decir que las externas derechas de hoy en día lo sean. En síntesis, el fascismo no fue sólo nacionalismo, autoritarismo y xenofobia. Tuvo también otras características nucleares como el totalitarismo, el imperialismo, la utilización de la violencia como una herramienta política legítima -de hecho, los fascismos eran partidos milicia- y el presentarse como una revolución palingenésica que se proponía crear hombres y mujeres nuevos.

Considero importante tener claro cómo definir las actuales extremas derechas, pues si llamamos fascismo a cualquier cosa que no nos gusta, estamos devaluando el término fascismo, lo estamos banalizando”.

¿Se puede ensayar una definición transversal para las derechas o las izquierdas contemporáneas en su diversidad?

Yo creo que aún podríamos acudir a definiciones como la de Norberto Bobbio, que relaciona la izquierda con igualdad y libertad y la derecha con desigualdad y orden –o autoritarismo– Con todos los matices que podrían tener cuando planteó esas definiciones y con todos los matices que pueden seguir teniendo, sí considero que sigue siendo válido relacionar a la izquierda con la igualdad y la libertad. Y esto es interesante, porque la palabra libertad ha sido y es reivindicada y utilizada mucho por la extrema derecha en las últimas décadas, e incluso desde la época de la Guerra Fría. Pensemos el caso de Milei en Argentina, el nombre de su partido es “La libertad avanza”. La libertad frente a la supuesta dictadura progresista, el supuesto marxismo cultural que nos impone cómo tenemos que hablar, que tenemos que comer, etc. La misma Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid en España, en la campaña electoral de 2021 usó el lema “Libertad versus comunismo”. Según Ayuso, el comunismo entonces estaba representado por el Partido Socialista y por Podemos. 

Pareciera que la izquierda y la derecha empiezan a disputarse quién es la abanderada de la libertad, ¿pasa lo mismo con el tema de la defensa de los derechos humanos?

Ni la derecha ni la izquierda son cosas monolíticas, sino que hay heterogeneidad. Hay una derecha democrática que acepta las reglas de juego de las democracias liberales y hay una derecha radical y extrema, que mira a un modelo, digamos, iliberal, siguiendo a la Hungría de Víktor Orbán. Por otro lado, hay una izquierda, sobre todo la vinculada históricamente a la Unión Soviética, que no ve el concepto de derechos humanos con buenos ojos, y eso porque los entiende como una herramienta utilizada por el bloque occidental para debilitar a la Unión Soviética; pero también hay otras izquierdas socialdemócratas, socialistas, incluso comunistas que se hicieron pronto con la bandera de los derechos humanos. 

¿Qué ha funcionado mal en nuestras democracias para que hoy hablemos de las nuevas extremas derechas?

Es muy evidente que las democracias liberales, el modelo democrático, liberal y pluralista tal y como se concibe en el mundo occidental está en crisis. Y creo que una de las razones es que las desigualdades socioeconómicas han venido aumentando, sobre todo a partir de los años 80, con matices, evidentemente, según cada país y cada contexto. Esto tiene una correlación directa con el auge de la hegemonía neoliberal que empieza entre 1979 y 1980 con las victorias de Thatcher y Reagan en el Reino Unido y en Estados Unidos respectivamente. Este es un elemento clave, pues hay una parte de la población que la pasa peor y que tiene la percepción ―bastante correcta, debo decir― de que el ascensor social se ha roto, que vive peor que sus padres. Este asunto no tiene solo que ver con los niveles de renta, pues se traduce en una mayor desconfianza hacia los sistemas democráticos, y hacia las instituciones. Un segundo elemento está relacionado a la guerra cultural que ha emprendido la extrema derecha desde una postura conservadora y en el que entran en juego temas como el feminismo, el aborto, los derechos LGTB+, o la llamada “dictadura progre”. Y un último elemento que refleja este fracaso tiene que ver con que la ciudadanía percibe que hay una mayor corrupción en los gobiernos, que los políticos son corruptos que se enriquecen sin hacer nada por el pueblo. Entonces, que la ciudadanía no confíe en los políticos es un tema que tiene muchas bases reales, no es algo inventado, y entonces eso conlleva a una mayor desconfianza hacia las instituciones, hacia los gobiernos, los parlamentos, los partidos políticos y, por ende, el mismo modelo de democracia liberal.

Es muy evidente que las democracias liberales, el modelo democrático, liberal y pluralista tal y como se concibe en el mundo occidental está en crisis. Y creo que una de las razones es que las desigualdades socioeconómicas han venido aumentando”.

Es verdad todo eso. Aunque dicho así pareciera que aprovechamos los sistemas democráticos para hacerlo todo mal.

El tema con las democracias es que funcionan bien si tienen cuerpos intermedios que funcionen bien. Y con cuerpos intermedios me refiero a partidos o a sindicatos, para mencionar los dos más importantes. Y no es que hoy hayan desaparecido, sino que se han debilitado mucho respecto al pasado, respecto a la idea que se tenía de ellos. Durante la segunda parte del siglo XX existieron partidos vinculados a ideologías, lo que ofreció una visión del mundo y se sostenía en una organización. La vida partidaria, al igual que la sindical, también creaba vínculos de comunidad. Es cierto que luego podían hacer las cosas bien, mal, mejor o peor, pero funcionaban congregando a la sociedad para que esta no se convirtiese en una sociedad atomizada, deshilachada. Ambos actores canalizaron, a través de las vías democráticas, las demandas, insatisfacciones y protestas de la gente. Bueno, esto se ha perdido mucho. Esto es lamentable, pues se pierde de vista todo lo bueno que ofrece la democracia, que es la oportunidad de vivir en libertad y de forjarte un futuro mejor para ti y para tus hijos. Eso es algo que no te ofrece el sistema autoritario.

Creo que de la respuesta anterior también se desprende el por qué la ciudadanía tiende a votar por candidatos extremistas. En ese sentido, y teniendo en cuenta que este es un año electoral para Estados Unidos…parece inminente que Trump volverá a ser presidente, ¿no? ¿Qué podríamos esperar de un nuevo gobierno de Trump?

Bueno, hay que partir de lo fáctico: Donald Trump no ha ganado las elecciones todavía. Es verdad que todo apunta a que tiene altas probabilidades de ganar, pero todavía faltan unos meses. Dicho eso, haciendo esa salvedad, creo que si Donald Trump gana las elecciones es muy probable que su mandato sea mucho más radical que el anterior. Tanto Trump como sus seguidores están mucho más radicalizados tras los acontecimientos en el Capitolio. Ya tienen una experiencia de gobierno, y creo que la derrota electoral del año 2020 ha hecho que tengan más claro lo que quieren y lo que necesitan si vuelven a tomar el poder. Hay una gran preocupación sobre las políticas internas que adoptaría Trump, pero también sobre qué política exterior adoptaría en un contexto geopolítico mucho más complejo que el de hace ocho años.

En más de una ocasión has dicho que la derecha a nivel global está mirando el ejemplo de gobierno Orbán en Hungría, incluso desde América Latina se están creando lazos con este país. ¿A qué se debe?

Hay varias cosas que decir en este sentido. Por un lado, Hungría es el país donde la extrema derecha lleva más tiempo gobernando de forma ininterrumpida. Víktor Orbán está en el gobierno desde el año 2010. Desde entonces ha ganado las elecciones siempre por goleada y gobierna con mayoría absoluta, con más de dos tercios de los miembros del Parlamento y esto le ha permitido reformar la Constitución en más de una ocasión sin ningún problema. Por otro lado, la Hungría de hoy ya no es una democracia plena, sino un régimen híbrido de una autocracia electoral. Orbán prefiere utilizar el oxímoron de “democracia iliberal”, pero en realidad es una autocracia electoral porque se celebran elecciones, pero no son elecciones justas. Existen partidos de oposición, pero no tienen ni los mismos derechos ni el mismo espacio mediático ni los mismos recursos que el partido de gobierno. No existe separación de poderes, no existe pluralismo informativo, pero Hungría sigue siendo miembro no solo de la Unión Europea, sino también de la OTAN sin respetar elementos clave del Tratado de la Unión Europea como el respeto del Estado de Derecho. Hungría también es un modelo para la extrema derecha porque ven en Orbán a un hombre que además fue miembro de la derecha conservadora tradicional en los años 90 y que se ha radicalizado y ha conseguido llevar a cabo un programa de transformación del país abandonando en la práctica el modelo de democracia liberal y pluralista. Eso es lo que les interesa: los líderes de las nuevas extremas derechas quieren aprender y esto nos muestra por qué Orban ha viajado a Buenos Aires el pasado 10 de diciembre para acompañar a Milei el día de la toma de posesión en la Casa Rosada, eso nos explica por qué la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) ha empezado a organizar encuentros europeos con base en Hungría primero y en otros países luego, como en Brasil en 2019 o en México en 2022 con la participación activa del ultraderechista Eduardo Verástegui. Esto muestra el interés de ampliar las redes de fundaciones a nivel global. No es paranoia mía decir que Orbán es el modelo a seguir, sobre todo cuando realiza actividades que hacen que líderes de la extrema derecha europea como Abascal, de Vox, o Giorgia Meloni acudan a Budapest. Entonces no es descabellado decir que hay vínculos, hay interés, hay relaciones estables y hay ganas de aprender de un modelo de éxito.

Hace poco te leí en X decir que la derecha española se había latinoamericanizado a propósito de los ataques a Pedro Sánchez. ¿Podrías desarrollar un poco esa idea?

Hacía referencia a que no solo la extrema derecha tout court, es decir Vox, sino también la supuesta derecha mainstream, que se define a sí misma como democrática y moderada, el Partido Popular, ha adoptado estrategias políticas y comunicativas que la derecha latinoamericana ha adoptado hace tiempo. Es decir, una estrategia de acoso y derribo de los gobiernos progresistas, utilizando todos los medios existentes, lícitos y no lícitos, para deslegitimarlos y derrumbarlos. Lo que ha pasado en España en los últimos tiempos se parece mucho a lo que pasó en Brasil entre 2016 y 2018 con Dilma Rousseff y Lula: una campaña dirigida por los partidos de derecha que mezcla el ataque personal y la deshumanización -sustentada por medios ultraderechistas que difunden fake news y bulos- con la participación de sectores de las fuerzas del orden y de la magistratura -el lawfare-. Hay que decirlo claramente: no se trata del tradicional juego político entre gobiernos y oposiciones. Se han superado ya todas las líneas rojas: se trata de estrategias antidemocráticas que podemos definir como golpismo. Un golpismo quizás posmoderno, pero siempre golpismo, al fin y al cabo.