Edición N° 41 07/12/2023 Reportaje

Género y cambio climático
Las hermanas Machaca Mendieta, criadoras de agua de lluvia

Alberto Ñiquen Guerra

Por: Alberto Ñiquen Guerra

Periodista independiente

Las hermanas Machaca Mendieta son conocidas en el Perú y en el exterior por ser exitosas criadoras de agua de lluvia, actividad ancestral que permitió que su comunidad, Quispillaccta (distrito de Chuschi, provincia de Cangallo, departamento de Ayacucho) recupere fuentes de agua.

Tener ese reconocimiento no ha sido fácil, pero sí muy retador. Estudiaron ingeniería agrónoma en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, una carrera en la que la mayoría de quienes la estudian y ejercen son varones; además, lo hicieron en un momento complicado debido a la presencia del grupo terrorista Sendero Luminoso en su región. Migrar de Unión Potrero, donde nacieron, a Huamanga tenía un propósito: aprender, capacitarse, titularse y regresar para contribuir al bienestar de Quispillaccta. Así enseñaron don Modesto y doña Hilaria a sus hijas Marcela, Magdalena, Lidia, Victoria, María Magdalena y Rosalinda, seis de los once hermanos.

Don Modesto estudió hasta el tercer año de secundaria, pero en el campo era un sabio. “Era nuestro guía espiritual para todo”, remarca Magdalena. Él creció en el campo y experimentó las dificultades de la vida de los agricultores. Por eso, su afán era brindar a sus hijas e hijos la educación académica que él no había tenido. 

Como otras niñas de su época, Hilaria, la mamá, no estudió en la escuela; pero, al igual que su esposo, adquirió la sabiduría basada en su relación con la naturaleza, sobre todo con las plantas medicinales. “Nuestra mamá era muy inteligente, muy detallista”, subraya Magdalena.

En 1984, Quispillaccta se enfrentó a Sendero Luminoso y lo hizo retroceder, a costa de la vida de decenas de comuneros, incluidos miembros de la familia Machaca Mendieta»

“Papá siempre nos decía: van a estudiar para mejorar nuestra agricultura”, recuerda Marcela. “En la casa se hablaba de estudiar con un propósito, que era ayudar no solo a la familia Machaca, sino a todo el ayllu de Unión Potrero”, dice Lidia, quien antes de seguir la carrera de sus hermanas estuvo a punto de estudiar enfermería.

Cuando retornaron a su comunidad, a finales de los ochenta, prácticamente no la reconocieron. Aún se vivían los estragos ocasionados por la incursión senderista; había silencio, desconfianza y la relación espiritual con la naturaleza estaba resquebrajada. 

Marcela y Magdalena fueron las primeras en regresar. “La violencia política y cultural interrumpió la trama de relaciones sociales, con la naturaleza y con las deidades, lo que significó el deterioro de la organización comunal y de la agricultura. Cuando la organización comunal se aparta de la actividad agrícola, no solo se destruye la base de la naturaleza y de la gente para la supervivencia, también se pierden los rituales y, con ellos, los aspectos éticos que guían las actividades”, explican. 

No obstante, resaltan la resiliencia de su comunidad ante la violencia política. En la primera mitad de los ochenta, la comunidad sufrió numerosas pérdidas humanas, desapariciones, destrucción material, vejaciones y maltratos. En 1984, Quispillaccta se enfrentó a Sendero Luminoso y lo hizo retroceder, a costa de la vida de decenas de comuneros, incluidos miembros de la familia Machaca Mendieta. 

Agua

Estar de regreso en la comunidad y dialogar con comuneras y comuneros, que al principio las veían con recelo por haber estado cinco años en la ciudad, pero también porque no las valoraban como ingenieras por ser mujeres, les permitió conocer sus preocupaciones. Una fundamental: la escasez de agua. Los glaciares Wayunka y Paqcha, fuentes de agua para quienes viven en esta zona altoandina, se habían derretido. Una gran diversidad de semillas se perdió y los pastos para la alimentación del ganado estaban secos como consecuencia de la deficiencia hídrica en la comunidad. La comunidad pasaba por una feroz inseguridad alimentaria. 

Los quispillactinos les contaron que la mayoría de los proyectos agrícolas y de infraestructura que se desarrollaron en la zona luego del terrorismo no funcionaron porque estaban mal concebidos. Era infraestructura gris elaborada con una mentalidad ajena a la realidad de esa comunidad, que más bien contribuyó a la disminución de los manantiales y a la pérdida de biodiversidad. Además, generaron conflictos internos, porque no había agua para todos. Los canales de riego naturales pasaron a ser de cemento y ello “ahuyentó al agua”, señalan las Machaca. 

“Hablar de la situación del agua en Quispillaccta es recordar la situación crítica de la comunidad en su totalidad, a inicios de los noventa, cuando había una serie de condiciones que impedían a las familias recuperar su modo de vida basado en la agricultura. Esas condiciones eran en su mayoría de orden estructural, como la nula atención hacia los pueblos afectados por la guerra (destrucción de orden material y espiritual) y la asombrosa insensibilidad para atender la diversidad cultural por parte del Estado”, dice Marcela Machaca, fundadora, junto con Magdalena, de la Asociación Bartolomé Aripaylla, desde donde se dedican a enfrentar la escasez de agua en tiempos de cambio climático.

Entre 1989 y 1990, Marcela y Magdalena lograron su título profesional con investigaciones que analizaron el proceso de deterioro de la agricultura campesina y los escasos aportes de los proyectos desarrollados en la comunidad. Las ingenieras quechuas registraron “diversas sabidurías de crianza de la chacra, diversas prácticas de predicción del clima en uso, entre otras, evidencias claras de la vigencia de una cultura poseedora de una cosmovisión viva y vivificante”. La diversidad cultivada estaba reducida; la pobreza, incrementada y profundizada; los recursos naturales, desapareciendo; la pérdida de la biodiversidad y de las fuentes de agua eran hechos reales. El deterioro de la vida de las personas y del paisaje eran visibles; sin embargo, había suficientes elementos como para apostar por su recuperación, como señala Magdalena. 

Saber ancestral

Luego de sustentar sus tesis en 1990, Marcela y Magdalena apostaron por las sabidurías de su comunidad. “Nuestro retorno causó sorpresa, puesto que ya habíamos obtenido el título profesional, entonces preguntaban por qué seguíamos andando por allí. Fue bastante difícil aclarar las razones de nuestro retorno: la satisfacción de pertenecer a esta comunidad no era argumento suficiente. Claro, no estaban ausentes comentarios que asociaban nuestro retorno al fracaso en ciudad como profesionales”, señalan en una sistematización de sus prácticas.

Marcela y Magdalena conversaron con don Modesto, le explicaron sus inquietudes y la necesidad de conocer más sobre Quispillaccta para poder ayudar. “Papá nos dio una lista de sabios (yachaq, en quechua) de las distintas localidades de la comunidad. Nos dijo que conversáramos con esos depositarios del saber [sobrevivientes de la barbarie terrorista], que ellos nos enseñarían sobre la agricultura campesina andina. Y así lo hicimos”, narra Magdalena.

En 1991, Marcela y Magdalena fundaron la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA), que lleva el nombre de quien defendió la cultura y los territorios de lo que hoy es Quispillaccta ante los invasores españoles durante las primeras décadas del siglo XVI».

“Caminamos mucho, conocimos a los sabios, aprendimos, recordamos enseñanzas de la niñez, nos dimos cuenta de que la universidad no nos había cambiado, que seguíamos siendo parte de la naturaleza, de la tierra”, dice Lidia. Luego de reunirse con los yachaq, las hermanas reafirmaron la importancia de conservar y practicar las tradiciones milenarias y compartirlas con las nuevas generaciones.

En 1991, Marcela y Magdalena fundaron la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA), que lleva el nombre de quien defendió la cultura y los territorios de lo que hoy es Quispillaccta ante los invasores españoles durante las primeras décadas del siglo XVI. “Es uno de nuestros ancestros por el lado materno. Nosotras somos Aripaylla, pero los curas cambiaron el apellido por Mendieta. Que nuestra asociación lleve su nombre tiene un significado muy importante para nosotras, está relacionado con la continuidad de nuestra cultura”, afirma Marcela.

