Edición N° 37 05/09/2022 Reportaje

El éxodo ucraniano y el doble discurso solidario de Europa

Dánae Rivadeneyra

Por: Dánae Rivadeneyra

Periodista especializada en migraciones internacionales. Actualmente realiza un doctorado en Sociología en Paris donde vive desde 2016.

La guerra en Ucrania ha provocado la salida de al menos seis millones de personas de su país. Francia acogió, en algún momento, a unas 100 mil personas y, actualmente, según cifras del Ministerio del Interior, unas 68 mil personas están en territorio francés. Se trata de los refugiados y migrantes mejor tratados en los últimos cuarenta años en Europa, al punto que se decidió usar, por primera vez, una directiva que les otorga casi los mismos derechos que a los demás europeos. ¿Asistimos al inicio de una nueva época en el tratamiento de las migraciones en Europa o se trata, por el contrario, de una solidaridad a dos velocidades?

La invasión rusa en Ucrania empezó el 24 de febrero de 2022 y mientras Moscú entraba con sus tanques, millones de ucranianos salían despavoridos con lo poco que podían sacar de un país bombardeado. El saldo de muertes de civiles se eleva a 5587 decesos confirmados, pero se cree que el número real es de decenas de miles. El número de refugiados ha superado los 6,6 millones, además de los siete millones de desplazados internos, según cifras de ACNUR. Es el mayor movimiento migratorio de los últimos tiempos y el único en el que la solidaridad de Europa ha respondido de manera unánime.

Francia ha sido el país abanderado de encarnar la solidaridad en el bloque y en París, su centro de convenciones más grande e importante, el de Porte de Versailles, fue el encargado de mostrarlo, acogiendo a los ucranianos que llegaban a la capital desde diversas partes del país. Sus 220 mil metros cuadrados que, anualmente, acogen a los eventos más importantes y exclusivos de Francia, recibieron hasta el 28 de agosto cerca de mil ucranianos por día; pero este fue solo uno de una larga lista de cambios que se operaron en Francia y en Europa.

En las fronteras europeas, los pasaportes ucranianos vencidos adquirían valor; las visas, trámites y restricciones para pisar, instalarse y trabajar regularmente en suelo europeo desaparecieron para ellos. Seis días después de haber comenzado la invasión rusa, un primer fondo de mil millones de euros era desbloqueado por la alcaldía de París para que asociaciones y demás intermediarios puedan trabajar con toda tranquilidad. En los centros de acogida de refugiados y migrantes, normalmente abarrotados por personas de otras nacionalidades, se encontró espacio para recibir a los ucranianos y, cuando finalmente no hubo más espacio, se crearon centros descentralizados para recibirlos. La solidaridad de Francia y de Europa estaba en todo su esplendor.

La palabra migrante se ha convertido en un estigma en Francia. Tú no escucharás jamás hablar de los ucranianos bajo el término ‘migrante’, pero los afganos, por ejemplo, ellos son migrantes’, nos explica Alain Morice».

«Al inicio ellos eran acogidos en hoteles, pagados por el Estado francés, pero luego, se decidió descentralizar eso y que cada prefectura los acoja localmente. Ahora las personas que llegan a París son alojadas fuera de la ciudad, en los suburbios», explica Hélène Soupios-David, directora de incidencia de France Terre d’Asile, una de las asociaciones que está a cargo de este centro de acogida, el más grande del país.

En Porte de Versailles, durante lo más álgido del conflicto, los SDF – la categoría administrativa para designar a las personas Sin Domicilio Fijo, aquellas que han sido desalojadas y no tienen dónde vivir –observaban desde sus carpas cómo largas filas de ucranianos eran atendidas con toda celeridad, cómo se les permitía dormir en el lugar y hasta los veían salir con reseñas para encontrar trabajo.

«Una vez me dejaron entrar, una vez nada más» , nos dice Neba, migrante camerunés que duerme fuera del centro de convenciones desde hace seis meses.

Le pregunto a Neba si puedo hablar con él acerca de lo que ha visto en estos seis meses, él me mira sorprendido y luego me responde: «¿Está segura?, ¿no le molesta hablar conmigo?», me responde rápidamente con una media sonrisa e incredulidad que también transmiten sus ojos.

