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24 de enero de 2023

Fuente: El Peruano.

Por María Eugenia Ulfe (*).

En la iglesia de los Carmelitas en Miraflores, terminada la misa por el mes del fallecimiento de Carlos Iván, Felipe pidió que se transmitiera una de las canciones favoritas de él y su hermano. Era inevitable que las lágrimas cayeran por nuestras mejillas. Él no solo había perdido a su hermano, sino también a quién en muchos sentidos había adquirido la imagen de su padre, fallecido cuando ambos eran aun jóvenes. Unos años antes habíamos presentado Chungui: horror sin lágrimas (2009) en la PUCP[1]. Felipe se fastidió un poco porque los parlantes no funcionaron correctamente y no se pudo escuchar la música de fondo en el documental. Ahí comprendí esa dimensión performativa que tiene el documental de autor cuando no consiste solo en la captura de imágenes y diálogos, sino también en la forma cómo el sonido construye un paisaje y un momento. Recuerdo habérselo preguntado y que él asintió sonriente. Carlos Iván había quedado muy movido por los casos de horror registrados en Chungui durante su trabajo en la Comisión de la Verdad y Reconciliación.  Felipe me contó que, aunque las imágenes habían sido tomadas durante varios años, les había sido difícil ensamblarlas en un relato audiovisual. Y para ello había sido importante la ayuda que había recibido de su primo, el escritor Luis Nieto Degregori.

Felipe y Jenny Velapatiño (Buenaletra producciones) habían atravesado una parte de la Amazonía en uno de los famosos Henry, esos barcos inmensos que zarpan desde Pucallpa hasta Iquitos, para traernos No hay lugar más diverso (2012).  Quedé fascinada por el viaje que se mostraba en el documental, y que hasta ahora es uno de los que me quedan por realizar. Los atardeceres que parecen eternos, los personajes que encuentra en el Henry 9 (la cocinera, el capitán, el predicador, los pocos turistas que se cruzan, los niños, las colas para el baño…), se convierten en aquello sobre lo que trabajamos tanto en antropología: los diálogos interculturales. La obligada convivencia de cuatro días en la gran embarcación surcando o bajando ríos, topándose unos con otros en las hamacas, es una metáfora de país en pequeño. Invité a Jenny a una clase de Imagen e Interculturalidad para conversar sobre el documental y la travesía, y por supuesto, lo difícil que les había sido trabajar en la producción audiovisual.  El personaje de la cocinera, que es tan relevante, venía de una preocupación que Felipe tenía por visibilizar un tema álgido como es la discriminación que viven personas trans en el país. Un poco antes había realizado Rosas de acero (2008), un film que he visto por partes. Es muy duro en su descripción visual de la situación de pobreza y abandono en la que viven personas trans, la población con (quizás) la más alta tasa de mortalidad en el país. Reducidos a unos pocos trabajos que oscilan entre los salones de belleza y la prostitución, la calle parece su destino. También está TransLatina (2010), que es una colaboración con la comunidad trans que muestra la vida cuesta arriba de las mujeres trans cuando buscan acceso a servicios básicos como ciudadanas en países que no reconocen sus derechos plenamente.

La calle es un mundo que le interesaba explorar visualmente. Ciudad de M (2000) es una película dramática que trae en imágenes el mundo de una clase media tan alicaída durante los años de violencia. La banda sonora de esta película es poderosa y ayuda a entender esas conversaciones de un grupo de jóvenes que buscan trabajo, casi como quienes buscamos un sentido en nuestras vidas, a través de amistades llenas de temores. Es un film hijo de los 1990, que recoge generacionalmente parte de lo que también somos, esa generación de posguerra.

Aunque no duerme seguro

Casi despierta con tronador…

Rafo Raez

Deberíamos ver de nuevo Todos somos estrellas (1993) para recordar cómo funciona la manipulación de los medios de comunicación en manos de un régimen dictatorial, la burda manera como el espectáculo de la pobreza es utilizado políticamente. Es una sátira que anticipa a programas como Sábados con Andrés, y que parecía inspirada en el programa de Laura en América: lamer las axilas de alguien por unas monedas, sentar a alguien en tu mesa, pero siempre recordándole que su lugar no es ese.  Político como pocos, su cine siempre destacó por confrontarnos a través de las imágenes, la música y sus relatos Desde Abisa a los compañeros (1980), su ópera prima. Todos somos estrellas es la película que realizó Patricia Wiesse (Buenaletra producciones, 2017) y que tiene a Felipe Degregori como el personaje principal. Tomando el título de su propio film, este es el retrato de Felipe en sus últimos años: el aislamiento, el desamparo de un Estado que no se hace cargo mínimamente por sus creadores de arte y de un sistema que (muchas veces) descarta vidas que no le son útiles.

Kacharpari, Felipe, sé libre y gracias por tus obras.

(*) Miembro de la Asamblea del IDEHPUCP.


[1] Escribí una reseña que fue publicada en Emisférica 9.1-9.2 en el 2010. Véase: