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1 de junio de 2021

Escribe: Alexander Benites (*)

A pocos días de la segunda vuelta electoral, el clima político está dominado por una narrativa autoritaria y una polarización altísima. Durante la campaña, se han observado ataques injustificados a la autoridad electoral, un desempeño parcializado de los principales medios de comunicación del país, y a dos candidatos presidenciales que, lamentablemente, no han sabido moderar su discurso a estas alturas del proceso. Pero el deplorable escenario político del que somos testigos no se inició en esta elección, sino que es el resultado de un gradual deterioro de la democracia que atraviesa el país hace ya varios años. Con miras al próximo quinquenio, planteo dos ejes sobre los cuales la ciudadanía debe ser responsable y vigilante para impedir que el régimen democrático retroceda todavía más.

El primer eje es la pulsión autoritaria del eventual presidente o presidenta de la república. A lo largo de la campaña, el compromiso con la democracia ha sido el principal ausente. Por un lado, se encuentra un fujimorismo que, en vez de deslindar con el autoritarismo, lo reivindica desde el inicio. Keiko Fujimori ha afirmado en reiteradas oportunidades su intención de indultar a su padre, a pesar de que los crímenes cometidos por Alberto Fujimori constituyen graves violaciones a los derechos humanos, por lo cual son incompatibles con la figura del indulto. A ello se suman lamentables declaraciones de la candidata en las que ha trivializado los casos de esterilizaciones forzadas ocurridas durante el régimen fujimorista, y la poca preocupación que muestra cuando sus aliados políticos demandan la muerte de su contrincante en campaña. Todo ello solo es una parcela del comportamiento obstructor y poco democrático que Fuerza Popular ha evidenciado como fuerza política desde el 2016.

Por el lado de Pedro Castillo, el candidato de Perú Libre ha demostrado una visión de la política en clave populista: plantear al Perú como un país secuestrado por unas élites económicas corruptas que mantienen excluidas a las mayorías. Esta perspectiva es poco pluralista y limitada para un verdadero desarrollo: homogeniza y niega las diferencias y matices en una sociedad. Como parte de este discurso, además, Castillo ha propuesto desactivar instituciones como la Defensoría del Pueblo o el Tribunal Constitucional. Y si bien luego retrocede en sus afirmaciones, ello parece responder más a reflejos políticos que a un verdadero compromiso con la democracia y sus instituciones. A estas alturas de la carrera electoral, queda evidenciado el impulso autoritario como algo que la ciudadanía debe fiscalizar.

«Si bien este nivel de polarización es en sí mismo nocivo en un ambiente democrático, su verdadero riesgo es que trasciende la campaña electoral para volverse una polarización de gobierno.»

Un segundo eje es la polarización que vemos a puertas de la elección. Como lo señala Alberto Vergara en una entrevista, es irresponsable de parte de la ciudadanía dejarse llevar por dos personajes políticamente débiles y poco representativos, generando ambientes de caos, confrontación y agresiones. Esta polarización va desde paneles en diferentes partes de Lima alertado sobre los “peligros del comunismo”, hasta el irresponsable uso político del asesinato a 16 personas en una localidad del VRAEM. De nada sirve jugarse la vida el 6 de junio, si luego no podemos convivir el 28 de julio.

¿Por qué es importante reducir el conflicto? Si bien este nivel de polarización es en sí mismo nocivo en un ambiente democrático, su verdadero riesgo es que trasciende la campaña electoral para volverse una polarización de gobierno. Hay literatura que evidencia el peligro de que los actores políticos se vean como enemigos y utilicen los mecanismos institucionales de los que disponen para eliminar a su adversario.[1] Y las peruanas y peruanos ya hemos sido testigos de cómo la democracia tambalea cuando las y los representantes se atacan entre sí para arrancharse cuotas de poder político, y hemos visto cómo somos nosotros los principales perjudicados.

Antes de terminar, me gustaría volver al punto inicial de esta nota. El tumulto político en el que la sociedad peruana se encuentra inmersa es posible por el gradual deterioro que viene sufriendo nuestra democracia. La debilidad de los partidos, la baja calidad de nuestros representantes, su incapacidad para generar consensos (incluso cuando afrontamos un enorme reto histórico) y la fragilidad de las instituciones son una muestra de que el país tiene, fundamentalmente, un problema político e institucional. Esto es algo importante de rescatar dada la despreocupación que ha prevalecido sobre esta problemática, y cómo hoy pareciera que lo único en disputa en esta elección estuviera en la esfera económica.

(*) Politólogo y asistente de investigación en el Área de Relaciones Institucionales y Proyectos del IDEHPUCP


[1] Sobre ello, se encuentra el libro How Democracies Die, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2019), o el trabajo de Laura Gamboa (2017) Opposition at the Margins: Strategies against the Erotion of Democracy in Colombia and Venezuela.