Desde inicios del siglo XXI, el Perú ha perdido una extensión de bosques comparable al departamento de Cajamarca. La deforestación sigue avanzando sin señales de desaceleración.
Y el hombre estaba sentado solo, empapado hasta los huesos en tristeza. Los animales se le acercaron y dijeron: «No nos gusta verte así. Pídenos lo que quieras y lo tendrás». El hombre dijo: «Quiero tener buena vista». El buitre respondió: «Tendrás la mía». El hombre dijo: «Quiero ser fuerte». El jaguar dijo: «Serás fuerte como yo». Luego dijo: «Anhelo saber los secretos de la tierra». La serpiente respondió: «Yo te los enseñaré». Y así fue con todos los animales.
Cuando tuvo todos los dones que podían dar, se marchó. Y el búho les dijo a los otros animales: «Ahora el hombre sabe mucho y puede hacer muchas cosas. Siento miedo». El ciervo dijo: «Ya tiene todo lo que necesita. Ahora su tristeza acabará». Pero el búho respondió: «No. Vi un agujero en el hombre, profundo como un hambre que jamás saciará. Lo hace triste y hace que siempre quiera más. Seguirá tomando y tomando hasta que un día el mundo dirá: ‘Ya no existo más y no me queda nada que dar’».
Apocalypto. 2006.
En 1825, pocos años después del nacimiento de la República del Perú, el Congreso Constituyente de la República aprobó el diseño del escudo nacional que reemplazaría al que había propuesto José de San Martín de forma provisional. A dicho Congreso le pareció buena idea representar en este símbolo patrio las riquezas naturales del territorio. Así aparecen en nuestro escudo una vicuña, representando el reino animal; la cornucopia derramando monedas de oro, representando el reino mineral; y el árbol de la quina, representando al reino vegetal. La quina, utilizada desde el incanato y la conquista para tratar enfermedades ―como la malaria― se convirtió así en el símbolo de nuestra diversidad botánica.
Sabido esto, no deja de ser triste e irónico que hoy, 200 años después de su consagración como símbolo de nuestra riqueza vegetal, el árbol de la quina está en peligro de extinción a causa de su extracción desmedida. Algunos podrían argumentar que este problema empezó en el Virreinato y que eran otros tiempos, donde no había conciencia de que los recursos se extinguen. Sin embargo, lo mismo ha ocurrido y sigue ocurriendo con otras especies de árboles de nuestros bosques como el cedro, la caoba o el shihuahuaco en la Amazonía, la puya de Raimondi y la Queñual en los Andes o el Algarrobo en los bosques secos de la costa. Como todo recurso natural, su valor puede convertirse en su maldición. Su posesión otorga poder económico y para obtenerlo no mide las consecuencias, especialmente en una sociedad donde la formalidad, el cumplimiento de leyes y la justicia también están en peligro de extinción. Entonces, la representación de la Amazonía en nuestro escudo es un árbol que casi ya no existe, signo inequívoco que deforestar es una vocación patriótica.

La deforestación en datos
La deforestación de los bosques ha sido un proceso continuo desde la aparición del hombre sobre la tierra y se intensificó desde la revolución industrial. Los bosques que no han sido tan modificados por el hombre son conocidos como bosques primarios y son cada vez más escasos. El sesenta por ciento del territorio peruano es la Amazonía, el mayor bosque tropical del mundo que comparte principalmente con Brasil y en menor medida con Ecuador, Bolivia y Colombia. Dicha cuenca nace en nuestra cordillera y recorre un largo trecho hasta llegar al Atlántico. La Amazonía aún conserva bosques primarios, pero son cada vez más amenazados. La información oficial del Estado peruano en esta materia se encuentra en Geobosques, portal que viene monitoreando satelitalmente el estado de los bosques y pertenece al Ministerio del Ambiente. Cuenta con datos desde el comienzo del siglo XXI. Revisemos algunos de ellos.
En el año 2001 el Perú contaba con más de setenta millones de hectáreas de bosque amazónico. Actualmente, con los datos evaluados hasta el año 2024, el Perú ha perdido el 4.4% de bosques, lo que equivale a más de tres millones de hectáreas (3,203,893 ha, para ser precisos) y la deforestación sigue avanzando a un ritmo promedio de más de 133 mil hectáreas por año. Para dimensionar ese tamaño, hagamos comparaciones. En lo que va del siglo XXI, el Perú ha perdido una extensión de bosques amazónicos casi igual a todo el departamento de Cajamarca u once veces el tamaño de Lima Metropolitana. Si buscamos una comparación internacional, equivale a 542 veces la isla de Manhattan, ciudad que es destruida en muchas películas de ficción. En nuestra Amazonía, esa destrucción es una realidad. Podríamos seguir con la cinematográfica isla y decir que cada dieciséis minutos se pierde el tamaño equivalente a la isla de Manhattan de Amazonía peruana. O ponernos futbolísticos, ya que cada tres minutos se pierde en bosque amazónico el tamaño de una cancha de fútbol. Queda claro que el partido contra la deforestación lo estamos perdiendo por goleada.

Los datos son escalofriantes, pero no muestran toda la gravedad del problema. Datos similares se obtienen en los demás países amazónicos. La deforestación no se detiene y con ella, pierde la humanidad entera. Hay estudios que afirman que la Amazonía podría llegar para el año 2050 a su punto de no retorno, es decir, que ya no podría recuperarse naturalmente. En el contexto del cambio climático, es aún más alarmante, ya que la deforestación emite gases de efecto invernadero que contribuyen a calentar el planeta y genera los efectos que estamos viendo en el mundo con más olas de calor, lluvias intensas, pérdida de fuentes de agua, desaparición de islas, pérdida de biodiversidad, aumento de enfermedades y la lista puede continuar. Desde el lado esperanzador, un reporte de Naciones Unidas para el Clima del año 2024 afirma que la conservación y mejora de los bosques a nivel mundial podría aportar hasta en un 20% en el objetivo de mitigación aprobado en el año 2015 en el Acuerdo de París. La evidencia de la importancia de los bosques es clara. La evidencia de las acciones, no tanto.

Causas
Como decíamos al empezar este artículo, el escudo nacional demuestra que el Perú republicano se funda en una lógica heredada de la colonia como un gran territorio para la extracción de sus recursos naturales, de la materia prima que necesitan los países desarrollados de turno y que genere ingresos a las respectivas élites que lo controlan. La maldición de los recursos, dicen algunos economistas. También se heredó una organización centralizada en la capital, alejada del resto del país y cerca al mar por donde se van los recursos, dándole la espalda a la Amazonía oculta detrás de la cordillera de los Andes. Ya decía Alexander Von Humboldt en su paso por nuestro país en 1803 que Lima está más alejada del Perú que Londres. A pesar de los esfuerzos y algunos cambios, en la actualidad seguimos arrastrando estos aspectos cruciales, además de una histórica tradición de corrupción coludida entre los gobiernos de turno y las élites del momento, como detalla Alfonso Quiroz en su libro Historia de la Corrupción en el Perú, de lectura obligatoria. ¿Cómo impactan estos tres aspectos en la deforestación de la Amazonía? Pongamos un ejemplo.
Si uno se sentaba al lado derecho del avión, podía ver desde la ventana una mancha color barro, como una tripa que rompía el frondoso bosque verde. Hoy en día, no importa en qué lado del avión te sientes, esa mancha es gigante, sigue extendiéndose y está a la vista de todos.