Bartolomé Aripaylla y sus luchas son parte de la memoria colectiva actual de la comunidad. Por ello, ABA es un núcleo de afirmación de la cultura andina a partir de la cual desarrollaron esfuerzos para preservar las prácticas milenarias, como la siembra y cosecha de agua de lluvia.

Conformada por profesionales quechuahablantes, su enfoque de desarrollo rural se basa en la interculturalidad y respeto por la naturaleza, a diferencia de la mayoría de organizaciones no gubernamentales que intervienen en los Andes.

Ellas no hablan de manejo de recursos hídricos, sino más bien de crianza del agua, un concepto andino que denota la relación armoniosa de la comunidad con la naturaleza. No solo es que no falte agua, sino que se le quiera, se le críe. “Nunca hay que dejar de conversar con el agua, hay que darle mucho cariño”, resalta Magdalena.

Crianza del agua

Desde 1994, trabajaron arduamente para empezar el proceso de construcción de reservorios. Apacheta fue la primera laguna construida en 1995 y es la más conocida, la cual almacena de manera permanente más de 70 000 metros cúbicos de agua. A setiembre de 2023, superan las 170 lagunas en la comunidad».

En 1992, el fenómeno de El Niño golpeó de manera intensa al Perú. Ayacucho sufrió una mayor escasez de agua, al igual que otras regiones del sur andino. Esto fue determinante para que estas mujeres indígenas quechuas decidieran construir lagunas artificiales —cochas (qochas, en quechua) o embalses— en distintas zonas de la comunidad para que no falte agua en tiempos de estiaje y se recupere la cadena alimentaria.

Por ello, levantaron embalses en lo alto de las montañas para recolectar y criar el agua de lluvia, de la misma manera que lo hicieron sus ancestros.

Desde 1994, trabajaron arduamente para empezar el proceso de construcción de reservorios. Apacheta fue la primera laguna construida en 1995 y es la más conocida, la cual almacena de manera permanente más de 70 000 metros cúbicos de agua. A setiembre de 2023, superan las 170 lagunas en la comunidad. “Todas son exitosas. Ninguna se ha secado”, dicen con orgullo las hermanas. Miles de personas beneficiadas, no solo de su provincia, pueden acceder al líquido y son más de 180 millones de metros cúbicos de agua para uso humano y agrícola.

Estas cochas son soluciones basadas en la naturaleza frente a la escasez de fuentes de agua en zonas secas, con déficit hídrico y alta vulnerabilidad, por lo que contribuye a que las poblaciones se adapten al cambio climático.

Este es un arduo trabajo liderado por las ingenieras agrónomas y la participación de mujeres y varones de la localidad beneficiada. Atrás quedaron los recelos y desconfianzas. La participación de la gente de la comunidad es espontánea, con alegría, esperanza y agradecimiento a la naturaleza. Aquí juegan un papel importante las autoridades tradicionales de la comunidad, que movilizan a sus coterráneos en faenas, festividades y reflexiones colectivas y hacen posible la participación y respaldo en todo el proceso de la experiencia.

Hacer una cocha puede demorar de una a dos o tres semanas. “Depende del tamaño del dique, la profundidad, la disponibilidad de material en la zona, las características del suelo, entre otros aspectos”, dice Magdalena. Las primeras demoraron porque todo fue a mano. Actualmente, con el alquiler de maquinaria, es más rápido.

Sin embargo, primero hay que elegir la zona en la que se construirá, de preferencia una que tenga forma de laguna para que la excavación sea menor. “Pedimos permiso a la madre tierra y también hablamos y llamamos a la yaku mama (madre agua). Si obtenemos buenas señales, el sitio es propicio; de lo contrario, seguimos buscando otros espacios”, detalla Marcela.

“Esta práctica ancestral ha sido muy acogida porque no es costosa, se requiere de materiales propios de la zona, como son piedras, ichus y los gastos pequeños se van en lo que son las ofrendas para iniciar el proceso de la crianza de la laguna. Hacemos convenios con instituciones para lograr la maquinaria, intentamos gastar lo menos posible”, dice Rosalinda Machaca, abogada y otra de las hermanas que, además de la asesoría legal de ABA y de la comunidad, se encarga de las comunicaciones de la asociación.

El costo promedio de cada uno puede llegar a los USD 3000, según las dimensiones, e incluye la mano de obra comunal, la maquinaria, el combustible de esta y otros detalles. Gracias al financiamiento de organizaciones alemanas que trabajaron durante años con ABA y a la autogestión de sus recursos, se cubre casi en su totalidad los costos. El gobierno regional no dispone de dinero para estos proyectos, pero apoya con asesoramiento técnico para garantizar que las lagunas carguen adecuadamente las fuentes de agua locales.

Esta práctica ancestral ha sido muy acogida porque no es costosa, se requiere de materiales propios de la zona, como son piedras, ichus y los gastos pequeños se van en lo que son las ofrendas para iniciar el proceso de la crianza de la laguna».

Todos almacenan agua durante la temporada de lluvias, de noviembre a febrero, periodo que puede variar debido a los efectos del cambio climático. Durante la estación seca, el agua se filtra a través del suelo para recargar los ríos y acuíferos, además de abastecer a los comuneros y las chacras, incluso a Huamanga. Magdalena señala que de alguna manera reemplazan a los glaciares.

Al recuperar las fuentes de agua naturales y los suelos, se mejoró la cobertura vegetal. Ahora hay pastos para la alimentación del ganado y aumentó la producción de alimentos para las familias, lo que favorece a las localidades quispillacctinas y al medio ambiente.

Esta crianza, entonces, revalora el conocimiento y las tecnologías andinas tradicionales sobre el cuidado del agua, rescata las sabidurías de crianza y prácticas agrícolas y fortalece las capacidades adaptativas de las familias campesinas a fin de mejorar su contribución de cara a un mejor uso y conservación del agua. Este es un enfoque de gestión intercultural de riesgos frente al cambio climático.

Implica también un vínculo entre la gestión tradicional y la gestión técnica (contemporánea) del agua, lo que repercute en la incorporación de conceptos, técnicas y conocimientos en cada una. Como consecuencia, el proyecto incorpora la crianza como enfoque transversal de intervención.

La práctica abarca la recuperación de técnicas ancestrales, pero también integra acciones desde la agricultura; por ejemplo, el abono del suelo para la retención de la humedad y la reforestación con especies con menor requerimiento hídrico, entre otros. 

“Si hablamos de crianza de agua, es porque a esta se le concibe como un ser vivo y persona, con su propia cultura. Por tanto, nuestra definición del agua como persona está expresada desde la cosmovisión propia de los pobladores de la comunidad, para quienes la crianza del agua es una forma de vida, cultura y agricultura; donde entre las personas y el agua existe una mutua crianza”, resalta Magdalena. 

María Fernanda Martínez, comunicadora que hizo su tesis de licenciatura sobre ABA, señala que la crianza del agua da lugar a una gestión hídrica que va más allá de la modernización agrícola: “Las sabidurías tradicionales andinas sobre uso y conservación de agua son revaloradas y puestas en práctica como ejes centrales del proyecto, mientras que lo contemporáneo es adaptado a la situación real campesina. Así se busca visibilizar el valor de la población campesina como eje de su desarrollo, sin modificar sus prácticas tecnológicas, culturales ni económicas”.

Beneficios 

En un contexto de cambio climático y de agricultura, donde se prevé que los Andes tendrán serias limitaciones de disponibilidad de agua, almacenar la de lluvia es un aspecto fundamental para las comunidades campesinas».


Los efectos de la crianza del agua de lluvia se visibilizan metros más abajo con el surgimiento de bofedales (humedales de altura) y puquiales (manantiales de agua), a partir de los cuales se favorece el entorno. Asimismo, se recuperan prácticas de manejo y conservación para mejorar la cobertura vegetal, la infiltración, la retención de la humedad y la reducción de la escorrentía.

Además, se incrementó la oferta hídrica local y se redujo la vulnerabilidad ante episodios climáticos adversos como la sequía, con mayor capacidad de resiliencia al cambio climático.

En un contexto de cambio climático y de agricultura, donde se prevé que los Andes tendrán serias limitaciones de disponibilidad de agua, almacenar la de lluvia es un aspecto fundamental para las comunidades campesinas, en especial si para ello se emplean saberes locales y materiales de la zona, lo que se traduce en una autonomía técnica y bajos costos de mantenimiento, con lo que se garantiza su sostenibilidad.

“La crianza del agua, mediante la siembra y cosecha de agua de lluvia, es una experiencia que responde al problema de escasez. Estas lagunas artificiales permiten almacenar millones de metros cúbicos de agua de lluvia. Otros impactos importantes son el incremento del caudal de puquiales y de fuentes superficiales. Los puquiales y bofedales generados constituyen nuevas fuentes de agua de uso diverso, como el mejoramiento de pastos y el consiguiente incremento de la producción pecuaria y de los ingresos económicos”, explica Marcela. 

El reparto del agua y mejor cuidado de la infraestructura natural —añade— reducen los conflictos entre familias y comunidades vecinas, además de producir beneficios globales frente al cambio climático. Los impactos logrados por esta práctica son múltiples y en diversos aspectos generan beneficios directos a los pobladores de la comunidad por medio de la recuperación de los manantiales y el represamiento de agua en las lagunas construidas, con lo que se logra dotar del líquido a los campos y cultivos y se cubre la demanda familiar en un 54% en periodos secos; además, se reverdecen las praderas y mejora la producción de las plantas, así como la alimentación de animales y personas.

“Al recuperar las fuentes de agua, aplicar tecnologías (riego por aspersión) para el uso eficiente del agua e incorporar nuevos cultivos (diversidad), sumado a la racionalización en la crianza de animales, se logra minimizar los riesgos que ocasiona el cambio climático”, apunta la lideresa quechua.

La crianza del agua es para personas con paciencia, dicen las hermanas. No se trata solo de embalsar. “Va más allá de un simple represamiento de agua, es el respeto a la madre naturaleza donde vas a construir la laguna, ya que no le impones un reservorio de cemento donde no fluye la vida. Esta práctica nos demuestra que las soluciones a los efectos del cambio climático se encuentran en los saberes ancestrales de las comunidades. Los indios no somos el problema, somos la solución”, enfatiza Rosalinda.

Victoria Machaca, también ingeniera agrónoma, narra que la comunidad cuenta con un estatuto en el que se estipula la práctica de crianza del agua como una actividad fundamental.

Relaciones de horizontalidad

La labor de las hermanas Machaca se considera dentro del capítulo género y cambio climático, pero ellas trabajan también con varones. De hecho, uno de sus hermanos, Gualberto, trabajó en ABA.

“Uno de los efectos del cambio climático es la escasez del agua. Cuando no hay agua, no hay comida. La mujer es la que pastea los ganados. Si no hay agua, es la mujer junto con los animales la que busca el agua, quebrada tras quebrada para el ganado. Ese es uno de los efectos. Sobre todo, recaen en la niña, en la joven, esposa o madre. Pocos son los hombres que pastean”, señala Marcela al relacionar el cambio climático con el género. 

Esta carga sobre la mujer genera peligros, desgastes y también violencia en el hogar. “Mientras más lejos va la esposa, regresa tarde a la casa, los hijos lloran de hambre, el esposo empieza a renegar y la convivencia armoniosa en el hogar se quiebra”, añade Lidia. Las hermanas Machaca han hecho labor de hormigas, yendo a las casas a educar, explicar y contribuyeron a superar estos conflictos. 

Como en muchas comunidades andinas, en Quispillaccta, la mujer doblega esfuerzos y no solo por machismo, sino porque en tiempos económicos difíciles —aunque ahora en menor proporción— los varones (padres e hijos) migran a trabajar. Quien se queda a cargo de la casa, de los cuidados de la familia, de la escuela, de la chacra, del ganado, es la mujer. “A ello se suman las responsabilidades comunales. Siempre hay faena”, subraya Magdalena.

Victoria hace hincapié en la importancia de reconocer los impactos climáticos que influyen de manera desproporcionada sobre las mujeres, adultas y niñas. “Las desigualdades de género se ven exacerbadas en situaciones de crisis ambiental, ya que las mujeres enfrentan mayores dificultades para acceder a recursos o tomar decisiones o participar en la toma de decisiones sobre el clima”, enfatiza.

En la práctica, la siembra y cosecha de agua de lluvia es una actividad que promueve la equidad de género dada la participación de hombres y mujeres y, a su vez, promueve la inclusión social al considerar la participación de diversos grupos. No existe alguna división de labores por género.

Al inicio de esta historia mencionamos que don Modesto siempre apostó por el desarrollo intelectual y profesional de sus hijas, algo que ellas valoran y que les muestra la visión de su padre más allá de las costumbres patriarcales de los Andes rurales.

ABA trabaja con mujeres, varones, jóvenes y adultos, quienes participan en actividades de capacitación, así como en las faenas comunales que demanda la construcción de lagunas, o en la limpieza de canales, entre otras actividades.

Jessica Huertas, especialista en poblaciones vulnerables y género del Ministerio del Ambiente y conocedora de la labor que desarrolla ABA, resalta el papel que jugó el señor Machaca: “Fue un hombre deconstruido que buscó la igualdad entre mujeres y varones, seguramente no con ese discurso, pero en sus actos se refleja finalmente cómo buscaba romper el enfoque de género tradicional”.

Una de las cosas que le pasa al enfoque de género —continúa— es que se simplificó. “Complejizamos lo simple y simplificamos lo complejo. Entonces, está simplificado el significado de género igualándolo a mujer, y no es así. Género no es igual a mujer. Las hermanas Machaca son una prueba de que el enfoque de género hay que manejarlo con una mirada interseccional e intercultural”, dice. 

La especialista resalta que ABA rompe con el concepto estereotipado de género y que las ingenieras quispillacctinas, de la mano de mujeres y varones de la comunidad, sean quienes proporcionen las soluciones para enfrentar la escasez de agua.

Las relaciones de horizontalidad y equitativas entre hombres y mujeres en la cultura campesina andina van más allá del enfoque de equidad de género».

Por su parte, las Machaca recuerdan que en la cultura quechua no existen el varón y la mujer como individuos separados, sino como pareja, como un nudo de relaciones, una unidad en sí, núcleo indivisible de la vida comunitaria.

“Existe género en el mundo más que humano: lluvias hembras y lluvias machos; vegetales hembras y machos; ríos hembras y ríos machos. El universo indígena está saturado de relaciones de género, existiendo entre ellos lo que se llama complementariedad y respeto”, señalan.

“Nuestro principio es que, en un mundo donde todos son equivalentes, el trato es de persona a persona. Este es el mundo de la conversación y del afecto, donde todos se empatan, se sintonizan y participan en la crianza. Ello nos permite cultivar relaciones horizontales y equitativas entre el ser humano y la naturaleza, como también entre hombres y mujeres, adultos y niños”, explican Marcela, Magdalena y Gualberto.

Las relaciones de horizontalidad y equitativas entre hombres y mujeres en la cultura campesina andina van más allá del enfoque de equidad de género. “En la equidad de género planteado dentro del tema mujer y desarrollo subyacen otras formas de discriminación. La búsqueda de las relaciones de equidad entre el varón y la mujer enmascara a un individuo, ya que la lucha por las reivindicaciones es pertinente entre individuos en situaciones de desventaja y en conflicto; mientras, el amparo es pertinente en un mundo colectivo y sin ninguna pretensión más que respeto y cariño”, detallan.

Cambio climático en los Andes

La disminución de la producción agrícola por el cambio climático en algunas zonas de los Andes provocó el incremento de procesos migratorios de muchas familias en búsqueda de mejores oportunidades. Si bien este proceso satisface sus necesidades de consumo, reduce la capacidad de mano de obra, lo que puede afectar negativamente las cosechas futuras en cuanto a cantidad y diversidad del consumo de alimentos.

Además, la diversidad de regiones agroclimáticas en los Andes, geografías desafiantes, economías en crecimiento, diversos sistemas de producción agrícola y tipologías en la agricultura hacen que estas zonas sean más vulnerables al efecto del cambio climático, ya que parte de la población depende de esta actividad para su subsistencia. 

