Fuente: Tecnológico de Monterrey.
Hoy se ha cumplido un año desde la invasión de Rusia a Ucrania. La operación militar que el gobierno ruso esperaba culminar en unas pocas semanas se ha convertido en una larga guerra que, según algunos cálculos, podría haber causado ya unas 200 mil muertes, además de un terrible sufrimiento a la población ucraniana. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas estima las muertes de civiles en más de ocho mil. Se trata de víctimas de violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas, crímenes que vienen siendo documentados por diversas organizaciones de derechos humanos desde el comienzo de la invasión. Esa documentación debe continuar y fortalecerse. Ella debe ser una garantía de rendición de cuentas y justicia para las víctimas en un futuro no muy lejano.
Según se prolonga la guerra, el presidente ruso, Vladimir Putin, reafirma su control autoritario sobre la sociedad rusa y enfatiza entre su población, no sin éxito, su mensaje de hostilidad al mundo occidental. Con el paso de los meses, en efecto, el discurso con el que justifica la guerra se ha ido adelgazando hasta quedar convertido en una simple proclama antidemocrática. Si al inicio la justificación era de tipo “redentorista” y se refería a la supuesta defensa de población étnicamente rusa en territorio ucraniano, así como a una presunta “desnazificación” del país invadido, ahora se trata, tal vez más descarnadamente, de un alegato nacionalista y cultural: un rechazo a los principios de la civilización occidental moderna que, según Putin, son portadores de decadencia moral. Las libertades básicas, el derecho a la diversidad, la separación entre política y religión y varios otros valores centrales del mundo democrático son presentados como aquello que Rusia debe rechazar. Y, junto con ella, los otros países que a la larga pudieran quedar adscritos a su esfera de influencia o control directo.
Se discutió ampliamente, al comienzo de esta invasión, sobre en qué medida la invasión rusa fue una previsible reacción a la expansión de la OTAN hacia el este. Esa es una lectura de índole geopolítica que, más allá de sus méritos o vacíos, no sustituye al asunto central: el derecho de todo Estado independiente a contraer alianzas con quienes considere favorable hacerlo y la prohibición de toda guerra de agresión. La invasión rusa, más allá de lo que se pueda concluir en términos de análisis estratégico, es una violación de principios y normas fundamentales del orden jurídico y político mundial contemporáneo.
Esto último se puede formular también de otra forma: la pretensión rusa sobre Ucrania representa, de prevalecer, una grave amenaza a ese orden político que, si bien imperfecto y necesitado de significativas enmiendas, reposa sobre algunos fundamentos incuestionables: el derecho a la libre determinación, el principio de no intervención y la prohibición del uso de la fuerza. contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado.
Nada hace presagiar un pronto final a la guerra. Solo se sabe, o se prevé, por el momento, que habrá una cruenta ofensiva rusa cuando llegue a su fin el invierno boreal. Ucrania se prepara para enfrentar esa ofensiva reclamando angustiosamente más y mejores armas a Estados Unidos y Europa. Se teme que China se decida, por su parte, a brindar armamento a Rusia. Es una trágica situación esta en la que el único lenguaje relevante parece ser el de las armas. La población ucraniana seguirá sufriendo bajo las tácticas de guerra rusa, que han sido descritas ampliamente como atrocidades, y más vidas humanas se seguirán perdiendo en los campos de batalla hasta que Rusia sienta que ha llegado la hora de sentarse a negociar. Al mundo occidental y a Ucrania parece quedarles solo esa lúgubre apuesta: resistir hasta que Putin considere que no puede ganar esa guerra. Es terrible saber que antes de llegar a ese momento quedan todavía tanto sufrimiento humano y tanta destrucción por delante.