En el año 2015 el fallecido periodista español David Beriain estrenó una serie documental llamada Amazonas Clandestino. En el capítulo dedicado a la tala ilegal, se narra la historia de un pedido: Alguien en Sao Paulo desea una cama de caoba, árbol casi extinto y cuya tala está prohibida. El pedido es recibido en la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú. El periodista acompaña una excursión al frondoso bosque para conseguir ese producto, prohibido en el papel, pero válido por órdenes de la oferta y la demanda. Es un pequeño ejemplo que se replica de manera masiva en el mineral más relevante para la economía mundial en tiempos de inestabilidad económica como el que vivimos: el oro, cuyo precio en el mercado internacional ha batido récord el año 2025, llegando a costar cuatro mil dólares la onza (31 gramos). Como explica el portal Bloomberg, es una tendencia que ocurre por compras de bancos centrales, flujos récord hacia ETFs (Fondos Cotizados en Bolsa) respaldados por oro y una estrategia de desdolarización por parte de economías emergentes. Con ese precio y demanda, no habrá política que pueda detener la deforestación y degradación de los ecosistemas de la Amazonía y otros ecosistemas del país, con su respectiva ola de violencia y abuso contra las personas, como los documentados casos de asesinatos a defensores ambientales o la trata de personas en los campamentos mineros. Otros especialistas afirman que para el año 2026 el precio de la onza de oro podría llegar a un histórico cinco mil dólares la onza. Es una buena noticia económica para el Perú, país exportador de oro. Es una mala noticia para los bosques, porque no habrá ley, autoridad o impulso que frene el incentivo de ganar tanto dinero a cambio de deforestar la Amazonía.
El año 2008 fue la primera vez que viaje a Puerto Maldonado, capital del departamento de Madre de Dios, considerada una de las zonas de mayor biodiversidad del planeta. Si uno se sentaba al lado derecho del avión, podía ver desde la ventana una mancha color barro, como una tripa que rompía el frondoso bosque verde. Hoy en día, no importa en qué lado del avión te sientes, esa mancha es gigante, sigue extendiéndose y está a la vista de todos. Es la deforestación producto de la minería ilegal que extrae oro a cualquier precio, el otro símbolo de nuestro escudo nacional. El oro que existe en la Amazonía se extiende por cuencas de ríos ancestrales que arrastraron hace cientos de años el mineral de las altas montañas de los Andes. Cuando los mineros encuentran un trazo de oro, avanzan siguiendo el camino quitando los árboles que estén en el camino y llenando grandes pozas de barro y mercurio.

La carretera interoceánica contribuyó al acceso y multiplicación de la extracción de oro en Madre de Dios y lo que comenzó con campamentos informales al pie de la carretera hechos de palos y tapados con plásticos azules, son ahora centros poblados con escuelas, canchas de fútbol, ferreterías, conciertos artísticos y una dinámica económica con tanto poder que se ven sus tentáculos en los ámbitos políticos locales, regionales y congresales. La última interdicción que realizó el gobierno peruano fue el año 2019, antes de la pandemia con la presidencia de Martín Vizcarra, llamada Operación Mercurio. Hace seis años. Hoy, la minería se extiende a otras regiones amazónicas del país como Puerto Inca en Huánuco, el río Santiago en la frontera con Ecuador o la hermosa cuenca del río Nanay, principal proveedor de agua potable de la ciudad de Iquitos, en Loreto. En un informe de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS-Perú), con base en documentos de INTERPOL, se estima que entre un 30 % y 70 % de las exportaciones de oro podrían tener origen ilegal. En este caso, el mercado no se va a regular solo para evitar la deforestación. El oro, provenga de donde provenga, se ve igual y vale lo mismo para sus compradores a nivel mundial. En ese escenario, es curioso pensar que la madera es un recurso más raro y escaso en el universo que el oro o cualquier otro metal.
Otras causas de la deforestación son las invasiones por tráfico de tierra. El cambio de uso de suelo para aprovechamiento agrícola o cultivos ilegales que ahora se ha extendido también en la selva baja, más cerca de la frontera con Brasil, ruta de distribución y exportación de cocaína, es una constante. Otra causa son los incendios forestales, frecuentes en las temporadas secas del año y que el 2024 llegó a un récord mundial y nuestro país no fue la excepción. Sin embargo, la mayoría de los incendios suelen ocurrir por causas humanas, con la intención de ampliar la frontera agrícola.