Según la Autoridad Nacional del Agua, Perú es el octavo país con mayor cantidad de agua en el mundo (aproximadamente el 1,89% del agua superficial); sin embargo, la temporalidad de su régimen hídrico, la mala distribución (solo el 7% tiene uso poblacional, mientras que el 86% tiene uso agrícola) y otros problemas derivados del mal uso del recurso, configuran una situación desfavorable para las necesidades hídricas del país».

Perú vive actualmente los efectos del fenómeno de El Niño, que se evidenciarán durante los siguientes meses con lluvias en el norte y la costa del país, además de sequías en algunas regiones del sur andino, según los pronósticos del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi).

Magdalena reconoce que El Niño se presenta cada vez más intenso. Sabe que la escasez de lluvia, debido al cambio climático, afectará las actividades económicas en esta región, así como las actividades agrícolas y ganaderas. “El cambio climático es una realidad en Ayacucho. Las precipitaciones son menores y suceden en cualquier momento”, dice.

“Las comunidades campesinas altoandinas son muy conscientes sobre la importancia y la necesidad de una acción climática inmediata. Reconocen que el cambio climático es una amenaza no solamente para la disponibilidad del agua, sino también sobre la calidad del agua, lo que afectaría la vida no solamente de las personas, sino de todo el conjunto que existe en el ecosistema”, resalta Victoria, quien está a cargo del programa regional de crianza del agua de lluvia para la adaptación al cambio climático de ABA. 

Victoria espera que las acciones para promover la conservación y protección del agua sean constantes en el gobierno regional ayacuchano, más allá de quien ocupe el cargo; además, que consideren la experiencia de ABA para que los proyectos sean exitosos. “Hay que impulsar la educación y la sensibilización sobre la importancia de la protección y conservación del agua, pensando en las futuras generaciones”, anota.

Según la Autoridad Nacional del Agua, Perú es el octavo país con mayor cantidad de agua en el mundo (aproximadamente el 1,89% del agua superficial); sin embargo, la temporalidad de su régimen hídrico, la mala distribución (solo el 7% tiene uso poblacional, mientras que el 86% tiene uso agrícola) y otros problemas derivados del mal uso del recurso, configuran una situación desfavorable para las necesidades hídricas del país.

Por su parte, el Banco Mundial presentó recientemente un informe que resalta el hecho de que en el Perú la mitad de la población carece de acceso a agua de calidad con continuidad en su vivienda y solo el 43% cuenta con saneamiento gestionado de manera segura.

El cambio climático reducirá aún más la disponibilidad de agua, amenazando el crecimiento económico, el desarrollo y la estabilidad. Las sequías, inundaciones y deslizamientos de tierras asociados con lluvias torrenciales, la contaminación de las aguas y la falta de acceso a estas, así como a saneamiento seguro, le cuesta al Perú entre USD 8400 millones y USD 13 400 millones al año, de acuerdo con el Banco Mundial.

Legado de ABA

En Quispillaccta, el acceso al agua para un riego eficiente contribuye a reducir la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria, los ingresos agrícolas y la resiliencia al cambio climático.

A través de estas prácticas, las hermanas Machaca Mendieta contribuyen al desarrollo de la seguridad de la infraestructura hídrica del Perú. Además, ayudan a mejorar la calidad del agua; pues, al no estar expuesta a contaminantes procedentes de la actividad humana, el agua de lluvia es generalmente más limpia que otras fuentes, como ríos y lagos. 

Su experiencia inspiró la creación, en el Perú, del Programa Nacional Sierra Azul, lanzado en Ayacucho en el año 2016 y cuyo objetivo es incrementar la seguridad hídrica agraria empleando la siembra y cosecha del agua de las áreas agrícolas altoandinas.

En Guanacaste, región del noroeste de Costa Rica que sufre sequías regularmente, contaron con la asesoría de las hermanas Machaca y ya construyeron embalses. Bolivia y Guatemala también están interesados en seguir los pasos.

“El legado que nosotras dejamos es la promoción de la conciencia sobre el valor que tiene nuestra madre agua como persona. Uno tiene que ser consciente de que el agua tiene vida; por lo tanto, merece ser criada, merece respeto, merece cariño y ese respeto cariño se manifiesta cuidándola, protegiéndola, criándola, no contaminándola”, manifiesta Victoria.