Yo no entiendo su pregunta, pienso que se trata tal vez de una broma, pero luego caigo en cuenta. Los SDF, ya sean de nacionalidad francesa o extranjera, son los invisibles de la sociedad, los que nadie quiere ver y que, a fuerza de tanto evitar sus miserias y olores, terminan siendo una parte más de los metros, de las calles sucias, de los puentes oscuros y solitarios que también abundan en París. Los migrantes que viven en carpas, algunos en situación irregular, son colocados en los lugares menos visibles de la capital, donde el turista y el ojo que aún no invisibiliza al humano indeseable, no los puedan ver.

«¿Qué había adentro?», le pregunto a Neba.

«Migrantes», me responde casi sin vacilar. Él entró pidiendo ayuda y algún guardia, pese a no tener la piel blanca ni los cabellos rubios como la mayoría de ucranianos, lo dejó entrar. Fue un paso fugaz, tan pronto pasó el filtro de una segunda persona, Neba tuvo que salir con las manos vacías y regresar a su carpa donde ve pasar los días sin que nada ni nadie rompa ese ciclo.

Solidaridad francesa y europea, la gran transformación

Al otro lado de la ciudad, en el parque de Buttes Chaumont, en el distrito XIX de París, en medio de los árboles, riachuelos y puentes, me doy cita con Kirill en el Rosa Bonheur, uno de los bares emblemáticos de la capital. Kirill es ucraniano, pero hace veinte años vive en París, trabaja en el mundo del modelaje, se encarga de hacer los castings para las agencias de moda, es una versión de Joseph Gordon-Levitt con cabellos ondulados, gafas y los ojos ligeramente rasgados. En un perfecto español de acento argentino, tras haber vivido siete años en ese país, Kirill me dice que él siempre fue ucraniano pero que, hasta antes del 24 de febrero de 2022, su nacionalidad había pasado desapercibida.

«De repente, de un día para otro, ser ucraniano ya era completamente diferente. Yo lo entiendo, está el conflicto y tal, pero de un día para otro hubo un interés y un trato especial que hasta entonces no había», dice Kirill.

Y no, no era que fuera bueno o malo el trato, simplemente, era una nacionalidad más en el enorme abanico de nacionalidades que Francia reúne y que se perdía en ese otro gran término que incluye a todos aquellos que no son franceses: los migrantes.

«Si uno se centra incluso solamente en la terminología; la palabra migrante se ha convertido en un estigma en Francia, es una palabra peyorativa. Tú no escucharás jamás, jamás, hablar de los ucranianos bajo el término ‘migrante’, pero los afganos, por ejemplo, ellos son migrantes»,  explica Alain Morice, investigador emérito y especializado en temas migratorios del CNRS – el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia.

Varias tiendas en el campamento «salvaje» de Francia

Campamento de migrantes de africanos y afganos. Fuente: ABC.es

 

Como explica Morice, en el discurso público, los ucranianos dejaron de ser llamados migrantes o refugiados, aquellos cuyo sufrimiento es legítimo, pues lo demostraron según los parámetros de la Convención de Ginebra de 1951; tampoco fueron incluidos dentro del grupo de los extranjeros, aquellos otros que vinieron a Francia por decisión propia, ya sea con una carrera, a estudiar o a trabajar. Las diferencias, sin embargo, van más allá del lenguaje, como explica también Hélène Soupios-David, la directora de incidencia de France Terre d’Asile.

«Para comenzar ellos (los ucranianos) no están en el mismo procedimiento que las personas que han huido de sus países y que son refugiadas. A ellos, automáticamente, se les permite tener un permiso de residencia de un año y que puede ser renovado. Las otras personas que son solicitantes de refugio, tienen que hacer primero el pedido de asilo, luego, esperar la programación de la entrevista, pasar la entrevista, pasar por las agencias del Estado, esperar la validación y esperar y esperar en los centros para solicitantes de refugio por un plazo que puede ser de hasta seis meses», comenta Soupios-David. La explicación para este cambio tanto en el discurso y en la práctica tiene que ver con un dispositivo legal que hasta entonces había permanecido inactivo.