¿Dónde ocurre la deforestación? En todo, en todas partes y al mismo tiempo. Se distribuyen en todos los tipos de derechos sobre el territorio que existen, sean concesiones forestales maderables (para extracción legal de madera), concesiones no maderables (de ecoturismo, castaña, shiringa, etc.), concesiones de conservación, predios privados y terrenos del Estado a nivel nacional, regional o local. Las áreas menos afectadas por la deforestación históricamente son las comunidades indígenas y las áreas naturales protegidas, lo que no quiere decir que no estén amenazadas por los mismos agentes. La Amazonía es una sola y, al igual que la delincuencia en la ciudad, por más que uno ponga rejas en su calle, nunca estará seguro si no se toman precauciones y medidas en toda la ciudad. Los bosques, como recurso natural, constitucionalmente son patrimonio de la Nación y los gestiona el Estado. Ya dicen que lo es de todos, es de nadie. En una sociedad donde las leyes no se cumplen, se ejerce mayormente la ley del más fuerte y la economía siempre estará por encima de otras variables.
Una protección en el papel
Si fuera por los planes y estrategias que elaboran los sucesivos gobiernos peruanos, deberíamos parecer la portada del Atalaya, lleno de gente feliz, cogidos de la mano en un paraíso de árboles y ríos prístinos. No es así. El Perú cuenta con legislación forestal para la protección de los bosques y el ordenamiento de este, que, sin ser perfecta, por lo menos explica que los bosques se deben proteger. Están tipificados los delitos ambientales, las funciones de los estamentos de gobierno incluyendo planes de protección y conservación, así como de adaptación y mitigación del cambio climático. Es decir, todos tienen sus funciones, responsabilidades, pero también sus limitaciones. Aquí es donde la visión centralista y sectorial del Estado se muestra ineficiente. Porque la organización del Estado peruano es una especie de feudalismo donde cada quién tiene su espacio y jurisdicción, su pequeño poder y sus limitaciones. Pongamos un ejemplo. Una dirección forestal de un gobierno regional amazónico tiene la función de promover la correcta extracción de madera de las concesiones y que estas cumplan con la normativa vigente. Sin embargo, no cuenta con el personal suficiente ni con el financiamiento adecuado para cubrir su vasto territorio. Adicionalmente, debe coordinar con la autoridad sectorial que está en Lima, que le exige planes anuales, además de otros requisitos. Las otras direcciones de dicho gobierno regional, autoridad ambiental o agraria, tienen las mismas prerrogativas y cada una responde a su propia legislación y su propio sector. El territorio es extenso y los recursos escasos. Luego ocurre un fenómeno como la minería o las actividades ilegales, donde tiene que intervenir otros organismos sectoriales como la fiscalía o el ministerio del interior, que tampoco cuentan con los recursos suficientes en el territorio y dependen de decisiones que surjan desde la cabeza del sector, donde normalmente la Amazonía es el último de los problemas en el contexto actual de crisis del Estado peruano.
