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Opinión 8 de marzo de 2022

Escribe: Antonio Orjeda (*)

Puente Villena, ocho de la noche. Voy a pie. Salvo por el tipo que viene en sentido opuesto, no hay nadie más. Ya lo tengo cerca, lo mido, le clavo la mirada; estando a un paso, hace el ademán de atacarme, pero sigue de largo. Sé que ahí quedará todo. “¿Y si en mi lugar hubiese estado una mujer?”. Mi hija acaba de cumplir 13; desde hace unos años mi cerebro funciona así.

Lince, fines de los 80. Entramos a la bodega por unas chelas, vemos a una niña, tiene menos de 13. Nos miramos con mi pata, “tiene buen futuro”, reímos. La necesidad de gritarle al mundo que eres ‘vivo’. No me atormenta este recuerdo. Me avergüenza, sí, pero no gano nada con eso.

“No seas nena”. Ella es politóloga y abre los ojos al reconocer que así le dice a su novio cuando se pone pesado. Es madre, educa a sus hijos en el respeto a la mujer; le acababa de contar que una amiga me cuadró tras oírme decir que tal futbolista “es una niña” por quejarse de más por un foul menor. Eso hice, y venía trabajando en un proyecto lindo para sembrar equidad de género desde la infancia. ¿Incoherencia? No. Pero si no fuese por ese cuadre, quizás hoy me seguiría expresando así. Sí, pues, los sesgos inconscientes.

Soy periodista. Desde el 2004 entrevisto a emprendedoras ejemplares; en total, ya van más de medio millar. “Mujeres Batalla”, así las llamo. Conocer sus historias alteró mi vida. Convertí mis miedos, taras y complejos en preguntas; y sus respuestas han sido las herramientas que me permitieron cuestionarme, despercudirme. Con el arribo de mi hija, los cuestionamientos aumentaron, lo mismo que –eso espero- la despercudida.

Con el tiempo, un buen día me percaté de que ella estaba dejando de ser una niña y eso lo cambió todo. En cualquier momento –en la calle- comenzaría a ser mirada con otros ojos, sería víctima de violencia por el solo hecho de ser mujer. Y yo no podía hacer nada contra eso. ¿No podía?

Ella estaba en el kindergarten cuando le conté por primera vez la historia de una Mujer Batalla. Cuando terminé, me quedó mirando. ¡Le había gustado! “¿Y si hago Mujeres Batalla para niñas?”. La idea la tuve el 2014 y dos años después la desempolvé. Me metí en talleres y seminarios de Literatura Infantil y Juvenil, indagué, charlé con expertos, decidí que el libro no sería únicamente para niñas. A ellas hay que empoderarlas, sí, pero, ¿y qué hacemos con los chicos? Seleccioné entonces historias atractivas para todos.

La procuradora antidrogas Sonia Medina, que le hizo el pare al poderoso y temible Montesinos; la ejecutiva Susana Eléspuru, a quien sus colegas hombres pretendieron anular y terminó liderando una transnacional y surfeando la hiperinflación aprista; la escolar Yubitza Sánchez, quien pasó de ser el demonio del colegio y líder de pandilla a alcaldesa y después brigadier general.

Diez historias. “Mancha Brava”, así lo bauticé y se hizo en mancha, con el respaldo de empresas que creen en la equidad de género y un crowdfunding. Lo lanzamos a fines del 2019, con la promesa de que, por cada libro adquirido, otro sería donado a los colegios Fe y Alegría. Así fue. El 2020 publicamos “Mancha Brava. Las Heroínas de la Pandemia”; y, el 2021, “Mancha Brava. Colegialas”. Estas dos últimas experiencias nacieron en la nueva realidad y, por ello, primero fueron digitales y gratuitas.

Sus historias han sido compartidas a través de Aprendo en Casa, docentes de distintas partes del país las están empleando; chicas y chicos y también adultos las están leyendo. ¿El Perú sigue siendo lo que es? Sí. Los feminicidios no cesan. Actuar, hacer esto realidad, sin embargo, me ha demostrado que hay una mancha brava chambeando para que esta realidad cambie. Mi hija es parte de esto, desde que tenía 10 años corrige mis textos, se ha ganado el derecho a que su crédito salga en los libros.

El futuro no pinta bien. Por eso tenemos que seguir, cada uno desde su trinchera. Eso también lo aprendí de las Mujeres Batalla.

(*) Periodista. Autor de “Mancha Brava. Colegialas”