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18 de mayo de 2021

Escribe: Iris Jave (*)

La campaña electoral para la segunda vuelta está reflejando de manera nítida el despliegue de uno de los cambios más importantes de la comunicación política en las últimas décadas: la personalización de la política, entendida como el conjunto de recursos (mediáticos y políticos) que construyen una narrativa política a partir de la historia personal  de los candidatos (Crespo, 2015). La desafección de la política, la precariedad del sistema de partidos y la viralización de información y desinformación a través de los medios sociales, entre otros elementos, contribuyen a este uso. Y más aún en base al predominio de relatos emotivos en las campañas electorales (D’Adamo y García, 2016), que han copado la hegemonía de comunicar en los medios sociales, buscando lograr una diferenciación entre las candidaturas con el fin de alcanzar una identificación con los electores.

Así, tenemos que el candidato Pedro Castillo se presenta como el vocero del “pueblo”, de aquellos peruanos, invisibilizados en la esfera pública; el planteamiento de su narrativa es la del “profesor rural”, una figura poco reconocida en su rol en la sociedad y muy maltratada; la del “campesino, rondero”, que sufre el “modelo económico” y que busca ser la voz de “los de abajo”, con un discurso populista que confronta lo “técnico” y ofrece un cambio de modelo sin mucha argumentación que la propia retórica. Incluso, toma distancia de la propia organización que lo acompaña (“el que va a gobernar soy yo”), intentando construir una autonomía respecto de un equipo que no tiene (o está en proceso de convocar). Pero este discurso tiene sus límites, cuando se revelan las propuestas autoritarias que yace en su entorno, como el caso del congresista electo Bermejo, a quien se le ha grabado unas declaraciones que desprecian la democracia y denostan derechos fundamentales para las mujeres en el Perú, como el acceso a un aborto legal y el enfoque de género.

«El negacionismo, que se ha expresado a través de una narrativa principalmente expuesta por actores políticos y medios de comunicación, ha dificultado o incluso impedido que la historia reciente sea adecuadamente procesada en los ámbitos político e institucional».

Por otro lado, tenemos a la candidata Keiko Fujimori, que enarbola una propuesta híper personalista de campaña al frente de su propia organización, enfocándose -en esta oportunidad- en los vínculos con su padre y con el aparato político que gobernó el país en la década del 90 y, que no sólo recupera una narrativa que reivindica las decisiones que tomaron (“mano dura»), sino, que además, apela al negacionismo: no se cometieron “esterilizaciones forzadas, sino un plan de planificación familiar”, intentando cambiar de ese modo la historia, el proceso penal en curso contra su padre y tres ex ministros de salud, incluido un congresista electo por su partido. Pero sobre todo, la memoria de las víctimas de las esterilizaciones, que fueron engañadas y obligadas a someterse a un proceso que además de atentar contra su salud, les costó sus proyectos personales y familiares, y, en algunos casos, la vida misma como a Mamérita Mestanza, una mujer de 33 años del distrito La Encañada (Cajamarca) que murió a consecuencia de una intervención quirúrgica para esterilizarla[1].  Los hechos son innegables, en el 2002 una comisión del Congreso de la República concluyó que 314.605 mujeres fueron sometidas a intervenciones para esterilizarlas como parte de una política de estado que buscaba controlar el crecimientos de las familias durante el gobierno de Alberto Fujimori.

Pero las narrativas no solo se enfocan en las emociones que puedan generar las historias o vínculos personales de las candidaturas, además está elección viene teñida de una campaña negativa -que busca destacar los supuestos negativos del otro candidato para visibilizar los recursos propios como atributos- intensa en diversos espacios públicos: la colocación de paneles con avisos que promueven el miedo al comunismo y lo asocian con el candidato Castillo; suscitar un supuesto debate en un penal de Lima para convertirse luego en un mitin. Y por supuesto, el enorme desequilibrio informativo en la cobertura de los medios de comunicación, cuya orientación hacia la candidata Fujimori es exagerada y que vienen utilizando una serie de mecanismos de desinformación y narrativas propias alertando del “peligro” para el país de la candidatura de Castillo.

Así, el negacionismo, que se ha expresado a través de una narrativa principalmente expuesta por actores políticos y medios de comunicación, ha dificultado o incluso impedido que la historia reciente sea adecuadamente procesada en los ámbitos político e institucional. Esta personalización de la política, encumbrada por ambas candidaturas y por los medios de comunicación, y reproducida/viralizada en los medios sociales, amplifica la desconfianza hacia el rol de los medios, que olvidando uno de sus principios básicos: pluralidad de fuentes, contexto  histórico y confirmación de datos, asumen un rol protagónico de actoría política cuando se debaten temas de interés público. Aunque ambos candidatos han firmado la Proclama Ciudadana, juramento por la democracia donde se comprometen a respetar la democracia y los derechos humanos, no necesariamente generan una mayor credibilidad y confianza. Mientras tanto, la memoria de las víctimas, y las dificultades que enfrentan para su reconocimiento en el espacio público, siguen enfrentando la indiferencia en el espacio público. Ante una nueva elección de gobierno, queda el desafío y la pregunta inquietante de quien seguirá con las políticas de reparaciones y, ojalá, de reconocimiento hacia las víctimas.


(*) Investigadora en IDEHPUCP.