Por Inés Martens(*)
¿Por qué hablar de cuidados en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer? Porque la violencia no surge en el vacío: se alimenta de estructuras que perpetúan la desigualdad. Una de ellas es la organización social de los cuidados.
Los cuidados son aquellas actividades cotidianas indispensables para preservar la vida y el bienestar de la sociedad. Incluyen acciones de cuidado directo como alimentar y asear a un bebé, acompañar a una persona mayor, atender a alguien enfermo y otras de cuidado indirecto o domésticas como cocinar, limpiar, lavar la ropa, planchar, organizar el hogar, etc. Estas actividades que han sido asumidas casi exclusivamente por las familias y, dentro de ellas, por las mujeres, suponen esfuerzo físico, psicológico y hasta afectivo, y eso ha sido históricamente invisibilizado. A pesar de su relevancia, el debate sobre cómo se organiza el cuidado y su impacto en la violencia es reciente.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) considera el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado como trabajo porque implica tiempo, esfuerzo y competencias que sostienen la vida y permiten el funcionamiento de la economía. Sin estas tareas sería imposible que otras actividades productivas se desarrollaran.
En el Perú, la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT 2024) confirma que las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres a tareas domésticas y de cuidado [INEI, ENUT 2024]. Esta sobrecarga limita su autonomía económica y reduce sus oportunidades laborales.
El trabajo de cuidado no remunerado en el año 2021 equivalía al 23,4 % del PBI [OIT, 2025]. Sin embargo, no está suficientemente reconocido en las políticas públicas. Más de 3,1 millones de personas en el Perú se dedican a cuidados a tiempo completo, y el 86 % son mujeres [OIT, 2025].
Violencia y cuidados: Dos caras de la misma moneda
La Encuesta Nacional de Relaciones Sociales – ENARES 2024 revela que el 75,5 % de la población tolera algún nivel de violencia contra las mujeres. Además, una de cada tres mujeres depende económicamente de su pareja o expareja [INEI, 2025]. Esta dependencia, alimentada por la falta de redistribución del cuidado, aumenta el riesgo de violencia.
¿Cómo romper este círculo vicioso? Involucrando a los hombres en el cuidado, lo que es no solo justo, sino también transformador. Diversos estudios demuestran que la participación de los hombres en la crianza y el cuidado rompe estereotipos de género, fomenta empatía y reduce actitudes que normalizan la violencia contra las mujeres (ONU Mujeres, 2021; UNFPA, 2021; BID, 2024). Compartir responsabilidades desde el hogar genera relaciones más igualitarias y cuestiona la idea de que el poder y el control son atributos masculinos. Cada vez que un hombre asume el cuidado, se construye una cultura donde la equidad es la norma y la violencia deja de ser tolerada. Este cambio no es simbólico: es la raíz de una sociedad más justa y segura.
Asimismo, para avanzar hacia una sociedad más equitativa, la OIT propone el Marco de las 5R del cuidado: reconocer el valor del cuidado, tanto remunerado como no remunerado; reducir la carga excesiva que hoy recae sobre las mujeres, sobre todo las más pobres; redistribuir las responsabilidades entre hombres y mujeres, además de entre las familias, Estado, la comunidad y el mercado; recompensar con condiciones laborales dignas a quienes realizan cuidados remunerados; y representar a quienes cuidan en espacios de decisión. Este enfoque no solo visibiliza el aporte del cuidado a la economía, sino que impulsa políticas que transforman la desigualdad en corresponsabilidad (OIT, 2025).
Por otro lado, es preciso tomar en cuenta que, recientemente (agosto, 2025), la CIDH ha reconocido el derecho al cuidado como un derecho humano autónomo que abarca tres dimensiones: recibir cuidados dignos, ejercer el cuidado en condiciones justas y libres de violencia, y garantizar el autocuidado para el bienestar físico y emocional. Este pronunciamiento llama a los Estados a incorporar este derecho en sus legislaciones y políticas públicas, desarrollando sistemas integrales de cuidado, universales y corresponsables que aseguren calidad, equidad y protección social tanto para quienes cuidan como para quienes son cuidados.
Para que el cuidado deje de ser invisible es urgente implementar políticas concretas. Un Sistema Nacional de Cuidados que garantice servicios accesibles, universales y de calidad. Licencias parentales iguales e intransferibles que permitirían que hombres y mujeres compartan responsabilidades desde el inicio, rompiendo estereotipos que perpetúan la desigualdad (ONU Mujeres, 2021). Campañas educativas que muestren a hombres cuidando como modelo social son clave para desmontar la tolerancia cultural hacia la violencia (UNFPA, 2021). Además, se requiere el respeto de derechos laborales para cuidadoras remuneradas, asegurando contratos, seguridad social y negociación colectiva, y contar con una cuenta satélite actualizada que visibilice el aporte económico del cuidado, (OIT, 2025; BID, 2024).
Finalmente, no basta con indignarse ante la violencia: hay que actuar desde la raíz, y esa raíz está en la desigualdad en los cuidados. Cuando los hombres participan en el cuidado, la empatía crece y la violencia retrocede, porque se rompen estereotipos que sostienen relaciones desiguales. El Estado, como corresponsable, debe garantizar el pleno ejercicio del derecho humano al cuidado mediante marcos normativos y políticas que faciliten la participación de todos los actores: familias, comunidad, mercado y gobierno. Solo así podremos construir una cultura donde cuidar sea una responsabilidad compartida y no una carga invisible. La igualdad no será real mientras el cuidado siga siendo invisible.
Este 25N, hagamos visible lo que sostiene la vida y transformemos la cultura que normaliza la violencia. Porque cuidar también es un acto de justicia.
(*) Gestora pública especializada en género, actualmente oficial nacional en OIT.