La protección temporal: un dispositivo migratorio usado por primera vez en la historia de Europa

En 2001, en el contexto de la guerra de los Balcanes, los Estados miembros de la Unión Europea crearon un instrumento legislativo para responder a eventuales situaciones de flujo masivo de personas que necesitaran protección internacional al no poder quedarse en sus países de origen, ya sea por “una guerra, violencias, o violaciones de derechos humanos”. A este dispositivo se le llamó de protección temporal, pero pese a las repetidas ocasiones en que pudo usarse, Europa jamás se puso de acuerdo.

En 2011, durante la primavera árabe, una resolución de la ONU autorizó a los aviones de la coalición internacional a bombardear Libia para hacer caer el régimen del coronel Kadafi. La consecuencia fue inmediata: cerca de un millón de personas escaparon del país en cuestión de meses; no se trataba solo de libios sino de sudaneses, de eritreos, de somalíes, de etíopes, de iraquíes. Europa solo recibió a 300 refugiados de ese millón de personas, 300 personas que fueron repartidas entre siete países. El resto fue recibido por Túnez y por los países más pobres del planeta como Tchad o Niger.

Polonia, vecina de Ucrania, fue el primer país afectado: tres días después de la invasión, había recibido a 100 mil ucranianos, pese a lo estricto de sus políticas migratorias. Para la directora de incidencia de France Terre d’Asile esto se debe a que es la primera vez que una guerra estalla en fronteras tan cercanas a Europa».

«En 2015 hubo una segunda ocasión, en la mal llamada crisis de migrantes, pero allí tampoco se utilizó esta directiva, sino que se prefirió hacer un acuerdo con Turquía para que el país retenga a las personas que quisieran ir hacia Grecia», nos recuerda Alain Morice, investigador del CNRS.

Entre 2011 y 2015, el conflicto sirio empujó al exilio a cerca de 5 millones de personas, sin contar a los 7 millones de desplazados internos. Hasta entonces, Europa había contemplado en silencio este conflicto producto de migrantes irregulares, pero la revelación de dos naufragios en el Mediterráneo, donde murieron ahogadas cerca de 1500 personas tratando llegar a las costas europeas, encendió las primeras alertas. Unos meses después, la foto del cuerpo del niño sirio Aylan Kurdi, ahogado cuando el bote en el que viajaba naufragó, sacudió a la opinión pública. La Unión Europea implementó un plan para repartir, entre los 25 estados miembros, un total de 160 mil personas. En la práctica, solo se acogieron a 30 mil y esto, al cabo de cuatro años. Francia, que se había comprometido a acoger a 30 mil, recibió a menos de un tercio.

La pregunta es entonces, ¿a qué obedece este cambio de actitud de los dirigentes europeos que ha tenido, también, un eco importante en la población? Para Alain Morice, esto se debe a una cuestión geopolítica en la que se busca impedir el expansionismo ruso, percibido como “extremadamente peligroso”.

«Para decirlo de manera coloquial, para jorobar a Rusia. En el caso de Francia, es bastante claro. Polonia que tiene también cuentas pendientes y precisas con Rusia hizo un llamado a la generosidad de la Unión Europea para compartir, equitativamente, el flujo de migrantes porque era una carga importante para ellos», explica Morice.

Polonia, vecina de Ucrania, fue el primer país afectado: tres días después de la invasión, había recibido a 100 mil ucranianos, pese a lo estricto de sus políticas migratorias. Para la directora de incidencia de France Terre d’Asile, esta recepción sin precedentes, tanto de políticos como de la población, se debe a que es la primera vez que una guerra estalla en fronteras tan cercanas a Europa; lo que impacta más a la población que otras que pasan a miles de kilómetros, aun cuando los que escapan de esa guerra tocan la puerta de Europa todos los días y muchos mueren en el intento.

En el caso de los ucranianos, los prejuicios habituales contra los migrantes desaparecieron junto con las restricciones administrativas y migración ya no era sinónimo de robo de empleo, de terrorismo, o de necesidad de protección. «Muchos franceses querían acoger ucranianos y fue gracias a las asociaciones SINGA y el Servicio Jesuita para los Refugiados – JRS que se pudo acompañar a las familias para que recibieran a los ucranianos que estaban en hoteles», acota Soupios-David.

Manifestantes en París por Ucrania. Fuente: agencia EFE.

Solidaridad para unos, dureza para otros

En cuestiones prácticas, las personas ucranianas no solo tienen a su disposición un centro de acogida donde pueden recibir apoyo social para cualquier tipo de trámite que facilite su inserción en su nueva vida en Francia. El dispositivo de protección temporal también ha permitido que se abran centros de acogida por todo el país, en

Marsella, Niza, por su cercanía con Italia; en Estrasburgo, por ser frontera con Alemania, etc. Además, este dispositivo les da el derecho a recibir una ayuda financiera entregada por la OFI – la Oficina Francesa de Inmigración.

Las personas que no son ucranianos, por ejemplo, extranjeros en Ucrania, los estudiantes o los solicitantes de asilo o incluso las personas que han obtenido la protección internacional han sido muy mal recibidas (…) Son cuestiones políticas y detrás de eso está la cuestión del racismo’, nos explica Morice».

«Se les otorga un monto diario de 14 euros con 20 céntimos por día, pero aumenta en función del número de niños. Este monto se les da a los ucranianos aún cuando estén en un centro de acogida, por ejemplo, si una familia ucraniana está alojada va a recibir 14,20 mientras que otro solicitante de asilo de otra nacionalidad recibiría 6, 80»,  explica Hélène Soupios-David.

Una diferencia de trato se hizo visible desde los primeros días de la invasión rusa en Ucrania cuando los trenes de la compañía francesa SNCF, con capital privado y estatal, anunciaron el transporte gratuito para todos aquellos de nacionalidad ucraniana. Un trato que no recibieron personas de otra nacionalidad y que también escapan de guerras.

«La hipocresía y el doble discurso de Europa son sorprendentes. Estamos en una contradicción porque las personas que no son ucranianos, por ejemplo, extranjeros en Ucrania, los estudiantes o los solicitantes de asilo o incluso las personas que han obtenido la protección internacional han sido muy mal recibidas y no siempre gozan de la protección temporal. Hubo incluso accidentes graves en la frontera polaca porque se les ha rechazado. Son cuestiones políticas y detrás de eso está la cuestión del racismo»,  señala Alain Morice.

Por supuesto, las personas ucranianas escapan de la guerra, salen de su país dejando todo tras de ellos porque no existe otra opción para sobrevivir. Es la misma situación que atraviesan, sirios, eritreos, libios, afganos, etc. No existe un sufrimiento más legítimo que otro, pero sí llama la atención cómo un continente acostumbrado a tratar con flujos migratorios importantes, aplica políticas diferenciadas para estos casos. «No ayuda oponer los grupos, los migrantes con los SDFs y ver quién está mejor tratado. Lo que decimos es que esto ha sido posible porque hubo una situación excepcional y que, si las cosas no funcionan en general, es simplemente porque falta la voluntad política necesaria, apunta la directora de incidencia de France Terre d’Asile.

Algunas personas vieron, en estos cambios excepcionales hacia los migrantes ucranianos, los vientos de nuevos tiempos, la esperanza de cambios en materia de refugiados y acogida. Sin embargo, a juzgar por los tratos diferenciados entre una y otra nacionalidad, esto solo será recordado como un hecho excepcional en un contexto excepcional.

Mientras la política migratoria de Europa evoluciona a diferentes velocidades, la realidad de las familias ucranianas no se detiene. Algunos de los que fueron acogidos por familias francesas deciden regresar a sus ciudades de origen, sobre todo los que se encuentran al oeste del país, como Marta, que pasó cuatro meses con una familia que la adoptó a ella y a su pequeño Kuzma en París.

«Yo no veo mi vida en Francia, prefiero regresar a Lviv con mi esposo» – me comenta Marta quien cree que lo mejor es acostumbrarse a una realidad que, aunque dure o no por mucho tiempo, al menos es la suya y que experimentará y soportará entre los suyos, porque partir y dejar todo atrás es algo que nadie desea, me dice.

El sentimiento de Marta es similar al de otros migrantes, todos ellos forzados a dejar atrás sus países y familias. La acogida de Europa a los ucranianos y los lazos tejidos entre ambas comunidades muestra que una realidad así es posible, que el enfoque de seguridad de fronteras, aplicado de manera general para otras nacionalidades, puede ser cambiado por el de derechos humanos, donde la relación con el otro pueda ser percibida desde la empatía y no desde el temor.