Reducir la deforestación requiere de decisión política y financiamiento suficiente. La decisión política no puede ser sectorial, sino, una decisión integral en el territorio con miras a darle valor al bosque y generar oportunidades de desarrollo sin deforestación
También en el papel, el Perú es un ejemplo para el mundo, al ser de los primeros países en enviar sus compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (conocidos como Contribuciones Nacionalmente Determinadas o NDC, por sus siglas en inglés) para cumplir con el Acuerdo de París del año 2015, documento que rige los esfuerzos de los países frente al cambio climático. Perú presentó un ambicioso compromiso el año 2016 y lo actualizó el año 2020 en plena pandemia, curiosamente el año de mayor deforestación en lo que va del siglo 21. En este documento el Perú se comprometió a reducir las emisiones entre un 30% y 40% para el año 2030, con el 10% adicional condicionado a la cooperación internacional. Ya pasó la mitad del plazo del compromiso. Como hemos visto en los datos oficiales de Geobosques, la deforestación, causante de más de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero del Perú, no se ha detenido. A comienzos del presente año, el Ministerio del Ambiente aprobó la Política Nacional: Estrategia Nacional ante el Cambio Climático al 2050 donde en el objetivo prioritario 4 menciona acciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por uso de la tierra, cambio de uso de la tierra y silvicultura, que es el nombre técnico que se da a las actividades ligadas a la pérdida de bosques.

Una visión territorial
Reducir la deforestación requiere de decisión política y financiamiento suficiente. La decisión política no puede ser sectorial, sino, una decisión integral en el territorio con miras a darle valor al bosque y generar oportunidades de desarrollo sin deforestación. Existen muchas iniciativas valiosas en el Perú, como proyectos de conservación y reforestación en áreas naturales protegidas nacionales, regionales, locales y privadas, áreas comunales o territorios indígenas. Sin embargo, como hemos mencionado líneas arriba, los esfuerzos puntuales son importantes, pero atacar la deforestación requiere de una visión territorial extensa. Los estímulos para deforestar simplemente se mueven a otro lugar o rodean las iniciativas. Decisiones que solo pueden delimitar los gobiernos regionales o provinciales y que se apliquen de manera integral en el territorio. Existen alternativas para implementar programas territoriales con financiamiento privado. Actualmente el mundo de los mercados de carbono viene implementando soluciones territoriales llamados Programas Jurisdiccionales REDD+, siglas que significan Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de los bosques. Es decir, reducir la deforestación. En la provincia de Misiones, en Argentina, se viene desarrollando un programa para reducir la deforestación y conservar sus bosques de manera integral en su territorio con financiamiento privado por la futura venta de créditos de carbono. De igual manera, varios estados brasileños vienen presentando sus programas jurisdiccionales como el estado de Tocantins, que busca reducir la deforestación en sus bosques de cerrado, un bioma boscoso similar a la sabana. Similares esfuerzos se vienen impulsando en países y subgobiernos africanos, con financiamiento privado proveniente de los mercados de carbono o la cooperación internacional.
En el Perú, se ha lanzado el año 2024 el Programa REDD+ Jurisdiccional Indígena (RIJ), iniciativa articulada por el Ministerio del Ambiente para realizar acciones de conservación en los territorios indígenas amazónicos, financiado con fondos privados provenientes de los mercados de carbono. Este programa agrupa a tres organizaciones indígenas peruanas: la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), Confederación de Nacionalidades Amazónicas del Perú (Conap) y la Asociación Nacional de Ejecutores de Contrato de Administración del Perú (Anecap), que representan a decenas de organizaciones y comunidades nativas. Una gran iniciativa que va a servir para apoyar a los pueblos originarios y sus territorios que, como hemos mencionado líneas arriba, han sido históricamente las áreas más conservadas de nuestra Amazonía. Este programa se encuentra en fase de propuesta y definición. Es un enorme reto para el país llevarlo adelante. Pensando en la gestión integral del territorio de bosques y en especial el amazónico peruano, queda continuar el reto articulando estos espacios territoriales indígenas dispersos a políticas territoriales más unificadas, como los gobiernos regionales. La deforestación en el territorio seguirá avanzando sin una estrategia integral en el territorio que combata todas las variables y permita a los diversos actores actuar bajo una sola mirada, la de la conservación. Cierro esta nota con esperanza, pero la deforestación no se detiene. Si llegaste hasta el final de este artículo, considera que en el tiempo que leíste hasta acá ya se deforestaron el tamaño de varias canchas de fútbol en la Amazonía.











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